Lo único que cabe aquí es la revisión de mi proceso, pero solo la dignidad de la Corte Suprema podría abrir esa posibilidad. Espero que así ocurra, no solo por mí, sino que por todos los ciudadanos que vivimos en nuestro país los cuales necesitamos confiar en nuestras instituciones, pero esa confianza se gana en los hechos y no por la tradición o antigüedad de un organismo.
Ojalá que esto ocurra, aunque me inquieta más que un juez como el que conocí algún día llegue a ser miembro de la Corte Suprema. Sería una pésima señal y “un peligro para la sociedad”, tal como él me calificó. Pero en esto también hay una falla del sistema judicial, ya que en un proceso que tenga relación con temas de inteligencia, seguridad nacional, u otros –que son complejos por la forma en que se desarrollan sus dinámicas y códigos–, no se puede colocar a un juez que no entienda, aunque sea someramente, de esas tareas, ya que en lugar de aplicar justicia solo se cae en los rigorismos.
Al menos se debería revisar si en sus manos han caído causas similares que hayan asegurado la objetividad que permite establecer la verdad, por ende, que estas sean producto de un debido proceso. Yo creo que muchas causas –algunas de ellas interminables– se transforman en campañas publicitarias y los procesados son el trampolín para saltar a “la fama” que les asegure a los jueces seguir haciendo carrera en el Poder Judicial. Así lo sentí y viví en mi caso.
Dicho todo esto, confío en que el lector juzgue por sí mismo los hechos que a continuación pasaré a detallar y que no son más que otra historia de vida que ha sufrido los efectos de la inoperancia de los distintos estamentos del Estado y también del vasallaje e irresponsabilidad de un sector de la prensa nacional. Confío en que puedan salir de la oscuridad y llegar a ser comprendidos –en estos tiempos de transformaciones tan profundas– con una mayor altura de miras por la sociedad a la que pertenezco y a la cual siempre, desde mi condición de analista, intenté dar lo mejor de mí dentro de los límites de la ética y el bien común.
Consumo de Drogas en el Parlamento
Hacia fines de 1994, recibimos con mi esposa una invitación a comer a la casa de Carlos Cruz en La Reina alta, encuentro que se llevó a cabo pues nuestras respectivas señoras son amigas de toda una vida. Era una agradable noche de primavera en una antigua casa con una hermosa vista, lugar donde además había vivido el presidente Manuel Montt.
Para gran sorpresa mía, también estaba invitado Ricardo Núñez quien en ese momento era vicepresidente del Senado. A Núñez lo había encontrado en el exilio y habíamos conversado en un par de ocasiones. También estaba Rafael Ruiz Moscatelli a quien conocía desde la universidad. Ambos estaban acompañados por sus señoras.
El encuentro era muy agradable, pues los temas de conversación tenían relación directa con la experiencia que estaba viviendo el país en su transición a la democracia y los problemas a los que nos enfrentábamos día a día. Fue así como entramos de lleno en el tema de la delincuencia, especialmente en lo relacionado con el narcotráfico.
Yo tenía bastante conocimiento de estos asuntos pues mantenía una relación directa con el Ministerio del Interior a través del subsecretario Belisario Velasco. La conversación se centró en el evidente aumento del consumo de drogas a nivel país y yo sostuve, dirigiéndome a Núñez, que sería una lástima que el Partido Socialista (PS) no tomara este tema como una tarea a desarrollar a nivel nacional, pues la droga era un flagelo que afectaba de forma transversal. Núñez estaba totalmente de acuerdo con la gravedad del asunto y la importancia de enfrentarlo a la brevedad.
En ese momento le comenté a Núñez que Francisco Javier Cuadra estaba haciendo un estudio bastante interesante sobre cómo los narcos penetran al Estado y a la sociedad en su conjunto, desde los municipios hacia arriba. Cuadra tenía una consultora de análisis donde trabajaba Jorge Inzunza hijo, y yo frecuentaba dichas oficinas. Recuerdo que conversando con él, me explicó que se había centrado en la situación de Colombia, donde hasta Pablo Escobar había sido electo diputado, si bien duró muy poco en el cargo. Pero lo más importante era cómo los narcos financiaban a determinados políticos en sus campañas electorales, para las que destinaban enormes sumas de dinero y que, evidentemente, recuperaban más tarde con creces, al terminar controlando puntos sensibles de poder a todo nivel.
Todo esto se lo comenté a Núñez, quien se interesó bastante en lo que estaba haciendo Cuadra y me consultó si sería posible conversar con él. Le contesté que no veía mayor problema y que se lo iba a preguntar.
Cuadra no tuvo ningún inconveniente en aceptar y vimos fechas alternativas para reunirnos. Como él es un hombre de diálogo, encontró interesante conversar con Núñez y con Cruz pues veía, con esto, una posibilidad concreta de que el tema del narcotráfico y la penetración que hacen los narcos a todo nivel se transformara en un tema de Estado. Fue así que varios días después, exactamente el lunes 17 de octubre de 1994, nos encontramos a cenar en mi casa, pero esta vez sin la compañía de nuestras señoras.
Al principio, la conversación giró en torno a temas de la contingencia política en donde Cuadra hizo ver sus puntos de vista, los cuales fueron escuchados con bastante interés. Posteriormente, realizó una detallada exposición sobre el trabajo que estaba haciendo sobre la droga y sus diferentes mecanismos para penetrar o corroer los diferentes estamentos del país, empezando por el poder político. Núñez también hizo una breve exposición del tema y para confirmar los temores de Cuadra, ¡oh, sorpresa!, indicó una serie de personas que consumían drogas en el parlamento. Cuadra se quedó algo sorprendido al escuchar estos nombres y de hecho dijo no tener información al respecto.
Luego, Núñez tocó el tema del general Contreras, cuya causa llevaba el ministro Adolfo Bañados por el asesinato de Orlando Letelier en Estados Unidos. Grande fue la impresión nuestra cuando Núñez, mostrando una íntima convicción, manifestó que el general Contreras no había mandado a asesinar al excanciller y que en realidad había sido la CIA, dando a conocer una extraña versión vinculada al maletín de Letelier y a grupos de ultraderecha venezolanos.
Según Núñez, Orlando Letelier era una figura incómoda para EE. UU., pues tenía relaciones transversales con la clase política norteamericana y también con los cubanos.
Después de escuchar tamaña demencia –pues si esto hubiese sido así, Letelier habría sido asesinado en cualquier otro país ya que sus ejecutores no se iban a exponer a realizar un acto terrorista a cuadras de la Casa Blanca–, era evidente concluir que el senador Núñez desconocía que la CIA no puede realizar acción alguna dentro de su territorio, y por otra parte, toda la situación habría caído en manos del FBI, el cual posee un sólido prestigio en su capacidad investigativa.
Evidentemente, Ricardo Núñez había olvidado que Cuadra fue ministro, embajador y “compadre” de Augusto Pinochet, por lo tanto, ligeramente pinochetista, por decir lo menos. Hasta el día de hoy tengo la sospecha de que Núñez solo trató de impresionar a Cuadra, actitud que se vio facilitada por haber tomado algunas copas demás.
Lo cierto es que ni Francisco Javier Cuadra ni yo teníamos nombres sobre posibles consumidores de drogas en el parlamento. En lo que a mí respecta, no estaba en lo absoluto en el radio de acción de nuestra red de informantes. Creo que además Cuadra quedó mudo y catatónico luego de las afirmaciones sobre el caso Letelier.
En este ambiente se terminó la cena, y aunque nos quedamos con la clara convicción de que había que involucrarse con el tema del narcotráfico muy seriamente, en realidad, no nos comprometimos a nada concreto.
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