Danilo Martuccelli - El nuevo gobierno de los individuos
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Entre las teorías sociológicas del poder, sin ser la única, uno de los grandes méritos del análisis estratégico es el haber definido el poder tanto por la capacidad para preservar la propia imprevisibilidad de la acción como por la capacidad para restringir y prever el comportamiento de los otros, lo que genera un control diferencial a nivel de la incertidumbre de las acciones (Crozier, 1963; Crozier y Friedberg, 1977). La concepción estratégica del poder lo define así menos como una imposición que como una habilidad para superar obstáculos o resistencias. Esta perspectiva enfatiza la distribución desigual y asimétrica pero nunca verdaderamente monopolística del poder. O sea, el poder no es propiedad de nadie, siempre es de índole relacional. El poder es un permanente intercambio desigual. El poder, siempre en el marco de este paradigma, rara vez es la única motivación de la acción, pero en la medida en que actúan e interactúan con otros individuos, todos los actores se ven obligados a desarrollar estrategias para ampliar sus márgenes de maniobra.
Subrayemos lo que más nos interesa en el marco de este estudio. A diferencia de la autoridad y de su acento en el consentimiento conciliado, de la dominación y de su acento en la articulación estructural entre coacciones y obtención del consentimiento, el paradigma del poder estratégico pone el acento en los innumerables juegos de asimetrías relacionales que atraviesan la vida social. Algunos incluso se deshacen de las hipótesis más estructurales de la dominación con el fin de centrarse exclusivamente en estudios específicos de juego entre poderes asimétricos, de estrategias de intercambio desigual y negociado de recursos entre todos los actores, a través de una sucesión de acuerdos y compromisos locales, más o menos temporarios 6.
Como lo veremos a lo largo de este libro, no se trata ni de escoger entre uno u otro de estos paradigmas, ni mucho menos pensar que, de manera ecléctica, sus pertinencias analíticas varían en función de los ámbitos sociales. El problema que abordaremos es diferente: ¿cómo pensar el gobierno de los individuos en un mundo social marcado por una elasticidad irreductible? Es esta realidad primera y común lo que nos llevará a matizar la vigencia de la autoridad en las sociedades contemporáneas, describir la modificación de la primacía tendencial entre las coacciones y los consentimientos obtenidos en la dominación y dar cuenta de las dificultades interactivas en la que desembocan muchos juegos de asimetrías de poder. Pero lo haremos reconociendo en todos los casos la fuerza condicionante de las estructuras sociales. Cualesquiera que sean las asimetrías de poder en juego, las estructuras priman sobre los individuos, imponen restricciones y coacciones que exceden cualquier nivel de negociación (Courpasson, 2000). No todo es negociable en la vida social. En este punto el análisis de Karl Marx sigue siendo decisivo: en las sociedades capitalistas existe un desequilibrio estructural fundamental que enfrenta a los trabajadores libres (o sea aquellos que se ven obligados a vender su fuerza de trabajo) y los capitalistas (o sea aquellos capaces de comprar y organizar el trabajo) que, como grupo, imponen un orden social en su beneficio. Es solo dentro de esta diferencia estructural, en el marco de la cual los asalariados deben aceptar en sus horas de trabajo las directivas de los capitalistas, que pueden ser negociadas ciertas dimensiones.
Sin embargo, esta dimensión estructural por condicionante que sea opera en medio de una vida social marcada por una elasticidad irreductible y en donde las hetero-acciones son siempre posibles. Esta realidad da cuenta, como lo veremos en tantos capítulos, de los esfuerzos reiterados por proponer representaciones totalizadoras del orden social (de su eficacia, de su solidez) y la permanencia de tantas acciones heterogéneas. Como lo iremos viendo, el gobierno de los individuos no es nunca sistemático (si por esto se entiende la imposición sin desmayo de una lógica dominante), pero es siempre estructural, esto es, basado en condicionamientos diferenciales. El gobierno de los individuos se ejerce siempre en una vida social elástica, lo que invita a tomar distancia tanto de la tesis de una ideología o de un actor todopoderoso como de la tesis de actores comprometidos en la resistencia o en la revuelta, en favor de un conjunto de experiencias ordinarias de encuadre en donde la iniciativa irreductible de los individuos se desarrolla, con márgenes muy distintos, en medio del gobierno de los individuos y sin necesariamente la voluntad de revertirlo. Entre la imposición y la resistencia, existe un espacio irreductible para todo un conjunto heterogéneo de experiencias y acciones. El gobierno de los individuos navega entre grandes representaciones totalizantes y una multitud irreductible de acciones heterogéneas . Es la cohabitación ordinaria entre ambas lo que define el sempiterno problema del gobierno de los individuos.
IV. Gobernar en un mundo social elástico
Regresemos a la afirmación de La Boétie: nunca es fácil obligar o engañar a los individuos. Por un lado, a pesar de los esfuerzos sistemáticos por imponer representaciones unívocas en la realidad, la vida social está constantemente atravesada por una diversidad de visiones antagónicas y de acciones heterogéneas. Por el otro lado, a pesar de los esfuerzos permanentes por coaccionar a los individuos, los controles jamás operan de manera inmediata y sin desmayo en la vida social. Resultado: el gobierno de los individuos, por sólido y permanente que parezca, requiere de un constante trabajo de manutención.
Precisémoslo mejor. Una de las principales lecciones impuestas por los estudios microsociológicos es que la acción no es la reproducción fiel de un modelo sino una traducción local llena de escorias y diferencias. Abandonar por eso la veleidad por instaurar un lazo unívoco entre formas culturales hegemónicas y acciones sociales es la primera etapa para reconceptualizar el gobierno de los individuos. Sin embargo, y a pesar del grado de variación que cada una de ellas introduce, el conjunto de la vida social y las evidentes rutinas cognitivas se revelan demasiado fuertes como para que se produzcan sino muy lenta y marginalmente transformaciones importantes. El punto comienza incluso a hacerse consensual en la teoría social contemporánea, en donde se reconoce cada vez más el carácter abierto, contradictorio y heterogéneo de las formas culturales disponibles en toda sociedad. Los horizontes de representación no son jamás unívocos: lo importante es pues comprender (al contrario de lo que el tema del orden social afirmó durante tanto tiempo) la diversidad irreductible y permanente de significaciones en la cual se desenvuelve constantemente la vida social. Si lo propio del gobierno de los individuos es justamente tratar de canalizar y pre-orientar las acciones, imponiendo ciertas definiciones y excluyendo otras, esto nunca logra cerrar completamente o convertir en unidimensional la heterogeneidad posible de las acciones.
Como Émile Durkheim lo señaló desde el nacimiento de la sociología, no hay vida social sin coerciones. Pero si las coerciones son un rasgo ontológico de la vida social, es necesario deshacerse de la idea, central en él (y en la casi totalidad de los sociólogos posteriores), que las coerciones trabajan y se difunden de manera durable, uniforme y constante. Por el contrario, más allá de la diversidad de coerciones (objetivas, interactivas, simbólicas, interiorizadas, etc.), lo importante es entender que todas ellas tienen un modo operatorio particular: actúan de manera irregular (aquí y no allá); mediato (a través de un intervalo de tiempo más o menos largo, lo que complejiza la reactividad coactiva del entorno, como la que se da, por ejemplo, entre el pago de los impuestos y la capacidad coercitiva del aparato del Estado); transitorio (las coacciones se debilitan o se transforman y a veces dejan de actuar). O sea, las coerciones no son ni regulares, ni durables, ni permanentes.
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