Una vez presentadas qué connotaciones tienen los diversos modos de denominar a los extranjeros que se van a utilizar en los libros proféticos, vamos a ver qué es lo que dicen de ellos. Primero atenderemos a aquello que encaja bien con nuestro imaginario del profeta bíblico para, después, fijarnos en aquello que nos saca de lo previsible.
b) Lo que cabe esperar de los profetas ante los extranjeros
En nuestro imaginario religioso comprendemos al profeta como aquel que anuncia lo que Dios desea para el pueblo y que denuncia aquello que va en contra del querer divino. Esta percepción, que encaja bien con el modo en que la Escritura los presenta, nos va a permitir comprender dos actitudes distintas de estos personajes al situarse frente los extranjeros y que se encuentran relacionadas con las connotaciones que tienen los diversos modos de denominarlos.
– Ante la fragilidad del emigrante: protección. Del mensaje profético nos cabe esperar la exigencia lanzada a Israel de proteger al débil. Tal principio incluye a los extranjeros cuando estos son definidos desde su especial vulnerabilidad por carecer del cuidado de su grupo de pertenencia. Esto explica que sean abundantes los textos bíblicos en los que los profetas se refieren a los emigrantes como aquellos a los que resulta muy grave explotar u oprimir. De esta manera se hacen eco de la legislación que otorgaba a estos forasteros una especial protección, acusando a Israel de no comportarse según este deseo divino:
Así dice YHWH Sebaot: «Celebrad juicios justos, practicad entre vosotros el amor y la compasión. No oprimáis a la viuda, al huérfano, al forastero [gêr] o al pobre; no maquinéis malas acciones entre vosotros. Pero ellos no quisieron hacer caso; no se dejaron someter y se hicieron los sordos para no escuchar» (Zac 7,9-11).
Coherente con este planteamiento, y ante la amenaza de Babilonia, Jeremías entiende que solo las actuaciones justas darán continuidad y consistencia a la monarquía davídica frente a las grandes potencias militares. Entre estas acciones de justicia se encuentra un adecuado trato a los forasteros:
Esto dice YHWH: «Practicad el derecho y la justicia, librad al oprimido de manos del opresor y no atropelléis al forastero [gêr], al huérfano y a la viuda; no hagáis violencia ni derraméis sangre inocente en este lugar. Porque si ponéis en práctica esta palabra, entonces seguirán entrando por las puertas de esta casa reyes sucesores de David en el trono, montados en carros y caballos, junto con sus cortesanos y su pueblo» (Jr 22,3-4).
En el mismo marco histórico del exilio babilónico, también Ezequiel considera que uno de los pecados que ha llevado a la caída de Jerusalén resulta ser la injusticia cometida contra los emigrantes. A la capital y a quienes viven en ella les dedica estas duras palabras:
Ahí están dentro de ti los príncipes de Israel, cada uno según su poder; solo ocupados en derramar sangre. En ti se desprecia al padre y a la madre, en ti se maltrata al forastero residente [gêr], en ti se oprime al huérfano y a la viuda. No tienes respeto a mis cosas sagradas, profanas mis sábados. Hay en ti gente que calumnia para verter sangre. En ti se come en los montes y se comete infamia [...] El pueblo de la tierra ha hecho violencia y cometido pillaje, ha oprimido al pobre y al indigente, ha maltratado al forastero [gêr] sin ningún derecho (Ez 22,6-9.29).
Tal y como expresaba la legislación deuteronómica, para los profetas, YHWH sigue siendo aquel que se hace cargo de la situación de los más frágiles y les hace justicia. Así se expresa a través de Malaquías:
Me haré presente para juzgaros, y seré un testigo expeditivo contra los hechiceros y los adúlteros, contra los que juran en falso, contra los que oprimen al jornalero, a la viuda y al huérfano, contra los que hacen agravio al forastero [gêr] sin ningún temor de mí, dice YHWH Sebaot (Mal 3,5).
En el fondo, tras esta protección, de la que el mismo Dios es garante, late la cuestión de que estos emigrantes no suponen una amenaza contra la identidad nuclear de Israel. Y es que en su esencia de pueblo se encuentra la experiencia de fragilidad y su condición de extranjero en tierra ajena que, precisamente, posibilitó la iniciativa salvífica del Dios y que les convirtió en su propiedad personal. De esta manera, aquellos que experimentan en su propia existencia esta vulnerabilidad no solo han de despertar la empatía del pueblo y un deseo natural de cuidarles, sino que no son percibidos como amenaza de aquella identidad religiosa que configura el núcleo esencial de Israel. Otra cosa muy distinta es cuanto sucede con aquellos extranjeros que no son clasificados como emigrantes.
– Ante la amenaza del extranjero: rigor. Ya hemos planteado que, cuando los extranjeros son entendidos sobre todo como personas ajenas y diversas al propio grupo, esto les convierte en representantes de un peligro del que conviene estar protegidos. Esto hace que en distintos momentos se identifique de forma directa a los extranjeros con los enemigos. En este oráculo de Abdías contra Edom se le reprocha al pueblo vecino no haber ayudado a Israel con estas palabras:
El día en que le diste de lado, cuando los extranjeros [zār] apresaban su ejército, cuando los extraños [nokrî] allanaban sus puertas y se repartían a suertes Jerusalén, también tú eras uno de ellos (Abd 11).
La mayor responsabilidad de todo padre en la mentalidad del antiguo Oriente Próximo es la educación de su descendencia. Aunque le chirríe a nuestra sensibilidad moderna, para la mentalidad bíblica el castigo es una herramienta necesaria en la tarea de acompañar a la vida adulta y sacar la mejor versión de los hijos. Esto explica tanto que se vea la necesidad de que YHWH castigue a Israel con esa intención pedagógica como que los libros proféticos abunden en interpretar los acontecimientos históricos que resultan dolorosos como un castigo enviado por Dios. Dentro de esta lógica, una constante repetida en los profetas bíblicos es expresar que la sanción es proporcional y está relacionada con el motivo que la ha provocado. Así se plantea que la invasión extranjera que sufre Israel tiene que ver, precisamente, con su vinculación afectiva con los dioses de otras naciones:
Y cuando digan: «¿Por qué nos hace YHWH, nuestro Dios, todo esto?», les dirás: «Lo mismo que me dejasteis a mí y servisteis a dioses extraños [nēkār] en vuestra tierra, así serviréis a extraños [zār] en una tierra no vuestra» (Jr 5,19).
Los extranjeros no son solo una amenaza bélica, sino, sobre todo, un riesgo para la fe del pueblo, pues en el contacto con otras naciones este ha puesto su corazón en otros dioses, por más que resulten ajenos a su experiencia creyente. De este modo, la entrada de forasteros en el templo de Jerusalén es en sí un agravio religioso que hará que el mismo YHWH se enfrente con los ídolos a los que ellos dan culto:
Oímos abochornados la afrenta, cubrió la vergüenza nuestros rostros: ¡habían penetrado extranjeros [zār] en el santuario del templo de YHWH! Por eso ya vienen días –oráculo de YHWH – en que castigaré a sus ídolos y por su territorio gemirán los heridos (Jr 51,51-52).
Debido a su especial sensibilidad ante el culto jerosolimitano, Ezequiel se expresará aún con más rotundidad en contra del acceso por parte de extranjeros al Templo que será reconstruido por YHWH:
Y dirás a esta casa de rebeldía, la casa de Israel: Así dice el Señor YHWH: «Ya pasan de la raya todas vuestras abominaciones, casa de Israel, que habéis cometido introduciendo extranjeros [nokrî] incircuncisos de corazón y de cuerpo para que estuvieran en mi santuario y profanaran mi Templo» [...] Así dice el Señor YHWH: «Ningún extranjero [nēkār], incircunciso de corazón y de cuerpo, entrará en mi santuario, ninguno de los extranjeros [nēkār] que viven en medio de los israelitas» (Ez 44,6-7.9).
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