Por su parte, aquellos que se percibían como un riesgo que amenazaba la identidad judía dejan de serlo. El final de los tiempos que anuncian los profetas está marcado por la paz entre las naciones y la íntima unión entre quienes comparten una misma búsqueda de YHWH, por más que difieran sus orígenes y culturas. Del mismo modo que en aquellos días el lobo y el cordero convivirán sin hacerse daño (cf. Is 11,6-9), también los extranjeros dejarán de ser una amenaza, porque ellos abrazarán también la misma Alianza que convirtió a Israel en pueblo de Dios.
3. Los profetas: abriendo camino a la novedad del Evangelio
A lo largo de la historia del cristianismo ha habido cierto exceso a la hora de percibir a los profetas como aquellos que «anticipan» a Jesús. Esta lectura, legítima pero incompleta por sí sola, ha propiciado cierto olvido de la relevancia que tiene el contexto histórico en el que se escriben, así como el hecho de que los pasajes proféticos encierran sentido en sí mismos, sin necesidad de remitir a su futuro pleno cumplimiento en Jesucristo. Con todo, no hay duda de que sus oráculos anticipan de algún modo la actitud del Nuevo Testamento ante los extranjeros.
Sin pretender adelantar la excelente comunicación del profesor Rafael Aguirre que tendremos a continuación, resulta sencillo percibir las semillas de la Buena Noticia de Jesús en la protección de la fragilidad que se merece el extraño residente en Israel. Tampoco «vale todo» en el mensaje del Galileo, como evidencian expresiones del tipo: «El que no está conmigo está contra mí, y el que no recoge conmigo desparrama» (Mt 12,30). Existen «líneas rojas» que, como los profetas ante los extranjeros, también pretenden resguardar lo más genuino de la vivencia creyente. La tolerancia que somos llamados a vivir tiene también mucho que ver con ese cuidado protector que nace de ver en el otro el reflejo de la propia fragilidad, pero que no ignora los límites que se han de proteger para seguir siendo uno mismo.
Pero la gran novedad que supone el acontecimiento Jesucristo tiene que ver con el cumplimiento de las promesas escatológicas de integración que incumben a los extranjeros, con quienes se rompen todas las distancias y se hace realidad aquel sueño de Dios que vislumbraban los profetas. Pues es el Galileo el que denuncia que el Templo no se profana por ser «casa de oración para todos los pueblos», sino que se corrompe por ser una «cueva de ladrones» (Mt 21,13). Él mismo será el que, con su muerte, ha unido lo diverso y reunido en sí lo que parecía irreconciliable (Ef 2,11-22). La inclusión escatológica que los profetas vislumbraron se inicia ya con Jesucristo y culminará cuando «Dios sea todo en todos» (1 Cor 15,28).
DIOS, TOLERANCIA E INCLUSIÓN EN JESÚS DE NAZARET
RAFAEL AGUIRRE
Universidad de Deusto (Bilbao)
Con frecuencia, el biblista, ante las preguntas que se le dirigen, tiene que realizar acercamientos un tanto tangenciales a los textos o sacar deducciones a partir de ellos. No es este el caso con el tema que se nos propone, porque nos confronta con lo más nuclear de la enseñanza, del proyecto y de la personalidad misma de Jesús.
El estudio histórico de Jesús ha sido y es una tarea científica enorme y se han elaborado con gran sofisticación los criterios para detectar la historicidad de sus enseñanzas y obras, aunque es obvio que en este artículo no puedo justificar cada una de las afirmaciones que haga. Pero quiero indicar, y entro en un terreno discutido, que muy pronto se hicieron afirmaciones sobre Jesús o se le atribuyeron palabras que son desarrollos históricos legítimos y que nos sirven para penetrar en su vida y proyecto 1.
1. El judaísmo del Segundo Templo
Sin negar la capacidad transcultural de buena parte de las enseñanzas de Jesús, sin embargo, para entenderle adecuadamente, hay que situarle en su contexto social e histórico. Describo brevemente este marco.
Esa estrecha franja de tierra en la parte oriental del Mediterráneo, la tierra de Israel-Palestina, ha conocido una historia especialmente convulsa. Ha sido lugar de encuentro, intercambio y confrontación de pueblos y culturas diversas. En el siglo I de nuestra era se estaba dando el proceso de su incorporación al Imperio romano, lo que implicaba grandes consecuencias de diverso tipo. Consecuencias políticas: los romanos habían confiado el poder a una dinastía vasalla y fiel, los herodianos. Tras la muerte de Herodes el Grande, el control romano se ejercía directamente en el sur, en Judea, mientras que en la parte central y en el norte reinó durante muchos años Herodes Antipas. No entro en los innumerables avatares, conflictos y subdivisiones territoriales, pero sí es importante resaltar que la idiosincrasia tradicional diferenciada entre el sur, en torno a Jerusalén, y el norte, los galileos, continuaba reflejándose políticamente.
El proceso de integración en el Imperio tenía consecuencias económicas, porque una economía campesina de reciprocidad estaba siendo sustituida por una economía de redistribución, en la que un poder central fuerte (los herodianos con impuestos y los sumos sacerdotes con los tributos para el Templo) imponía fuertes cargas fiscales. La situación del campesinado galileo se volvía sumamente precaria y era creciente la tensión entre los sectores y la mentalidad rurales y las ciudades que no solo rodeaban Galilea (al oeste, Tiro, Sidón, Cesarea; al este, la Decápolis), sino que penetraban en su interior (Séforis, Tiberias). Esto conllevaba la penetración del helenismo, no solo entre la aristocracia jerosolimitana, sino también en Galilea. Es decir, tenía repercusiones culturales. Este proceso, brevísimamente reseñado, acarreaba una importante ebullición social y religiosa.
El judaísmo del Segundo Templo (JST) era muy plural. Flavio Josefo habla de los fariseos, saduceos, esenios y de una cuarta filosofía introducida por Judas Galileo y que, años más tarde, daría pie al partido de los zelotes. Sin embargo, no debe perderse de vista que hay un judaísmo común, unos elementos que todos los judíos aceptan, en los que basan su identidad, y la diversidad surge precisamente de las diferentes interpretaciones que de ellos se hacen.
El Templo y el sistema cultual fue la columna vertebral del judaísmo hasta su destrucción por los romanos en la guerra judía (66-70). El Templo tenía una función central desde el punto de vista económico (los tributos de los judíos de todo el mundo, la afluencia de peregrinos, los sacrificios, etc.), político y religioso. Precisamente por su importancia eran muy graves las diferencias sobre su recto funcionamiento 2. Según la teología oficial, en el Templo, morada de Dios, brillaba su santidad, que debía extenderse de forma escalonada a todos los espacios y aspectos de la vida judía.
El monoteísmo, la aceptación de un solo Dios, era el centro de la fe y el gran signo distintivo del pueblo judío. Por atenerme a la terminología de Assmann 3, no era un monoteísmo inclusivo («todos los dioses son uno»), sino exclusivo («no hay otros dioses fuera de Yahvé»). Según el autor mencionado, este monoteísmo exclusivo es típico y propio de la fe de Israel, no tiene «ningún paralelo en las primeras religiones» y supuso «la ruptura radical con las tradiciones religiosas de las culturas circundantes» 4. Todo judío fiel del tiempo de Jesús, y también en la actualidad, reza el Shemá, que comienza con un texto del Deuteronomio: «Escucha, Israel: Yahvé, nuestro Dios, es el único Yahvé» (en los LXX: «El Señor, nuestro Dios, es solamente uno»). Parece que, en un primer momento, este texto, más que afirmar el monoteísmo estricto, confesaba que Yahvé era el único Dios de Israel, a quien este pueblo debía amar «con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (Dt 6,5), sin jamás «ir detrás de los dioses de los pueblos que tenéis a vuestro alrededor» (6,14). Pero, después, el Shemá, Israel se entendió en el sentido de una confesión monoteísta estricta y, en terminología de Assmann, excluyente. Los libros de los Macabeos están llenos de referencias que relacionan la adoración al único Dios con la identidad judía. P. M. Casey afirma: «Ser monoteísta era judío y ser politeísta era gentil, y por eso podemos reconocer el monoteísmo como una marca de diferencia de la comunidad judía» 5. Flavio Josefo afirma que «el reconocimiento de Dios como uno solo es común a todos los hebreos» (Antigüedades de los judíos 5,112).
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