Al ver que habían caído más lágrimas sobre el inocente retrato, lo dejé nuevamente sobre la mesa y agaché mi cabeza para a secar mi rostro con la playera que traía puesta. Después, seguí hablándole a Darío, aunque sabía muy bien que él no estaba presente, pues en esa casa hacía tiempo ya que vivía solo conmigo mismo.
Forjé tu temperamento con tus ideas, como lo hace un mal crítico de patrañas. Comencé a relacionar lo que decía el texto con una personalidad tuya muy diferente a la verdadera. Construí un Darío con un carácter distinto, y te juzgué antes de tiempo y sin conocerte; igual que los peores críticos. ¡Me equivoqué!
Dejé de llorar y reflexioné en silencio antes de seguir trazando palabras sobre la superficie blanca.
No estaba mirando en sus letras lo que realmente era, sino lo que yo quería ver —pensé—, pues pareciera como si el texto de Darío fuera el espejo habitual que todos conocemos. Pero, objetivamente, era algo extraordinario, ya que quien busca la personalidad del autor a través de sus frases, termina por reflejarse a sí mismo tal cual es íntimamente, y lo que describe en su análisis son sus propias características.
Una persona como la que yo imaginé al leer aquello jamás hubiese hecho lo que él hizo. En realidad, era completamente distinto a lo que yo creí. Esa fue la primera de las muchas equivocaciones que tuve con Darío, y como todos los errores tienen un precio, no me quedó de otra que pagarlos uno por uno hasta la eternidad.
“No se puede juzgar a las personas por lo que escriben”, repetí mentalmente lo que dijo su escritor favorito. Lástima que muy tarde me pude dar cuenta de la autenticidad que encerraban esas palabras.
Después de reflexionar y llorar un momento, proseguí con la escritura de mi relato en el cuaderno, nuevamente dirigiéndome a Darío, aunque él nunca leería esas líneas.
No supe cuánto tiempo estuve frente a tu pensamiento, Darío, pero, al analizarlo, me pude dar cuenta de que realmente valías mucho como persona porque eras especial y diferente a los demás.
Quise comenzar una amistad contigo, pensando que podía aprender muchísimo de ti, pero algo me dijo que no te interesaba lo mismo. Me percaté de que me encontraba solo en medio de la nada, ilusionado, sin ser correspondido.
El único ruido que se escuchaba era el de los perros que ladraban a lo lejos y el silbido de los grillos que anunciaban la hora de retirarme y resignarme a pensar que tal vez tus palabras no tenían tanta trascendencia como a mí me parecía.
Así que encendí el carro y me fui a mi casa, donde escribí unos versos para ti antes de dormirme; y recuerdo claramente que esa noche soñé contigo.
Después de haber sufrido tanto y de haber pasado por algunas decepciones amorosas con mujeres que ni siquiera me gustaban, pero que abordé solo para complacer a mi padre, aquel día comencé a sentir que en mi corazón estaba naciendo una nueva ilusión; una emoción que desearía no haber sentido nunca pues, más temprano que tarde, pagaría.
Suspendí por un momento la escritura para buscar entre mis recuerdos lo que escribí aquella noche. Me alejé de la mesa y lo primero que hice después de estirar mi cuerpo, fue cerrar las cortinas, pues la luz del día que se filtraba por la ventana encandilaba mis ojos que estaban muy irritables; no sé si por la concentración en el ejercicio de escritura, o por todo lo que habían llorado en las últimas horas.
Esculqué en distintos lugares dentro de mi habitación hasta dejar todo revuelto, porque ya no recordaba exactamente el lugar donde había guardado aquel poema que escribí la noche en que conocí a Darío.
Seguí buscando desesperadamente con ansias de satisfacer mi curiosidad y, al encontrar el arcaico papel dentro de un sobre cerrado que se encontraba en medio de un libro de cuentos, me dispuse a leerlo, con dificultad, pues algunas palabras ya estaban un tanto borrosas.
La vida en tus ojos existe; mi vida en ti se inspira
Para Darío
Si la vida es satisfacción,
entonces conocerte es vivir.
Si pudiera dedicarte una canción,
creo que no sabría cuál decidir.
Una melodía que hable de amor para ti,
desde mi punto de vista, todas lo harán.
Aunque la mejor es la que escuché cuando te conocí:
Me recuerda tus ojos, que no sé qué tendrán.
Mi vida eres tú, lo digo con emoción,
porque tú eres quien me inspira a escribir;
Realmente tu voz le dicta a mi corazón
y es tu presencia, lo que lo hace latir.
El verde es vida dentro de tus ojos,
me gusta la sangre roja que tiñe tus labios.
Para mí son los colores más hermosos:
El verde, el rojo, el lila y varios.
Te gusta la música, te gusta bailar,
eres el lado artístico de la expresión.
Yo quiero contigo estos versos cantar.
Espero te gusten, son el producto de tu inspiración.
Al terminar de leer, mis pupilas, al igual que mi memoria, se cargaron nuevamente de melancolía. Doblé el papel y lo metí en el sobre; pero esta vez no lo guardé en medio del libro, sino que me lo llevé hasta la mesa donde ya tenía otra colección de recuerdos y textos encontrados durante la anterior búsqueda, especulando que posiblemente me servirían para seguir redactando esa triste historia. Tomé la pluma, y colmado de inspiración hasta la máxima capacidad, como un vaso repleto de agua hasta la superficie que está a punto de derramarse, proseguí escribiendo.
Al día siguiente quise ir a buscarte, pero no me sentí tan seguro. Así que dejé que el destino se encargara de cumplir su capricho, como tú decías.
Llegué a creer que tenías razón en cuanto a que “las cosas pasan por algo”, y que ese algo se llama destino, quien siempre está atento para hacer que las cosas sucedan de acuerdo a un plan divino previamente escrito por los dioses que habitan en un lugar desconocido entre el cielo y la tierra, desde donde gobiernan y guían las pequeñas voluntades de los hombres de este planeta y de misteriosos seres que habitan en otras galaxias.
Ese pensamiento infantil tuyo, lleno de fantasía y seres mitológicos, combinado con tu seguridad y la convicción con la que decías las cosas, hacía que hasta el más incrédulo llegara a pensar que todo aquello que alucinabas tenía un poco de certeza.
“El destino”, un tema difícil para personas difíciles; humanos pensantes que pueden opinar casi sobre cualquier cosa. Muchos aseguran no creer en el destino y se les puede oír hablar de ello con mucha seguridad. Esas mismas personas son las que están atentas frente al televisor a la hora de los horóscopos, no salen de viaje un martes trece, y si así lo hacen, tratan de no pasar por debajo de una escalera o de no hospedarse en un cuarto de hotel con el número que a su consideración es de mala suerte. Es así como nos damos cuenta de que esa palabra mágica, que algunos sabemos fue inventada para manipular a los más débiles de mente, ha logrado su objetivo, incrustándose en la sociedad, y a lo largo de la historia sigue formando parte de nuestra cultura.
Un día, platicando con un maestro, le pregunté lo que opinaba acerca del destino, y me contestó que él creía, como yo, que el destino es algo que cada ser humano se construye con sus acciones y con su trabajo. Pero también dijo creer que, en el caso del amor, pensaba como tú, Darío. Que era cuestión de algo sobrenatural, ya que en su experiencia personal, la mayoría de sus parejas las había encontrado por alguna razón enigmática, por algo que, sin buscarlo, siempre lo llevaba a conocer a la persona indicada en el momento correcto, en la situación perfecta, en el lugar conveniente, con las características ideales, con la música adecuada, con el universo a favor de la pareja magnífica, y con el mundo enaltecido por poder dar la oportunidad de ser felices a dos seres dispuestos a enamorarse.
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