Mamá se las veía duras para cubrir los gastos del hogar, mientras mi padre se daba el lujo de derrochar su dinero sin pensar en el hambre que teníamos que pasar todos sus hijos. Sin importarle, invitaba a sus amigos: el vicio, los juegos y las mujeres.
A causa del alcohol perdió su trabajo en el taxi, dejó deudas hasta para el más pequeño de sus descendientes, y tuvo el mismo fin que su hermano Gilberto: murió dolorosamente a causa de la cirrosis hepática.
Recuerdo muy bien su enfermedad, su agonía y su muerte. Esa vez lloré de lástima, aunque no sé por qué; pues él nunca se compadeció de nuestra desgraciada niñez y de la miseria en la que crecimos por su culpa.
Mucha gente lloró por la muerte de mi padre. Aun así, no puedo garantizar que todas las lágrimas que derramamos en su funeral hayan sido realmente sinceras.
Desde que era niño, han sido tres las únicas veces que he tenido la experiencia de llorarles a los muertos. Dos fueron en la infancia, y no cuentan tanto, porque ni siquiera tenía esclarecido en mi mente pueril el misterioso concepto de muerte. Además, ni mi tío ni mi propio padre eran dignos de mis lágrimas.
Crecí solo y así permanecí durante mucho tiempo. Cuidaba a mi madre, puesto que todos mis hermanos hicieron sus propias vidas y se alejaron. No es que no hubiese quien se fijara en mí, o que yo quisiera ser el acompañante o el enfermero de mi vieja madre por toda la eternidad. Solamente trataba de esconderme de algo a lo que le tenía miedo, aunque no pensaba que llegaría. Mi alma solitaria ya conocía el peligro que aquello, a lo que tanto temía, podría traer consigo.
Mi más grande miedo siempre fue la palabra amor . Me escondí en las faldas de mi madre durante mucho tiempo, porque no quería enamorarme de un ser femenino que, para mí, resultaba desagradable y poco atractivo. Tampoco deseaba guiarme por mis instintos, pues el sexo masculino siempre estuvo prohibido para mí.
Como la más miedosa de las pequeñinas me oculté en la cocina, y durante muchos años logré repeler el amor. Así que, cuando pensé que había dejado de perseguirme, apareció de golpe y se incrustó en mi madurez de una forma tan violenta que cambió mi vida, y luego se esfumó dejando mi corazón hecho trizas y más solitario que nunca.
Esa fue de las causas más significativas para que concurrieran lágrimas a mi vida. Lloré como nunca, lloré mucho, hasta quedarme dormido en mi lecho ermitaño.
Capítulo 1 El principal motivo para llorar en mi vida
Mucho tiempo después desperté repentinamente de un profundo sueño en el cual hubiese deseado permanecer para siempre. Al instante recordé claramente que, mientras dormía, había escuchado una voz proveniente de un lugar muy oculto en mi interior, que decía, haciéndome reflexionar:
«No sé dónde estoy ni quién soy. Me siento perdido en un mundo lleno de oscuridad, donde la única luz que existe es artificial, pero no es tan brillante como la natural. Sé que el estado de mi conciencia es parecido a la confusión mental o a la más desquiciada locura, porque no quiero sentir como lo hacen la mayoría de los seres humanos; y creo que desear arduamente la ausencia de sentimientos puede ser producto de la intensa mezcla de sensaciones que minutos atrás abrigué con gran fuerza.
»Como un objeto girando a velocidad infinita, que no tiene control sobre su movimiento, y que, aunque quiera, tampoco puede detenerse; así se encuentra mi mente. Y como el objeto que vibra y se mueve rápidamente dentro de su eje, parece estar en reposo desde otra perspectiva, igualmente yo puedo aparentar estar tranquilo ante la vista de los demás, pero la verdad es que me estoy muriendo de tristeza internamente.
»Pensar en el mañana es visualizarme desdichado y sin rumbo, cual barco perdido dentro del inmenso océano. Me imagino a mí mismo caminando lentamente en medio de una estrecha vereda cubierta de maleza; una travesía que huele a peligro y esconde las mortíferas trampas donde cualquier individuo puede quedarse atascado si es que no lo recorre con precaución y cuidado. No puedo concebir mi futuro de otra manera que no sea un porvenir pesimista y amargado.
»Hay un solo pronóstico de mi persona, y es similar al de un roedor envenenado y ahogado dentro del profundo canal de la melancolía, un espécimen condenado a sufrir y a llorar sin saber cuál puede ser la razón más lógica, entre miles de motivos, que le causan dolor y forzosamente extraen sus lágrimas para experimentar con ellas. Sé que pensar en lo que ayer ha sucedido es el principal motivo para llorar en mi vida hasta este momento; aunque sinceramente desearía estar loco, para poder dudar de la autenticidad de mis escalofriantes recuerdos.
»Quisiera huir de la realidad y eliminar todo lo malo que ha ocurrido en mi vida, pero ciertamente no es posible hacer eso, ya que se puede huir casi de cualquier cosa, menos de uno mismo. Preferiría dejar de sentir, y para eso es necesario no pensar. Mas no pensar solo podría lograrlo al negarme a existir, pero no puedo hacerlo; no debo dejarme influenciar por Darío, en esto no voy a seguirlo. Necesito regresar, buscar un camino diferente que me lleve de regreso al plano donde se encuentra la mayoría de la humanidad que se considera a sí misma como normal.
»Hay que enfrentar el dolor, lo sé; y si no tengo más remedio que llorar, entonces voy a recordar todo lo que ha provocado lágrimas en mi vida. No importa que al escarbar en mi pasado encuentre un motivo más. Tal vez, al comprender cada motivo, pueda dejar de llorar, si es que logro agotar todas mis lágrimas.»
No entendí por qué esa voz, que parecía provenir de mí mismo, decía cosas que no coincidían claramente con mi estado de ánimo; ya que, yo sabía perfectamente quién era Isidro Vázquez y cuál era la razón de esas dolorosas lágrimas que me hicieron caer en ese profundo sueño, del cual, una parte de mí hubiera querido no despertar jamás. Era como si una fracción de mi ser se hubiese escondido dentro de mí mismo, y desde un lugar muy recóndito en mi interior hubiese hablado para expresar su sentir, al apreciar lo que en el plano real solo es un deseo.
Mi abuelo decía que, conscientemente, todo ser humano le teme a la muerte; pero subconscientemente, es a la propia vida a la que le tememos. Por eso, cuando nuestro subconsciente logra rebasar a la consciencia, nace el insistente deseo de querer evadir la realidad, por lo que muchos se olvidan de sí mismos, otros se vuelven locos, y en muchos otros aparece el terrible deseo del suicidio.
Cuando niño, no entendía muy bien esta teoría de mi abuelo. Sin embargo, ero al experimentar aquella sensación de ser y no ser, de querer olvidar y también de recordar cada suceso, de anhelar continuar a la vez que mi propia voz me decía que era mejor terminar de una vez por todas con el sufrimiento de mi espíritu, comprendí a lo que se refería el anciano, y me percaté de la existencia de esos dos seres tan distintos que me complementaban o, tal vez, de los que yo formaba parte.
Lo primero que se me ocurrió para ubicarme en la realidad y salir del estado de confusión mental, similar a la locura, en el que me encontraba después de aquella última imagen tan aterradora de Darío, fue retomar lo que me recomendó la psicóloga Martha sobre sacar toda mi frustración por medio de un ejercicio de escritura o registro de todo lo ocurrido, como ella lo llamaba.
—Recordar el pasado, aunque nos duela, es algo que sí ayuda para superar algunos traumas psicológicos. Al menos a mí sí me ha valido de algo cuando tengo que buscar la solución de algún problema y también le ha funcionado a la mayoría de mis pacientes —recordé que me había dicho Martha, muy convencida al ver que yo me negaba a obedecerla por considerar ese ejercicio una pérdida de tiempo.
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