Según nos contó su mejor amigo Pablo, nadie tuvo palabras para contestar a sus insultos, y prefirieron guardar silencio antes de recibir nuevos ataques de aquel neurótico compañero que, gracias a lo mucho que leía, tenía respuesta a todo lo que se le pudiera decir, y bien se le podía calificar como maestro en el arte de discutir.
Dejé de escribir, pues nunca había estado escribiendo durante tanto tiempo seguido como ese día; y la mano ya comenzaba a dolerme, como si se opusiera al ejercicio y deseara revelarse contra el cerebro que le ordenaba seguir escribiendo.
Yo lo podría nombrar maestro en muchas mañas. Escribir era algo que a él si se le daba muy bien. Lástima que nunca publicó nada —consideré al recordar que el primer libro de reflexiones que escribió, lo quemó días después de terminarlo, porque, después de leerlo, percibió que contenía mucho de su propia vida. Lo hizo contradiciendo lo que siempre afirmó, que “el arte realmente refleja al espectador y no al artista”. Frase que, según supe recientemente, extrajo de su lectura favorita.
Del borrador quemado del libro de Darío, el cual se llamaba Laberinto de mi vida, solo pude rescatar una página de entre las cenizas.
La transcribí en otro pliego lo más exactamente posible, con sus palabras, y la guardé ―susurré, mientras recordaba el lugar donde la había guardado—. Durante todo el tiempo que conviví con Darío, siempre creí conocer mucho de su vida, pero después de que me alejé de él para no influir más en sus decisiones, sobre todo cuando tuve la oportunidad de recordarlo y de analizar muchas de las cosas que compartió conmigo, pude darme cuenta de que en realidad guardaba muchos secretos que solo le contaba a la pluma y al papel cuando escribía sus ideas y sus pensamientos, y que nunca los compartió con nadie más —me dije con tristeza.
Busqué entre las cosas que tenía en la mesa y no encontré ese pliego de las reflexiones de Darío en todo el montón de remembranzas. Me levanté una vez más de la incómoda silla y fui hasta el secreto lugar donde guardaba algunas insignificantes cosas. Busqué el famoso texto que había sido rescatado del fuego, escrito por Darío cuando tenía quince años, y, al encontrar la copia, la llevé hasta la mesa. Desdoblé el papel y comencé a leerlo.
«Laberinto de la vida
»No sé qué pensar de la vida, no sé qué decir del amor. Creo que todo ocurre de una manera tan predecible, pero al mismo tiempo es tan difícil adivinar el futuro. En pocas palabras, hoy me doy cuenta de que vivimos en medio de la confusión.
»La vida es un laberinto que tiene pasadizos tan parecidos unos a otros, que, cuando menos lo piensas, sientes que ya estás en el mismo lugar de nuevo; pero luego analizas bien tu localización o la situación, y te das cuenta de que, quizá, sí estás en el mismo sitio, pero ahora te encuentras del otro lado y es tan parecido que no sabes ni cómo llegaste hasta ahí.
»En un laberinto común tal vez puedes regresar y es posible volver a estar en el mismo lugar. Pero en el laberinto de la vida esto es prácticamente imposible ya que el tiempo y el actuar de las personas son fatalmente irreversibles.
»Esto nos hace pensar que la vida solo tiene una dirección, y es hacia el futuro que también es incierto, ya que lo único real y palpable en el tiempo es el momento del presente. Creo en la ley de causa y efecto, porque el pasado permanece en la memoria humana como recuerdos que nos permiten analizar la causa de lo que acontece en el presente, que es el efecto; y gracias a esta reflexión, podemos cambiar conductas que pueden tener consecuencias malas en el futuro cuando esto todavía puede ser posible, ya que existen efectos no tan graves que pueden servir como lección de vida, aunque también hay efectos que te dejan un aprendizaje. Pero, al mismo tiempo, son tan profundos que de nada te sirve hacer lo imposible para cambiar las cosas, ya que no solo modificaron tu presente sino que dejan marcado tu futuro para siempre.»
«Darío Reyes.»
Mientras leía, muchos recuerdos se apoderaron de mí, y algunos capítulos que ya había olvidado de mi vida con Darío volvieron a la memoria como imágenes vivas que se fueron reconstruyendo poco a poco hasta completar toda la historia que ya se creía perdida en el tiempo. Entendí que la personalidad de ese bello joven era única, y por eso fue que en tan poco tiempo había logrado enamorarme profundamente de él.
Desde que lo transcribí en este papel y lo guardé cambiándole únicamente el título para que no se confundiera con mi propia filosofía de vida, nunca lo volví a leer hasta el día de hoy, que he decidido sacar todos sus recuerdos para buscar la clave de su misterio y resolver muchas dudas que ahora surgen al interior de mi cerebro, como microorganismos que se reproducen disparatada y velozmente —me dije a mí mismo, al percatarme de lo fácil e interesante que era recordar todo con la ayuda de un texto que antes creía insignificante.
Y pensar que esto fue lo único que quedó de ese libro que escribió Darío cuando tenía apenas quince años —recapacité—. ¿Qué otras cosas tan tergiversadas no ha de haber escrito? ¿Qué más reflexiones tan sugestivas pudo haber plasmado en ese libro? —me pregunté arrepentido de haberle permitido quemar sus escritos; ya que, de haberlos guardado, seguramente en ese momento me serían muy útiles para reconstruir el pasado y encontrar el motivo de su partida. Pues, al volver a leer ese pequeño fragmento, me quedó muy claro que Darío no solo era una persona muy madura cuando yo lo conocí a sus diecisiete primaveras, sino que ya lo era desde mucho antes.
Volví a introducir el texto en el secreto lugar junto a las demás cosas sin significado, y regresé a la silla de aluminio. No me gustaba porque se enfriaba rápidamente, pero era la única que tenía cerca. Así que me senté sin importarme el disgusto, y tomé la pluma para seguir narrando en mi cuaderno. De pronto, me llené de rabia con Darío por haberme dejado solo en ese caos, y comencé a escribir de forma satírica lo que opinaba sobre la reflexión recién leída.
Estas palabras lo único que me dicen es que Darío siempre ha sido una farsa y que su filosofía de vida son puras contrariedades, ya que hoy podría estar diciendo una cosa y el día de mañana se le podía ver haciendo lo contrario con todo el cinismo y la incoherencia que lo caracterizaban.
Creo que Darío fue muy drástico al definir de esta manera “las leyes de la naturaleza”; ya que malinterpretó el principio de causa y efecto, pues lo que se tiene que modificar no son las actitudes en primera instancia, sino los pensamientos; y al cambiar la forma de pensar por una más positiva, entonces todo se transforma.
Darío también fue muy pesimista al decir que hay causas que provocan un efecto eterno, ya que todo lo que somos en el presente fue causado por uno o muchos pensamientos del pasado, y lo que pensemos hoy de forma positiva o negativa, sin duda impactará en el futuro de la misma manera.
Entonces, obedeciendo al principio de mentalismo que dice que el universo es mental, y al combinarlo con el de causa y efecto, podemos llegar a concluir que si el origen de todo lo que existe es un mal pensamiento, también puede ser posible cambiar todo lo que no nos agrada de la vida con un simple pensamiento positivo.
Podemos borrar todo lo malo de nuestro mundo y comenzar a dibujar un futuro diferente que sea más agradable, que nos guste y que nos haga felices. Esto es lo que los hermetistas llamarían “transmutación mental”, la cual puede modificar cualquier circunstancia en la medida que uno pueda creer que es posible; debido a que la fe es el motor y el combustible que la impulsan a generar lo que los escépticos llamarían “milagros”.
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