Al día siguiente de esta reunión llamé por teléfono a la periodista Mónica González, subdirectora de Cosas, a quien yo conocía desde los años sesenta, época en que ambos militábamos en las Juventudes Comunistas y ella llegaba a veces con el uniforme escolar a las reuniones. Le manifesté mi molestia y extrañeza por lo que se había publicado. Sus respuestas, llenas de evasivas, culminaron con un comentario que me dejó atónito: “No te preocupes, Lenin, que después de este artículo te van a invitar a cuanta recepción se dé en Santiago”. Nunca hubiese esperado una insensatez tan frívola.
Yo no conocía a Claudia Giner, la joven periodista que se había prestado para redactar tal infamia contra mi persona. Sé, ahora, que se ha encumbrado como lobista y asesora comunicacional a través de su empresa Vanguardia Comunicación junto con su socio Juan Cristóbal Villalobos, y que ha tenido una clientela muy diversa, entre las que destaca, en primer término –y pareciera que “con sumo orgullo”–, la criminal Duke Energy, considerada una de las tres empresas más contaminantes de CO2 en Estados Unidos, de la que han sido lobistas para sus operaciones en nuestro país. Nada de qué sorprenderse ya que, Giner, como reportera de la revista Qué Pasa, había causado sospechas por un reportaje escrito junto con otra colega, en el que cuestionaba la gestión de las organizaciones ambientalistas durante el conflicto de la empresa Celulosa Arauco con la comunidad local. Esto, debido a la mortandad de cisnes de cuello negro en el Santuario Río Cruces y otros conflictos ecológicos, asunto que fue denunciado oportunamente por el director del periódico El Ciudadano, en julio de 2008.6
Lo que no sabían estas periodistas (y si lo sabían lo ocultaron muy bien) es que este asunto no terminaría ahí y que el tema del “Consumo de droga en el parlamento” se transformaría en un subir y bajar de nombres de consumidores; una suerte de versión criolla de macartismo, pero con el tinte de hipocresía, cinismo e irresponsabilidad típico de nosotros los chilenos. Fue un verdadero tsunami de rumores que solo resquebrajó aún más la deteriorada imagen de la actividad política que heredamos del régimen militar. Sin embargo, para mí lo peor estaba por venir y ¡de qué manera!
Como todo este tema alcanzó tal conmoción pública y tan extremo nivel de sensacionalismo, se fijó una sesión extraordinaria en el parlamento que se transformaría en una gran catarsis colectiva, la cual fue trasmitida en cadena por los canales de televisión el 22 de marzo de 1995. Varios congresistas hicieron uso de la palabra, hasta que le tocó el turno al diputado en aquella época, Andrés Allamand, quien con nombre y apellido me acusó de estar vinculado a la Central Nacional de Informaciones (CNI) y de dirigir una operación política contra su sector.7 Esta intervención sería definida por el periodista Ascanio Cavallo como “el bárbaro daño inferido por Allamand a Lenin Guardia”.8
Por si fuera poco, Allamand, como buen rugbista, me siguió dando duro y en una entrevista nocturna en Canal 13 con la periodista Raquel Correa, se metió en mi vida personal de forma bastante violenta, demostrando además estar muy mal dateado. Develó, también, que yo trabajaba para Belisario Velasco, entre otras cosas, y en la parte final de su aparición, aseguró que con todo esto él había “prendido la luz en un cuarto oscuro del Ministerio del Interior”.
Lo concreto es que, con sus palabras, el diputado Andrés Allamand destruyó el mejor trabajo de inteligencia que se había realizado hasta entonces y con resultados concretos. Si bien es cierto que “prendió una luz”, esta fue para iluminarles el camino a los delincuentes y acabar con una estructura cuyo objetivo final era el bien común.
Hace rato que perdoné al actual senador, pues sé que fue utilizado perversamente por quienes se formaron bajo el alero de la Stasi en la antigua Alemania Democrática, especialistas en este tipo de operaciones. Ellos le dieron la solución a un apanicado Núñez. A mí me avisaron esa misma mañana lo que iba a suceder en el Congreso y llamé al diputado Allamand, el cual no respondió el teléfono, pero sí lo hizo otro diputado de Renovación Nacional, José Antonio Galilea, pero ya era demasiado tarde, el misil estaba en la cuenta regresiva y su objetivo estaba claramente identificado: Lenin Guardia Basso. Lo que determinó a Allamand fue justamente mi llamada, pero lo que él no sabía era que yo me enteré gracias a un periodista que era muy amigo mío y que jugaba rugby con él. El presidente de la Cámara, Jaime Estévez, intentó persuadirlo de no mencionar mi nombre, pero evidentemente no tuvo éxito.9
Fueron momentos muy duros, pues la acusación era brutal. El teléfono sonaba mil veces en mi casa y se daba el caso de que mi hija había nacido solo unos días antes. Casi diez años más tarde me enteré de cómo habían montado esta operación y ahora sí que era de inteligencia. Tenía el claro objetivo de asesinar mi imagen y quitarme toda credibilidad en el caso de que siguiera tomando forma tamaña locura y a mí se me ocurriera decir quién había dado los nombres, por lo que hubiésemos terminado careados unos con otros. Por lo tanto, se volvió urgente descalificarme y sacarme del escenario, de tal modo de dejar solo a Francisco Javier Cuadra –un exfuncionario de la dictadura cívico-militar que podía ser desacreditado solo por eso– dando su versión contra Núñez y Cruz, pero en ese otro escenario la situación habría sido mucho peor para ellos. Es decir, la verdad había que sacarla de escena, pero el verdadero objetivo era evitar que Ricardo Núñez entrara en el ojo del huracán. De cualquier modo, Cuadra terminaría detenido y condenado injustamente por estos hechos.
En medio de este extraño clima que se desató, algo paranoico para mi gusto, algunos parlamentarios se hicieron exámenes de consumo de drogas poniéndose el parche antes de la herida, como si el público les hubiese pedido cantar “Un mechón de su cabello”.
¿Pero de qué modo se inició la trama? Lo entendí años más tarde en un almuerzo que tuve con un exsenador, al que Núñez le comenta que el Partido Socialista tenía un gran problema con un militante del partido vinculado con la CNI y que formaba parte de una operación en contra de Renovación Nacional, dándole mi nombre. No alcanzó a terminar la frase y ya el congresista de RN iba corriendo con tan valiosa información entregada por una persona que había sido presidente del PS, ocupado altas responsabilidades dentro del partido, y era reconocido como un dirigente socialista de larga data y además vicepresidente del Senado. ¿Cómo dudar de sus palabras?
Lo más “simpático” de todo fue que en la euforia del discurso de Allamand y terminado este, en medio de los abrazos y las felicitaciones de sus colegas, el ministro del Interior, don Carlos Figueroa, absolutamente desconcertado, preguntaba: “¿Quién es Lenin Guardia?”. Tengo entendido que al llegar a La Moneda se le explicó quién era yo, e intentó convencer al presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle que se desconociera el vínculo del Ministerio del Interior conmigo. Fue Belisario Velasco quien se opuso a esta medida argumentando que yo había resuelto el asesinato de Jaime Guzmán (asunto que abordaré más adelante) y tengo entendido que hasta anunció presentar su renuncia si se desconocía esta relación que ya tenía sus años.
A Belisario le podrán criticar muchas cosas, pero hay algo innegable: es una persona consecuente y muy hombre para llevar sus pantalones. Así lo demostró en septiembre del 73 con la carta de rechazo y condena al golpe de Estado, la cual firmaron solo trece militantes de la Democracia Cristiana –¿los otros, de qué lado estaban?–. Este antecedente histórico fue lo que me hizo sentido trabajar con él y apoyarlo en la compleja tarea que tenía por delante como subsecretario del Interior.
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