Al otro día muy temprano, a las siete y media de la mañana, me llama Cuadra diciéndome que él estimaba que el ministro Bañados debía conocer la información sobre el asesinato de Letelier entregada por Núñez, y que solamente por respeto a mi familia y al hecho de que la cena se había realizado en mi casa y no en un lugar público, estaba dispuesto, solo si es que yo se lo pedía, a guardar silencio.
Evidentemente, le dije que por favor olvidara esa parte de la cena.
Francisco Javier Cuadra aceptó mi petición y hasta ahí llegó el tema, afortunadamente. Demostró, con el correr del tiempo, ser un hombre de palabra.
No obstante, después de un periodo relativamente breve, aparece Cuadra en la revista Qué Pasa2 dando una entrevista sobre el tema del consumo de drogas, en la que advierte casi lo mismo que había expuesto en mi casa sobre la penetración en los diferentes estamentos del Estado.
A raíz de esta entrevista, me llama Ricardo Núñez para decirme que estaba muy inquieto, pues se había tratado de comunicar varias veces con Cuadra y que finalmente este le había contestado desde Concepción, por lo que lograron ponerse de acuerdo para reunirse en Santiago.
Al parecer Núñez quedó más preocupado con la respuesta de Cuadra y me llama nuevamente horas más tarde, diciéndome que quiere conversar conmigo en su casa a las 15:30.
Estábamos en pleno verano y ese día, particularmente, hacía un calor extraordinario. Partí a su residencia en La Reina. Su casa estaba en una larga calle que no conocía y en donde no había un alma. Usé el jeep de mi señora y por efecto del calor, me vestí con polera y short.
Toqué el timbre y Núñez salió personalmente a abrirme la puerta y me contó que su señora no estaba y que la empleada había salido. Entramos a una especie de living pequeño y quedé sorprendido al encontrarme con Marcelo Schilling, personaje con el cual teníamos hace rato una extraña situación, yo diría una “guerrita sutil”, pues él era parte fundamental del Consejo Coordinador de Seguridad Pública del Gobierno, conocido como “La Oficina”, y yo era parte del equipo que trabajaba con Belisario Velasco.
En rigor, con Schilling, teníamos una enorme diferencia sobre cómo resolver algunos temas de inteligencia relacionados con los efectos residuales de la dictadura, y con ello hago referencia a los grupos que habían luchado por el camino de las armas, los cuales quedaron en una situación muy difícil de definir pues nadie se imaginó que el dictador, en un acto republicano, entregaría la banda presidencial en el Congreso Pleno, frente a embajadores, invitados y ante los ojos del mundo entero.
Nuestro aporte era dar una opinión que entregábamos a Belisario Velasco en el marco de conversaciones sobre la contingencia; esto, para que tuviera una visión macro del problema y no le metieran el dedo en la boca con propuestas más parecidas a la época de la dictadura que a la democracia. Al mismo tiempo, Marcelo Schilling sabía que yo había creado una amplia red de informantes que trabajaban para mí, teniendo claro que el usuario final era Velasco, y también estaba al tanto de todos los logros que habíamos obtenido en la lucha contra el crimen organizado y el narcotráfico.
Los grupos subversivos no estaban en el interés de la red de informaciones y esto era así por una razón muy simple: muchos en la época de la dictadura habían pertenecido a diferentes organizaciones de resistencia, pero ahora en democracia eran otras las prioridades y cada uno tenía su corazoncito al respecto, y no era yo quien los iba a convencer de lo contrario.
Trabajaban más por un tema de conciencia que remunerativo. Querían hacer un aporte a la transición democrática luchando contra un enemigo que los golpeaba a diario en las poblaciones donde vivían, como era el tráfico de drogas, la explotación sexual de menores y la delincuencia en general. En resumen, nada tuvimos que ver con la Oficina, asunto tantas veces desvirtuado por un sector de la prensa, pero que fue aclarado en su momento por el abogado Isidro Solís, exdirector de Seguridad Pública e Informaciones,3 y más recientemente, por el propio Belisario Velasco, en una entrevista realizada a fines de 2018 como parte de la promoción de sus memorias Esta historia es mi historia.4
Lo cierto es que me demoré un minuto para entender que Núñez estaba con “crisis de pánico” por todo lo que había soltado en el encuentro con Cuadra y necesitaba tener la certeza de que este no haría uso de lo dicho aquella noche, especialmente en relación a los parlamentarios que él había señalado como consumidores de droga.
Le expresé a Núñez que me parecería muy extraño que Cuadra comentara algo sobre el tema, y le hice saber de la llamada que me realizara temprano al otro día después de la cena que habíamos tenido en mi casa y con relación a sus afirmaciones sobre el caso Letelier. Recuerdo muy bien la cara de espanto que puso Schilling en ese momento y la mirada que depositó en Núñez. Lo concreto es que me comprometí a conversar con Cuadra a la brevedad.
Del resto de la conversación, recuerdo que Marcelo Schilling me hizo un par de preguntas sobre Francisco Javier Cuadra y nuestra amistad, pero que no tenían relevancia alguna.
Cumpliendo con lo prometido, me encontré con Cuadra y este me comentó que Núñez lo había llamado y también me dijo, sonriendo, que estuvo a punto de recomendarle que tomara Imecol (remedio para la diarrea), agregando que estaba bastante asustado el señor senador. Cuadra, que mal que mal es abogado y político, me explicó que hacer uso de lo dicho por Núñez era algo muy complejo, pues sospechaba que se iba retractar de todo. ¿Quién iba a dudarlo?
Pasaron los días y yo estaba en mi casa en Viña del Mar cuando me llama Belisario Velasco para advertirme que en la revista Cosas de febrero venía un artículo sobre Cuadra y mi persona.5 Belisario estaba al corriente de ambas cenas. Me dijo que no tomara acciones legales, pues en marzo nadie iba a recordar la nota y que esa revista moría en los salones de peluquería; que la gente estaba preocupada del Festival de Viña y que nadie hablaría del asunto después del evento. Lo cierto es que le encontré la razón, pero cuando compré la revista me caí de espaldas. El artículo era un conjunto de mentiras, información mal intencionada y detalles falsos sobre mi vida privada y profesional, en síntesis, un engendro de mono y avestruz. Apuntaba a colocarme, con todas sus letras, como “el informante secreto de Cuadra”. Curiosamente, en lo único que acertó fue en describir el jeep en el cual llegué y en cómo yo estaba vestido aquella tarde.
No dudé un minuto en tener claro quién estaba detrás de esta operación que, en rigor, fue una carajada, por decirlo suavemente, ya que nadie me vio entrar ni salir de la casa de Núñez más que este personaje. Si hubiese sido una acción de “inteligencia sucia”, no habrían cometido el error de hacer una descripción personal del vehículo ni de cómo andaba vestido; por lo tanto, no había dónde perderse sobre quién acudió a la periodista con el único fin de salvar a Núñez en el caso de que Cuadra repitiera los nombres que este le había dado en mi casa.
A Francisco Javier Cuadra lo podían atacar, si fuera necesario, por haber sido hombre del régimen militar, por el cometa Halley, por la aparición de la Virgen en Villa Alemana, etc., cosa que al parecer es eterna e infinita; una suerte de tarjeta amarilla moral que cierto sector de la izquierda usa contra la derecha. A mí había que descalificarme vinculándome a una situación oscura, algo siniestra y ligada a la dictadura.
Ya estaba concluyendo el Festival de la Canción de 1995 y en paralelo, Belisario Velasco tenía que asistir a una cena en el Palacio de Cerro Castillo en homenaje a Juan Carlos Wasmosy, presidente de Paraguay, que estaba de visita en Chile. Quedamos de encontrarnos en el Hotel Miramar, donde se hospedaba Belisario. Conversamos tarde por la noche y apostamos a que esto moriría ahí.
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