Madre medio ambiente, que permite la experiencia de “omnipotencia primaria”, base de la capacidad de ilusionar, crear y de confiar, de sentirse mago y hacedor de su mundo, y de que la vida se torne real y merecedora de ser vivida. Valor estructurante de la omnipotencia que vela la indefensión . Si hay fallos ambientales en estos tiempos fundantes de dependencia absoluta, donde la posibilidad de ser depende de la posibilidad de depender, hay aniquilamiento en vez de integración, y el bebé se ve mandado a reaccionar ante los estímulos externos y pulsionales que se tornan intrusivos y traumáticos. La intrusión, el reaccionar y el aniquilamiento serían a mi entender la reformulación del desvalimiento y el trauma en Winnicott.
En este estado de desvalimiento por fallas primarias de sostenimiento, la idea de trauma se torna emergencia de las angustias inconcebibles: “caer para siempre”, “despedazamiento”, “falta de relación con el cuerpo”, “falta de orientación”. Winnicott nos aporta la perspectiva de lo que el Gran Otro primordial, la madre, puede hacer para velar el desvalimiento y el trauma en los primeros momentos postnatales. Nos brinda así un modo de pensar las condiciones de posibilidad de constitución del velo simbólico-ima-ginario en Lacan. La función estructurante dada por la experiencia de omnipotencia primaria sería un antídoto del desvalimiento y del trauma.
Así como mediante esta capacidad de ilusión, resultado de la adaptación activa de la madre al gesto espontáneo, el infans ingresa al mundo de manera que se “adueña de la situación creándola”, donde el uso del objeto transicional refuerza esta vivencia de ser dueño de su experiencia. Podríamos decir que la transicionalidad posibilita subjetivar la experiencia. Siguiendo a Lacan, permitir esta ilusión funcionaría como un resguardo relativo a quedar en posición de objeto arrojado al goce. Esta experiencia velaría el objeto “a” de Lacan que debe permanecer velado y alojado en el deseo.
La angustia como señal la encontramos en Winnicott cuando ya hay dependencia relativa, conciencia de la dependencia, constitución de un “yo soy”; entonces la angustia emerge como señal y como producto de esta misma conciencia de dependencia. Esto en relación a la clínica, nos brinda valiosos aportes: tener en cuenta la dependencia y su valor en el tratamiento psicoanalítico; la vulnerabilidad del ego para evitar realizar “interpretaciones inteligentes”, pero que tendrían efecto de trauma si el paciente no está en condiciones de “crearlas al hallarlas”; y el uso de los fallos del analista para que emerjan en la transferencia esos traumas tempranos, fallos que pueden ser registrados y hablados por el paciente, dado que ahora él está presente y que en el fallo original fue aniquilado.
Winnicott nos aporta un tercer espacio, el espacio transicional que tiene la originalidad de centrar la mirada en “el entre” y lo que allí se produce como creatividad, juego, metáfora. Creemos que esta idea puede ser pensada también como un aporte epistemológico. La condición esencial para la constitución de la transicionalidad es para Winnicott la posibilidad de “Tolerar la paradoja”. ¿En qué consiste tolerar la paradoja? Para Winnicott es una cuestión de mirada de posicionamiento respecto de la pregunta que no debe formularse en términos de lógica de oposiciones. La propuesta es utilizar este posicionamiento al poner en relación las ideas de: trauma, la emergencia de lo real, aniquilamiento y angustias inconcebibles, como tres versiones de la angustia como testimonio del desvalimiento. Si las abordamos como conceptos, desde una lógica de oposiciones, delimitamos sus diferencias, tarea que es indiscutiblemente fructífera y necesaria.
Propongo otra alternativa no excluyente. Abordarlas en una “puesta en relación”. Si nos preguntamos qué se genera entre trauma, presentificación de lo real, intrusión, reacción y aniquilamiento, podemos pensar que se produce un efecto metafórico, lúdico, una apertura a una multiplicidad de sentidos. El sentido de cada concepto no se pierde, pero sí puede enriquecerse con los matices que le aporta este inter-juego. Adquieren en esta puesta en relación un “espesor metafórico” que considero de valor para el trabajo clínico.
He encontrado en el filósofo contemporáneo Richard Rorty, una perspectiva que considero afín a estas consideraciones. Este pensador propone el cambio de lo que considera viejos léxicos, donde se jerarquizan perspectivas de carácter metafísico tales como el descubrimiento de lo verdadero y lo falso, como el fundamento de la búsqueda del pensamiento, por un nuevo léxico donde las teorías adquieren el carácter de descripciones o de creaciones metafóricas realizadas por una persona a partir de sus determinaciones y contingencias. Encuentro que esta perspectiva desacraliza las teorías para que éstas pasen a configurar “conmovedores intentos humanos de recrear viejos interrogantes”. Desde esta óptica, estas versiones en torno a la angustia se vuelven conmovedores testimonios de cómo cada autor se encuentra, bordea, atraviesa la angustia en su práctica. Nos transmiten más que un saber una sabiduría singular producto de su singular trayectoria.
Quiero destacar el hecho de que, a partir del inter-juego propuesto, la angustia, afecto, testimonio y reminiscencia del desvalimiento, aparece en estos autores como fundamentación de un quehacer del analista que trasciende su función interpretativa del deseo inconsciente. En Lacan esto último fue llamado clínica de la angustia, clínica de lo real, donde la posición del analista que ha atravesado la angustia es el verdadero operador eficaz en el proceso, según lo acredita el ejemplo de Margaret Little. En Winnicott podemos encontrar esto en sus formulaciones en torno a la capacidad del analista de discernir cuándo interpretar un deseo y cuándo escuchar la necesidad en términos de lo que él llama “necesidades del ego”, en sus conceptos de utilización de los fallos del analista para acceder a los fallos primarios y a las angustias impensables. También, en su idea de sostén y manejo en el tratamiento de la conducta antisocial, tema que considero interesante de pensarlo en relación con los desarrollos de Lacan respecto del acting-out.
Si destacamos en la angustia su carácter de afecto ante la ausencia de recursos, vemos como su inclusión en el proceso de un análisis convoca al desafío para el analista cuando se encuentra sin recursos consabidos, cuando su clínica lo enfrenta al ejercicio de la creatividad, a su posibilidad de jugarse en el inevitable “acto o gesto espontáneo” que todo proceso analítico demanda. Se abre un campo de indeterminación del quehacer psicoanalítico más allá del trabajo con el determinismo inconsciente. Si las teorías, el saber consabido, es utilizado para obturar la angustia en el quehacer clínico, no hay lugar donde, a partir de ésta, cada analista cree su propio acto, recreando el psicoanálisis en su práctica, condición imprescindible de su eficacia y autenticidad.
Concluiremos con una cita de Freud (1926): “Cuando el caminante canta en la oscuridad, desmiente su estado de angustia, mas no por ello ve más claro” (p. 92). La apariencia de contradicción (referido a las teorizaciones) es que tomamos rígidamente unas abstracciones y destacamos de lo que sí es un estado de cosas complejo, ora un aspecto, ora el otro.
FUNCIÓN ANACLÍTICA Y DESTINOS PULSIONALES ANTE LOS DESAFÍOS DE LA CLÍNICA ACTUAL
El psicoanálisis inaugura la idea de inconsciente como un desconocimiento estructural humano. A la idea de desconocimiento y de división subjetiva se agrega la de que el desconocimiento apunta a deseos sexuales perversos polimorfos. La asociación libre configura el dispositivo de acceso a esos deseos reprimidos. Los sueños y actos fallidos son la vía regia de acceso a esa dimensión deseante que es puesta a trabajar en el análisis. En este contexto, psicoanálisis es hacer consciente lo inconsciente, llenar las lagunas mnémicas, adquirir un saber referido a los deseos sexuales inconscientes.
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