Mark Victor Hansen - Caldo de pollo para el alma - Duelo y recuperación

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Caldo de pollo para el alma: Duelo y recuperación: краткое содержание, описание и аннотация

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101 historias de inspiración y consuelo para sobrellevar la pérdida, recuperar la fuerza, valorar la vida y encontrar nuevos motivos para alegrarse.Leer sobre personas que han atravesado por periodos de gran sufrimiento y que lograron salir adelante nos ayuda a enfrentar nuestras propias crisis. Perder a un ser amado, trátese de un padre, un hijo, el cónyuge, un hermano o nuestro mejor amigo, constituye una experiencia que todos compartimos. Estas páginas ofrecen consuelo y llenan al lector de la fuerza espiritual que necesita en tales circunstancias. Son testimonios reales de hombres y mujeres que sufrieron la muerte de alguien muy cercano y que consiguieron recuperarse, aceptar la pérdida y reencontrarse con la felicidad y el amor.Caldo de pollo para el alma… apoyo para los momentos difíciles.

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La vasija de depósito era octogonal y transparente. Una lámpara sencilla y elegante que sobresalía por cuenta propia. No necesitaba su pareja para ser espectacular. Mi madre la encontró poco después de mudarnos a casi cinco mil kilómetros de todo lo que conocíamos, después de que dejó a mi padrastro. Fue el primer objeto bello que compró para nuestro nuevo hogar sin el temor de verlo de pronto hecho añicos en el piso. En las noches difíciles, cuando estaba deprimida, se sentía sola o asustada, prendía la lámpara y se quedaba horas sentada hasta que conciliaba el sueño. Durante las largas y temibles noches en el punto álgido de un divorcio deplorable, se sentaba ahí hasta que el sol salía y el miedo extinguía el cansancio. Cuando descubrió las dos protuberancias del tamaño de una canica que tenía en la espalda, mamá encontraba solaz en las luces danzarinas e intocables detrás del vidrio, luces que brillarían para siempre si las alimentaba. La noche que le dieron el diagnóstico oficial de cáncer, me dejó ayudarla a prenderlas. La primavera después de la primera batalla de mi madre con el melanoma maligno, fuimos a una feria de artesanías a pasar el tiempo, sólo para ocuparnos en algo. Todavía estábamos esperando noticias de los doctores sobre los resultados de sus pruebas de seguimiento. Se sentía disminuida y necesitaba con desesperación hacer algo, cualquier cosa, que la hiciera sentirse normal otra vez. Y si no normal, por lo menos mejor. Todo lo que vimos en la feria es un recuerdo borroso para mí; estaba tan empeñada en verla sonreír, en no permitir que mi hermano nos viera dejarnos llevar por el pánico, que no creo haberme fijado en nada. Lo único que quería era hacerla sonreír. No había visto su sonrisa, no la había visto reír en meses, y lo echaba de menos. Determinada a seguir mi búsqueda, me adelanté a mi madre y mi hermano pequeño que estaban entretenidos recorriendo las mesas y las exhibiciones. No había ido muy lejos cuando algo me llamó la atención. El reconocimiento fue inmediato, una chispa que saltó un momento sináptico fugaz, del tipo que le eriza a uno los vellos de los brazos ante el sincronismo. En la mesa de exhibición se erguía orgullosa una lámpara, y no cualquier lámpara: era una lámpara de queroseno alta con una vasija de depósito octogonal. Me emocioné mucho y corrí frenética entre la muchedumbre hacia mi mamá. Ella estaba inspeccionando una pareja de lámparas pequeñas en el puesto de otro vendedor. Normalmente, no me gustaba interrumpir, pero esto era importante. Aunque tenía doce años, entendía a la perfección cuánto significaría para ella. —¡Mamá! ¡Ven, tienes que ver algo! —llamé. —Espera. Creo que voy a comprar estas lámparas. ¿Qué te parecen? —me las enseñó para que pudiera verlas, pero ni siquiera las miré. —Tienes que ver primero lo que encontré —le di un tirón a su chaqueta, sin cejar en mi afán. Mamá suspiró, le dijo algo a la persona que se hallaba detrás de la mesa y puso las lámparas en su lugar. La llevé casi a rastras por la feria sin dejar que se detuviera a ver nada para no perder tiempo. Tenía que ver la lámpara. Cuando por fin la vio, me di cuenta de que hice bien. Me apretó la mano y los ojos se le llenaron de lágrimas. Entonces tomó la lámpara, pasó los dedos por la vasija, por la bomba de vidrio y la inspeccionó detenidamente. —¿Ves esto? —preguntó al tiempo que señalaba una marca muy pequeña en el vidrio en el fondo de la vasija. Asentí con la cabeza—. La que tenemos en la casa tiene la misma marca —sonrió. Era la primera vez que la veía sonreír verdaderamente desde que los doctores encontraron el melanoma. Cuando la lámpara ocupó su lugar en la repisa de la chimenea, al lado de su pareja, mi madre lloró. Después de que nos llevó a acostar a mi hermano y a mí, mamá volvió a bajar. Entendí que había ido a prender las lámparas y a sentarse a la luz que proyectaban hasta que pudiera conciliar el sueño. Ya lo había hecho antes. Me quedé dormida, segura de que la había hecho sentir mejor, aunque fuera sólo esa noche. Años después comprendí su necesidad de esas lámparas, esas fuentes de luz inextinguible que iluminaron los momentos más oscuros de su vida. No le ayudaron a sobrevivir al último ataque del cáncer; nada podría haberla ayudado, pero tal vez hicieron esos días menos terribles. Me encantan esas lámparas, pero no las necesito como ella. Mis recuerdos de ella es lo único que necesito. Ella fue mi lámpara, la luz inextinguible que siempre iluminó mi camino en los momentos más oscuros. Aún lo es. En las horas en que siento que mi vida está a merced de las tormentas y el viento, la luz que me rodea resplandece con fuerza y la esperanza se escuda en su espíritu inquebrantable. SARAH WAGNER Posición de cigüeña —Tenemos que ir, mamá —suplicó mi pequeño hijo—. Papá necesita estar ahí. Mi esposo había planeado hace meses el viaje a Kauai, Hawái. Se suponía que era para festejar nuestro decimocuarto aniversario. Ahora, en lugar de la celebración, veía a mi hijo Keefer, de siete años, esparcir las cenizas de mi esposo en las bellas olas del mar. No fue idea mía. Yo no quería hacer el viaje. Quería cancelarlo y tratar de dar sentido a lo que quedaba de mi vida. Mi hijo tenía otras ideas. Amor es extrañar a alguien siempre que se está lejos, pero de alguna manera sintiendo calidez interior por tenerlo cerca del corazón. KAY KNUDSEN Varios meses después de que regresamos de Kauai, nos hallábamos en la costa de Washington, cerca de nuestra casa, cuando vi a mi hijo acercarse a la orilla del Océano Pacífico. Levantó la pierna izquierda, apoyó el pie en la corva de la pierna derecha, juntó las manos en posición de oración e inclinó la cabeza. Lo vi hacer eso unos minutos, asombrada de su equilibrio y concentración. Al fin me acerqué y susurré: —¿Qué estás haciendo? Abrió un ojo y volvió la cabeza ligeramente hacia mí. —Hablo con papá —respondió en voz baja. —¿Qué? Bajó la pierna izquierda al suelo, se volvió hacia mí y me tomó de las manos. —Hablo con papá. —¿Cómo? —pregunté, confundida. —Mamá —repuso y movió la cabeza hacia atrás y hacia delante—. Lanzamos las cenizas de papá al Océano Pacífico cuando fuimos a Hawái. —Sí —lo miré a los ojos un poco más hondo. —Bueno, mamá, pues dondequiera que haya un océano puedo hablar con papá. Él está ahora en todas partes. Su expresión me quitó el aliento. Desde luego, tenía razón. Todos los océanos se interconectan, y dondequiera que haya un océano, su padre, mi esposo, estará ahí. En ese momento sentí que el espíritu de mi esposo me tocaba el corazón, igual como me había conmovido mi hijo. CANDACE CARTEEN No tan insoportable Cuando nos enamoramos y casamos al principio del milenio teníamos más de sesenta años e hijos adultos, pero creímos que pasaríamos incontables años juntos. Por lo tanto, aunque él luchó contra una enfermedad debilitante tras otra en los casi nueve años de nuestro matrimonio, aunque lo vi que se marchitaba poco a poco, y aunque supimos desde el día de San Valentín que Ken no podría sobrevivir, aún no podía creer que no pasaríamos juntos otra Navidad cálida y acogedora. Ken era mi osito de peluche: grande, fuerte, resistente. Hizo alusión al hecho de que lo sabía en diciembre de 2008. Nena, déjame ser tu osito de peluche. ELVIS PRESLEY —Voy a pedirle a los muchachos y a los nietos que me escriban historias este año para Navidad —anunció—. No necesito más objetos que tendré que regalar. No vayan a comprarme nada. Tengo suficiente de todo para que me dure el resto de mi vida. Asentí, pero en secreto me prometí que encontraría algo que él pudiera usar. Ya había escrito un par de historias sobre nuestra vida juntos que iban a publicarse a finales de la primavera en la antología Tough Times, Tough Peoplede Caldo de pollo para el alma .Читать дальше
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