Recordemos que Freud, en el estudio de la zoofobia introduce el tema de la castración como peligro que, si bien dependía de la libido, remitía a una amenaza: la pérdida del pene vivida como externa. Amenaza ante el deseo incestuoso que pone en marcha el mecanismo de la represión. A partir de 1926, Freud comienza a desarrollar el concepto de trauma como el núcleo de la situación de peligro. Este núcleo “es la situación de insatisfacción en que las magnitudes de estímulo alcanzan un nivel displacentero, sin que se las domine por empleo psíquico y descarga […] análogo a la situación de nacimiento” (1926, p. 130). Una vez que definió este núcleo reconsidera a la angustia ante la pérdida de objeto y a la angustia de castración como determinadas por el peligro del trauma.
Vemos cómo varían las condiciones de angustia acorde a las condiciones del peligro en función de los progresos del desarrollo (Freud, 1926).
El peligro del desvalimiento psíquico se adecua al período de inmadurez del yo, así como el peligro a la pérdida de objeto a la falta de autonomía de los primeros años de la niñez, el peligro de castración a la fase fálica y la angustia frente al súper yo, al período de latencia (p. 134).
Freud vuelve a reformular la pregunta clave: ¿cuál es el núcleo de la situación de peligro? Y responde,
La apreciación de nuestras fuerzas en comparación con su magnitud, la admisión de nuestro desvalimiento frente a él, desvalimiento material en caso de peligro realista y psíquico en el del peligro pulsional. Llamamos traumática a una situación de desvalimiento vivenciada. Tenemos buenas razones para diferenciar situación traumática de situación de peligro. La situación de peligro es la situación de desvalimiento, discernida, recordada y esperada. (p. 155)
La angustia es la reacción originaria frente al desvalimiento en el trauma, que más tarde es reproducida como señal de socorro en la situación de peligro. (p. 156)
En 1933 agrega: “Lo temido, el asunto de la angustia es en cada caso, la emergencia de un factor traumático que no pueda ser tramitado según las normas del principio del placer” (p. 87).
En el trabajo Acerca de la angustia en Freud, Lacan y Winnicott (Canteros, 1998), propuse que la angustia como vivencia de desvalimiento en la situación traumática permitía repensar las angustias primitivas en Winnicott, como nuevas versiones de esa situación aportando una mirada enriquecedora, un espesor metafórico al concepto freudiano de gran riqueza para el trabajo clínico. Este sería un primer enlace entre el concepto de angustias primitivas y angustia traumática. Primer enlace con el pensamiento freudiano.
En ese trabajo incluí en el interjuego lo que considero la versión de desvalimiento traumático en Lacan. En mi lectura, Lacan continúa el giro en el pensamiento freudiano que lleva a la formulación de que la verdadera angustia de castración se da ante la castración de la madre. A partir de este giro desarrolla sus ideas acerca de la Castración del Otro simbólico, concepto que en este autor marca el fallo estructural del orden simbólico, y la asechanza también estructural del Más allá del principio del placer. Para decirlo en términos freudianos, el sempiterno acecho del Padre Gozador ante los fallos estructurales del Padre de la Ley de Tótem Tabú.
Volviendo a Freud, en la primera formulación la castración recae sobre el sujeto, pérdida del pene; en la segunda, la castración recae sobre el Otro materno. La castración de la madre remite al encuentro con la madre pulsional. Ahí aparece la angustia. Dentro de la primera acepción distinguimos la angustia de castración, como propia del terreno del complejo de Edipo correspondiente a la etapa fálica, en el que se instituye el superyó. En cambio, en las angustias primitivas de desintegración, de intrusión, de separación corresponderían a los fallos en la constitución del narcisismo, efecto de traumas primarios por falla de sostenimiento previo al estadio edípico, y a la temática de la castración. Si incluimos la segunda acepción de castración, donde la castración se corre del lado del sujeto al lado del Otro, las angustias primitivas ligadas sin duda a la constitución del narcisismo, a sus fallos, no dejan de articularse a la cuestión de la castración y la irrupción de la pulsión como traumática, incluyendo la temática de la intrusión pulsional de la madre por ausencia de mediación simbólica en el psiquismo materno.
Este déficit de castración simbólica en la madre la llevaría a exponer al infans en un encuentro a destiempo con la Castración del
Otro 6 . Este encuentro incide en la estructuración psíquica, en la constitución del velo simbólico imaginario (Lacan), en la estructuración del narcisismo, generando efectos de escisión, afectando la instauración de la represión primaria (Rousillon) fundante del Inconsciente. Dejo planteado este tema que puede dar lugar a interesantes reflexiones.
Si nos remitimos al entorno social, el discurso social actual coincide con esta figura de la castración del Otro simbólico, de la legalidad y su función de sostenimiento social. Estamos a merced de quedar en posición de objeto ante el goce del Mercado, ante la sobrecarga de estímulos inasimilables, efecto de las nuevas tecnologías, de los medios y de una compleja serie de fenómenos políticos y económicos, frente a los que podemos quedar expuestos a situaciones de desvalimiento traumático 7 .
Otro aspecto a considerar es la incidencia de los medios en una particular modalidad del tratamiento del dolor humano. Éste es alternativamente exhibido, ocultado y silenciado. Las imágenes del terrorismo y la guerra con Irak son un ejemplo de la “globalización” de este tratamiento del dolor humano, de su manipulación. Nos hallamos ante un vacío de la función de validación empática del dolor 8 , a la vez que padecemos sus efectos. Esta situación contribuye al incremento de la amenaza de desvalimiento traumático.
La angustia en la clínica
Ante este marco epocal, ¿cómo repensar la cuestión de la angustia en la clínica? ¿Qué hace un analista en su clínica ante la angustia? A veces, nos encontramos con pacientes que sienten intensas angustias. Otras, con la ausencia de angustia como afecto vivenciado por el paciente y el registro de la angustia del lado del analista, soportado a través de la contratransferencia, como sucede en las patologías de escisión, en la obra de Winnicott, y como aparece en el terreno de la psicosomática.
¿Qué hace un analista ante estas situaciones? ¿Interpreta sentidos? ¿Introduce construcciones a través de la palabra? ¿Verbaliza el registro afectivo nominando el afecto? ¿Interviene de otros modos ante este registro, además de verbalizar o, a veces, en lugar de verbalizarlo?
Desde diferentes líneas teóricas dentro del psicoanálisis, entre las que se inscriben Winnicott y Lacan, ante ciertos desafíos clínicos donde aparece la angustia del lado del analista, nos encontramos con un quehacer del analista que puede incluir o no la palabra pero, en tal caso, no en tanto su valor como vehículo de un sentido reprimido o construido. Dentro de esta línea de intervenciones, encontramos las ideas acerca del acting y el acto analítico en Lacan y las de sostén, manejo y confiabilidad del marco en Winnicott, ideas entre las que he trazado un puente en capítulos anteriores.
Recordemos que Winnicott en la conducta antisocial invita a detectar la esperanza contenida en la agresividad o molestia del antisocial, que busca recuperar los cuidados hogareños del sostén arrebatado. Un sostén vivenciado y que fue abruptamente perdido en un momento madurativo en que se esboza la capacidad de registrar la deprivación ambiental. Ante estas situaciones postula el valor del manejo, que consiste en ofertar un sostén firme que sobreviva a los embates de agresividad. Lo esencial es recuperar la confiabilidad del marco a través del manejo adecuado. Esta capacidad de manejo dependerá del modo de tramitación de la angustia del analista ante estos desafíos.
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