David Jiménez Palacios - Motivos para llorar

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En un mundo lleno de injusticias para la comunidad LGBTQ+, tras la muerte de su novio, Isidro escribe un diario apasionante que muestra oscuras revelaciones. En el fervor de la intriga comienza a descubrir verdades que otros no ven. Con el corazón roto, enfrenta la vida con valentía. Aunque su novio siga danzando por el cielo, Isidro nunca lo dejará de amar. Impotencia, dolor, y tristeza o plenitud, felicidad y alegría, ¿Cuál es tu motivo para llorar en la vida?

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Y digo que los escépticos, porque no son capaces de creer que lo que produjo tal cosa que creían imposible no es nada sobrenatural, sino el poder divino de un pensamiento que está en la mente del beneficiario de la fe, el cual puede ser tan insignificante como ellos lo consideren.

Eso fue lo que le faltó a Darío para transformar su mundo. Creer en sí mismo, dejar de pensar que existen cosas irremediables y aprender que lo que piense y crea en el presente será el efecto de su futuro, por más irracional que parezca.

Me sorprendí de mí mismo por haber hecho aquel análisis crítico de los pensamientos de Darío; y también debido a que, por única vez, no estaba de acuerdo con su postura. Pues antes, todo lo que me decía me parecía tan cierto y tan perfecto que no me atrevía siquiera a cuestionarlo. Para poder emitir una opinión personal de lo que Darío decía en sus pensamientos, primero tuve que leer algunos de los libros que él había consultado y analizado anteriormente; por lo que quise buscar entre sus cosas y seguir leyendo más sobre esos inverosímiles temas que le fascinaban, como la metafísica y otras ciencias nombradas ocultas o herméticas. Sin embargo, sentí que ya me había desviado de la cronología del relato, así que me regresé a leer lo que tenía escrito en el cuaderno antes de leer el “laberinto” de la vida de Darío. Me ubiqué en la visita que me hicieron esos tres jóvenes en mi fonda después de varios meses de haberlos conocido, y continué escribiendo lo que pasó a posterior.

Después de aquel día en que me visitaron en el mercado y almorzamos juntos ese pozole, al día siguiente llegó Darío solo y se pasó hasta la parte de atrás del negocio, donde yo me encontraba lavando unos trastes. Me sorprendió su rostro de preocupación, pero también me dio mucho gusto verlo.

—Hola —me dijo—. Sé que no me esperabas, pero he venido a decirte algo muy importante.

—¿Qué pasa? Me asustas —le contesté—. Nunca nadie entra a mi cocina. Perdón; no te esperaba.

Dejé los platos sin terminar y rápidamente le ofrecí una silla para que se sentara a exponerme el motivo de su visita.

—Necesito que me ayudes. Tengo un problema muy grave, es de vida o muerte. Por favor, préstame tu carro —me dijo, mientras se me acercaba, haciendo a un lado la silla hasta que se situó frente a mí; apenas a unos pocos centímetros y me tomó de las manos.

—Pe-, pe-, pero… —tartamudeé mientras dudaba por un instante, y las palabras no lograban salir de mis labios. Apenas lo conocía. Era la tercera vez que lo veía en mi vida, así que no me inspiraba mucha confianza.

—No digas nada si no sabes qué decir. Estoy harto de pretextos superfluos y excusas insípidas. Conozco perfectamente a la gente que desconfía, y tú ya lo dudaste durante mucho tiempo. Recuerda que me debes el favor de no haberte denunciado cuando me atropellaste, y estuviste a punto de matarme.

Se alejó dándome la espalda.

—Pero si tan solo me salvaste llevándome al hospital aquella vez para mandarme a la muerte el día de hoy. Gracias de todos modos. Tal vez el destino me tenía preparada una muerte peor.

—¡Espera! —le dije antes de que se retirara—. ¿Adónde quieres ir? —pregunté, mientras buscaba las llaves en mis bolsillos.

—¡Yo no sé manejar, imbécil! —me dijo, dándose la vuelta y viéndome fijamente a los ojos sin parpadear—. Necesito que me lleves tú.

—Pero tengo clientes allá afuera y estoy solo en el negocio.

—Pues pídeles que se vayan y cierra —sugirió acercándose a mí nuevamente—. ¿O acaso crees que el dinero de tus clientes es más importante que volverme a salvar la vida?

Se acercó hasta mi oído y me dijo en voz baja:

—Se te recompensará lo triple; por eso no te preocupe. ¡Recuerda que el destino no se queda con nada!

Hice lo que me pidió, y lo llevé hasta donde me dijo sin hacer preguntas. Creí haberme ganado su confianza con aquel favor y no volvió a tocar el tema mientras estaba con sus amigos.

Muy frecuentemente se veían llegar esos tres chavos a mi pequeña fonda para platicar conmigo y disfrutar de mis guisos. Creo que probaron de todas mis comidas, y muchas de ellas, como el pozole, las repitieron infinidad de veces. Cosechamos una amistad inaudita, pues ellos eran muy jóvenes en comparación conmigo; por lo cual, cuando la gente nos veía sentados en una mesa de la pequeña fonda, muchos incluso llegaban a creer que eran mis protegidos, mis sobrinos, o mis nietos. Pero yo los veía como el tipo de amigos que siempre quise tener en mi adolescencia. Sin embargo, había uno de los tres que estimulaba en mí algo más que el simple deseo de la amistad; un latente sentimiento de atracción, una sensación de paz interior que mantenía viva la esperanza en mi ser de que el amor quizá no estaba peleado con mi alma.

Cuando lo veía, sentía una especie de escalofrío en mi estómago que me hacía sonreír de satisfacción, como si me estuvieran haciendo cosquillas por dentro. Mis ojos se llenaban de brillo al escuchar su fluida voz, por lo que no pude ocultar mi conmoción durante mucho tiempo; y aunque todos se percataban de mi sentir, yo no hallaba la forma de exteriorizarlo, pues no tenía experiencia alguna en declaraciones amorosas. Mientras yo trataba de encontrar la manera de expresar mi pasión, la amistad siguió creciendo entre los cuatro.

Hablamos del destino y del amor muchas veces. En realidad, hablamos de muchos asuntos. Pero de lo que hoy me doy cuenta es que todas nuestras conversaciones de siempre, se resumían en solo cuatro temáticas distintas; política, religión, sexo y amor.

Al parecer, Darío se cansó de que yo tan solo desperdiciara el tiempo, y tuvo que ser él quien tomara la iniciativa al darme aquel primer beso con el cual pude comprobar que no era yo el único que deseaba comenzar una bonita relación, y así fue como comenzó todo.

Comenzamos una relación maravillosa. Al poco tiempo, él se fue a vivir conmigo. Al principio, alegró mis días. Luego, me extorsionó y desquició mi destino. Cambió mi estilo de vida y mi concepto de dolor. Finalmente, me abandonó, haciéndome derramar infinidad de lágrimas por diferentes motivos; y hasta hoy sigo sin comprender por qué tuve que haberlo conocido.

Yo era mayor, y se suponía que debería estar tapizado de experiencia. Pero era Darío quien sabía tanto de amor, que no entiendo por qué, en su última carta, comenzó diciendo que no lo comprende.

“Hay cosas en la vida que no puedo comprender y que creo que nunca lograré razonar. Una de ellas es el amor” (Darío Reyes) —repetí la frase mentalmente, al mismo tiempo que recordaba con horror la última imagen de Darío depositada en mi memoria.

No sabía de qué manera iba a plasmar la descripción de aquel hecho. Ni siquiera tenía el valor de imaginarme el momento en que tuviera que describir textualmente aquella escena. Tal vez no podría hacerlo; pero, por el momento, debía continuar.

Aún quedaban algunos datos interesantes de mi vida con Darío que deseaba escribir. No era una historia muy agradable, pues todo ese deseo, esa ilusión mía de amar a alguien y compartirlo todo con esa persona, en poco tiempo se transformó y pasó de ser mi fantasía a una pesadilla.

Puede ser que Darío también haya sufrido igual que yo con esa relación. No obstante, eso solo lo sabía él mismo, y la única forma de que tal vez yo pudiera descubrirlo era terminar de plasmar todos mis recuerdos en aquel cuaderno.

No estaba muy seguro de lograr mi objetivo de entender los motivos de todos los que sufren y con ello mis propios motivos para llorar. Quizá solamente me acercaría a la verdad, o tal vez únicamente me confundiría más sin poder entender nada de nada. Mas, en ese momento estaba muy inspirado y tenía mucha información en mi cerebro deseosa de ser escrita. Así que proseguí narrando.

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