Guiado por el principio del placer, el yo pre-consciente evita los estímulos dolorosos provenientes de ambas realidades tanto externa como interna, tal y como lo aprendimos de Freud (1911a, p. 215); sin embargo, aunque un motivo verdadero de tal evitación pudiese no existir, el yo lo experimentará como un peligro real y reaccionará frente a ello, generando así la necesidad de que el inconsciente denuncie la mentira, aunque no sea escuchado por la consciencia.
Lacan ha establecido que el inconsciente es el “discurso del Otro” 3, donde el “Otro” representa a la madre (Lacan, 1966, p. 16). En este sentido, podría entenderse que la descripción del inconsciente por Lacan estaría relacionado con identificaciones del yo y superyó de la madre, excluyendo los aspectos intuitivos del inconsciente tal y como han sido bien expresados por Bion en su concepto de O, así como por el mismo Lacan, en su descripción del “orden imaginario”.
¿Cómo piensa el inconsciente?
En 1925, Freud agregó una llamada al aparte de la “revisión secundaria” de “La interpretación de los sueños” (1900, SE 5, p. 506) afirmando la hipótesis que los sueños podrían representar “una forma particular de pensamiento”; pudiendo entonces inferirse, de tal aseveración, que el inconsciente opera también como un órgano capaz de pensar, además de un reservorio de instintos insatisfechos reprimidos. ¿Cómo entonces se alcanza este propósito? ¿Cómo se logran esas revelaciones, en forma tal que el inconsciente se exprese y que su mensaje pueda ser descifrado y eventualmente usado? Estando privado de un órgano de lenguaje, tal y como acota Benaviste (1971), el inconsciente se comunicará en una forma parecida a como lo hacen las abejas, similar al lenguaje de señales utilizado por los sordomudos; o como el juego familiar de la mímica, en donde los jugadores intentan trasmitir un mensaje sin hablarlo. Si alguien ajeno a la dinámica de este último pasatiempo observase desde cierta distancia, le sería difícil comprender todos los esfuerzos y contorsiones del jugador que busca ser comprendido por sus compañeros de juego. Mientras dormimos, la ausencia de la consciencia proporciona un momento ideal para que el inconsciente se haga manifiesto, y así lo hace, a través de los sueños. La visión sería el único órgano disponible y factible de ser usado como medio de comunicación, si consideramos que los músculos voluntarios se encuentran inhibidos y la audición está ocupada manteniendo un alerta continuo como defensa ante cualquier peligro. En otras condiciones como la psicosis delirante, el inconsciente inunda la consciencia durante la vigilia y se manifiesta entonces a través de la audición en la forma de alucinaciones auditivas, por cuanto la visión en ese momento es, a diferencia del oído durante el dormir, absolutamente indispensable para la protección ante el peligro. Pero en condiciones normales, las imágenes visuales de los sueños son entonces usadas para construir mensajes en lugar de las palabras, como especie de pictogramas que carecen de la precisión del lenguaje hablado o escrito. Las imágenes son usadas sin tomar en cuenta su apariencia externa, subalternas al mensaje implícito que se intenta transmitir, como elementos de utilería, o como los actores cuyas necesidades privadas y múltiples idiosincrasias no solo no son necesarias, sino que además interferirían con el rol adjudicado en el drama que intentan representar.
Inicialmente, un aspecto importante de la estructura del inconsciente fue descrito por Freud contrastándolo con la realidad, definiéndolo más por lo que carece que por lo que posee. El inconsciente, nos dijo, carece de tiempo, espacio, contradicciones, y usa fenómenos de condensación y desplazamiento. Los últimos han sido utilizados por Lacan para corroborar la naturaleza lingüística del inconsciente, identificándolos con la metáfora y la metonimia respectivamente. En cuanto al tiempo, el espacio y las contradicciones, son situaciones que no existen en la forma observada en la realidad, porque no solo serían innecesarias sino que además, de ser así, se convertirían en un gran obstáculo al propósito inconsciente de enviar un mensaje a la consciencia. Si el mensaje inconsciente tuviese la misma supeditación y consideración al tiempo y al espacio que observamos en la realidad, el proceso no tendría la velocidad y la eficacia que naturalmente despliega. Algo parecido sería, por ejemplo, la interferencia que produciría en una obra de teatro la preocupación de los actores por los problemas reales de su vida privada. En el inconsciente todo debe estar avasallado por la intención y rapidez de una comunicación expedita que revela la verdad, necesitando por lo tanto de una condición dominada por operaciones simétricas, para usar lenguaje de Matte-Blanco (1998), donde la asimetría –representando la presencia de tantas variables, incluyendo tiempo y espacio– solo interferiría y haría imposible la formulación de una comunicación pronta y efectiva.
Cuando los egipcios pintaron y esculpieron sus jeroglíficos, no lo hicieron con el deseo de hacerlos ininteligibles y enigmáticos a las culturas futuras, por el contrario, los realizaron con el propósito más preciso y exacto de comunicar mensajes que pudiesen ser leídos. La oscuridad de los jeroglíficos no fue el producto de una intención mal habida en sus creadores, sino consecuencia lógica a la ignorancia de aquellos que más tarde intentaron descifrarlos. El secreto fue finalmente revelado cuando Champollion se dio cuenta, al igual que Freud con los sueños, que cada una de las figuras simplemente correspondían a letras. En igual forma, el contenido latente del sueño no debería ser siempre deformado por el “trabajo del sueño”, intentando evitar una comprensión consciente en virtud del poder de la represión, como hemos aprendido de la teoría clásica. Tal argumento estaría en contradicción con la hipótesis de que el inconsciente procura comunicar la verdad. El contenido del sueño parece oscuro en comparación con el lenguaje consciente, como consecuencia de varias situaciones: a) la forma aparentemente críptica como ha sido inscrito; b) porque la veracidad y rapidez en la comunicación del contenido supedita a la forma; c) como veremos más adelante, en virtud de la actitud que la consciencia tiene hacia las revelaciones inconscientes. 4
Similar a los jeroglíficos, que eran fácilmente leídos en tiempos de los faraones, pero que luego se hicieron incomprensibles, el lenguaje inconsciente es también abordable en la temprana infancia, cuando ambas sintaxis son afines, antes que la represión del superyó los vuelva ajenos. Además, el inconsciente es capaz de revelar casi siempre sus secretos a cualquiera que lo intente, tal y como observamos en el proceso psicoanalítico. También podría uno especular que el analfabetismo al inconsciente con el cual nacemos, podría representar una especie de barrera natural a la ansiedad que genera la verdad cuando todavía no se está preparado para ella; una especie de consideración a la íntima decisión del yo de prepararse para escoger entre saber o ignorar, un concepto que conlleva el fracaso de toda defensa y que quizás es recogido en el viejo proverbio de “ojos que no ven, corazón que no siente” 5.
Existen por lo menos dos modelos teóricos sobre el proceso del pensamiento que vale la pena mencionar, ambos usando al aparato digestivo como paradigma. Uno introducido por Piaget en relación con el desarrollo cognitivo normal; el otro, más reciente, fue elaborado por Bion usando una perspectiva más cualitativa, dando preponderancia al papel jugado por las emociones. Fuera de esto, ambas guardan algunos aspectos en común, como podrá verse en el capítulo sobre “Los ignorados de Bion”.
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