En mis oídos resuenan los gritos de Wir sind das Volk2 que propinaban los ciudadanos del Este cinco días antes de la caída del Muro, en la multitudinaria manifestación convocada por actores y personal de teatro de Berlín Este, una de las pocas manifestaciones no gubernamentales permitidas, en la que más de una veintena de artistas de teatro, escritores y académicos hablaron desde un escenario improvisado en un camión colocado en la misma Alexanderplatz. También subieron al escenario –hecho que nadie esperaba y dejó al pueblo atónito– miembros de la SED3, como su secretario general Günter Schabowski, y la escritora Christa Wolf, que pedían cambios en el sistema político. Los manifestantes pedían también elecciones democráticas y más libertades civiles, el derecho a viajar sin restricciones y libertad de expresión; todo ello en una marcha pacífica con consignas tales como “no a la violencia”, “privilegios para todos” “el pueblo también desea el paraíso socialista” pero el lema más gritado era “somos el pueblo”. Cinco días después de esta manifestación masiva fue derribado el muro y fue permitido el libre tránsito entre las dos zonas de Berlín, con la consecuencia de la llegada de la democracia y las libertades civiles y con la reunificación de Alemania el 3 de octubre de 1990. Esa manifestación ha sido considerada como una de las más importantes en el proceso del cambio junto con las «marchas de los lunes» y las congregaciones en la iglesia de San Nicolás en Leipzig.
Parece como si los hubiera dejado atrás y me persiguiera el eco de los manifestantes. Voy a comprar una flor azul, prometí que se la llevaría. Entraré aquí, en esta floristería. Hay mucha variedad de flores de todos los colores, pero poca oferta de flores de color azul; elegiré dos lirios. La florista los adorna con unas hojas de helecho frescas y muy verdes, y me dirijo a la estación de metro. Busco el tren S7, dirección Potsdam. Encuentro la parada, faltan siete minutos. Espero.
Hay muy poca gente en el vagón; elijo un asiento que va en la misma dirección que el recorrido del tren y me pongo al lado de ventanilla para ver mejor lo que hay al otro lado de ella. El tren atraviesa la ciudad; procede de lo que era antigua República Democrática, y todavía estamos en la misma zona. A lo lejos, hacia la derecha, se ven grandes bloques de pisos que tienen idénticas terrazas, muestran la arquitectura típica del Este. La dejamos, y algo más adelante entramos en la zona dieciochesca y decimonónica donde aparecen edificios con fachadas de grandes moles de piedra. Entre ellos una construcción de arquitectura moderna, nueva y grande, parece una biblioteca, tal vez sea la de la universidad. Desde el vagón se ven jóvenes salir y entrar con bolsas de plástico transparentes que las debe facilitar la misma biblioteca, en las que se dejan ver libros y útiles de trabajo.
Me vienen recuerdos de Salamanca, de cuando empezamos a salir juntos Javier y yo, de cuando nos íbamos a estudiar a la biblioteca de la facultad de Filología, de cuando hacíamos esos largos descansos para tomar café y entrábamos en la cafetería de la facultad, que en su día era una caballeriza, de ahí su nombre Las Caballerizas, que parecía una gran catacumba con arcos macizos de ladrillo visto que iban de pared a pared, iluminada siempre con luz artificial, las mesas cuadradas, uno frente al otro, y, entre los dos, cafés y cigarrillos. Recuerdo una tarde que comentamos una obra de teatro a la que habíamos asistido hacía unos días y nos encantó a los dos; se trataba de El cántaro roto, obra del dramaturgo alemán de finales del s. XVIII y primeros años del XIX, que por entonces ni siquiera pude sospechar que entraría en mi vida en un momento en que esta hacía aguas, para invadirme y quedarse en ella durante mucho tiempo ¡Con qué pasión comentamos temas tratados en la obra!, hablamos sobre la justicia y el comportamiento de los jueces; «¿no te parece que la justicia a veces es muy injusta?», le proferí, «¿Y que la aplicación de la ley es desigual para unos y para otros?, ¿y qué me dices de la interpretación de la ley por parte del juez?, ¿y de la moralidad de los jueces?». Nos enredamos en la conversación. Ese día le dimos un buen repaso al tema de la justicia, y llegamos a la conclusión de que la obra escrita bajo la forma de comedia era una burla a las instituciones, una crítica atroz a la profesionalidad de muchos jueces y a la interpretación que muchos de ellos hacen de las leyes, comentamos cómo la obra, a pesar de haber sido escrita hacía más de un par de siglos, presentaba una temática muy actual, pero es que, en verdad, el tema en sí no había cambiado mucho. En realidad, los grandes temas del hombre como la justicia y los valores éticos en general parecían no haber experimentado grandes avances desde el origen de la cultura occidental hasta nuestros días, mucho menos desde hace dos siglos hasta aquí. Nos reímos recordando algunas escenas y celebramos el haber ido a verla. Terminamos nuestro café, llenamos el cenicero de colillas y volvimos de nuevo a la biblioteca para seguir con nuestra tarea.
1Los hermanos Tanner.
2“Somos el pueblo”.
3Sozialistische Einheitspartei Deutschland (Partido socialista unificado de Alemania).
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