Todo proceso conlleva tiempos de inflexión que permiten vislumbrar la profundidad de las ideas y la praxis de cambio que en el mismo proceso se busca. Así también en los congresos trinitarios que se vienen celebrando en Granada desde el año 1995, y que en las presentes actas, correspondientes al undécimo congreso, demuestran haber alcanzado una cota de madurez y excelencia, no solo por la complejidad de mantener en el tiempo una cita teológica de calidad, sino también por la elección del tema y la búsqueda de nuevos caminos de redención.
Trinidad, tolerancia e inclusión. El XI Congreso trinitario, celebrado, como los anteriores, en el marco, no solo físico, sino también de pensamiento, de la Facultad de Teología de Granada, y organizado por la Provincia trinitaria del Espíritu Santo, bajo la coordinación de nuestro hermano Juan Pablo García Maestro, ha trazado una línea de compromiso pastoral y reflexión teológica inédita en nuestra tradición carismática y espiritual; nos ha situado en el espacio de una mirada eclesial que se dirige a su concepción de Dios como comunión trinitaria, y en esa misma mirada se enfoca también al modo en que integramos, acogemos y hacemos a otros parte de nuestra misión en el mundo.
Esta mirada interior, que nos sitúa en un espacio de liberación, entronca con el compromiso redentor de la Orden de la Santísima Trinidad y de los Cautivos, que a lo largo de su larga historia ha buscado siempre ser las manos de Dios en las mazmorras e infiernos donde se denigra su ser trinitario, su acción misericordiosa, su justicia.
Pero se hacía necesaria una actualización de estos planteamientos tan arraigados. Las trinitarias y trinitarios seguimos abriendo caminos de redención, carismáticos y proféticos; en los últimos años, nuestras opciones institucionales se dirigen a las personas que más sufren la intolerancia y la exclusión, tanto en la sociedad como dentro de la misma Iglesia, y contamos con una tradición y unos medios que, a partir de la experiencia de Dios como Trinidad, nos trasladan cerca de donde se juega la vida, la misericordia y la justicia, como signos claros de la presencia de Dios.
No podemos, sin embargo, adentrarnos en estos espacios de liberación sin un pensamiento teológico que sustente la praxis y afiance la misión. Nos convocan la reflexión sobre la condición trinitaria e inclusiva de Dios, la incorporación de la mirada teológica femenina, la voz de los descartados por la sociedad, la integración de quienes piensan diferente, pero construyen con nosotros codo con codo la toma de conciencia sobre las violencias ejercidas en tiempos pasados y las que, todavía ahora, pretenden imponer un absolutismo totalizante de la religión.
Invitados a esta reflexión se nos ofrece la oportunidad de retomar los objetivos del Congreso a través de las actas de sus sesiones. Gracias a la voluntad de PPC en su publicación, de la Comisión organizadora del Congreso y de los ponentes, que han cedido los textos, el empeño teológico pasa ahora a nuestras manos para que comience a dar el fruto adecuado.
PEDRO J. HUERTA NUÑO
Ministro Provincial
Trinitarios - Provincia del Espíritu Santo
DIOS, TOLERANCIA E INCLUSIÓN EN LOS PROFETAS
IANIRE ANGULO ORDORIKA
Facultad de Teología de Granada
1. La problemática de un título
Quizá no sea políticamente correcto comenzar confesando que, cuando me propusieron el título de esta comunicación, mi primera reacción fue cuestionar si los profetas eran tolerantes e inclusivos. Este primer interrogante no solo se despertó en mí, sino en muchos otros que han sabido de la preparación de esta ponencia. De hecho, en los últimos meses he escuchado en más de una ocasión exclamar que «no hay nadie más intolerante que los profetas». Algo de razón tiene esta primera impresión, aunque resulte, como veremos, muy matizable.
La ausencia de palabras equivalentes a «tolerancia» e «inclusión» en las lenguas bíblicas no es la principal de las dificultades a la hora de atender a la cuestión que se me pedía, sino que estos términos reflejan una cosmovisión muy ajena al mundo antiguo. Según el Diccionario de la Real Academia Española, la tolerancia se entiende como el «respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias». Por su parte, la inclusión se explica como el «acto de incluir», que es «poner algo o a alguien dentro de una cosa o de un conjunto, o dentro de sus límites». Estas definiciones ponen sobre la mesa que ambos conceptos reflejan una mentalidad históricamente muy moderna.
Tenemos tan asumida y aceptada la necesidad de, por ejemplo, respetar la libertad religiosa y acoger la pluralidad de confesiones que se nos olvida que este fruto de los derechos humanos encontró resistencias en el seno de la Iglesia hasta bien entrada la mitad del siglo XX, tras la Declaración conciliar Dignitatis humanae, de 1965. Pretender que los profetas bíblicos se anticipen a esta mentalidad, asumida por todos nosotros, pero reciente, es un craso error. Por eso nadie debería llevarse las manos a la cabeza cuando lea cómo Elías no tiene ningún reparo en degollar en el torrente Quisón a cuatrocientos cincuenta profetas de Baal (1 Re 18,22-40). Desde nuestros parámetros actuales, este personaje no se dibuja, precisamente, como un dechado de tolerancia e inclusión de la diversidad religiosa.
Esta alerta contra el riesgo de una proyección anacrónica de las lógicas contemporáneas sobre los textos bíblicos no implica que nuestra búsqueda esté abocada al fracaso. Al revés, podemos encontrar entre las líneas de los libros proféticos algunas claves capaces de iluminar nuestra reflexión actual sobre este tema. Si bien no encontraremos referencias directas a los términos «tolerancia» e «inclusión», ambos remiten a la forma en que nos relacionamos con lo distinto, con aquello que difiere de cuanto nos resulta habitual. Esto explica que vayamos a centrar nuestra atención en el modo en que los profetas se sitúan ante los extranjeros.
2. Los profetas y los extranjeros
No hace tantos años que se catalogó el llamado «síndrome de Ulises» para englobar las consecuencias del estrés crónico que sufren los emigrantes. Esta patología evidencia, entre otras cosas, la dificultad que supone para todo ser humano verse impelido a abandonar las propias raíces y el contexto afectivo del que forma parte. Alejarse del grupo conlleva sensación de desamparo y vulnerabilidad, incluso en una sociedad como la nuestra, que ha priorizado al individuo frente al grupo.
En contra de nuestra visión individualista, al antiguo Israel le cuesta mucho percibir al ser humano como una realidad individual, pues es comprendido de forma esencial como miembro de una familia y, por ello, de un pueblo 1. Según esta lógica que atraviesa el Antiguo Testamento (AT), lo que define a cada uno es fundamentalmente el conjunto al que pertenece, de manera que estar solo implica haber sido arrancado del grupo del que formaba parte. Desde esta percepción, la persona se debe a su familia y a su pueblo, al que ha de amar y comprometerse con fidelidad 2.
La identidad personal queda determinada por la grupal, que a su vez se configura a través de diversos elementos, como tradiciones, lengua, costumbres, rasgos físicos o creencias religiosas, que vinculan a sus miembros entre sí a la vez que los diferencian de quienes pertenecen a otra comunidad 3. De este modo, el mundo se divide entre «nosotros» y «los demás», entre quienes son «de los míos» y los que no. Esta forma de comprender la realidad como una contraposición se va reforzando cuanto mayor peso se otorga a la pertenencia al propio grupo y menor es el conocimiento y la relación con los otros.
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