Resueltos estos puntos claves para tener la tranquilidad de que existía plena uniformidad de criterios respecto a los objetivos, nos dedicamos a levantar un mapa de la actividad delictual, diferenciar la delincuencia tradicional de “los nuevos emprendedores” (narcos) y establecer prioridades de acuerdo a lo que podíamos reclutar como “fuentes de informaciones”, la capacidad de controlarlos y hasta dónde se llegaba con el presupuesto disponible.
Me sorprendió positivamente saber que existía una gran receptibilidad de conciencia en emprender esta cruzada con las personas que conversamos, lo cual facilitó la tarea intermedia de establecer quiénes serían los encargados de controlar el trabajo en el terreno mismo, es decir, “los agentes de control” y aquellos que estarían captando información.
Fue de esta forma que, luego de una cierta marcha blanca, la estructura comenzó a funcionar, lo cual implicó estar durante meses buscando fortalezas y debilidades de los diferentes “implantes” que estábamos haciendo, y lo más importante era tener una sintonía fina con los lugares donde nos estábamos asentando, todos ellos fuertemente vinculados a toda clase de delitos que uno pueda imaginar.
Como este proyecto tenía recursos estatales y el usuario final era el Estado, me resulta imposible, por razones de ética, detallar los logros que obtuvimos en las áreas que habíamos decidido desde el inicio.
Cuando me refiero a la “ética” en materia de inteligencia es sobre la base de que uno, cuando realiza este tipo de trabajo, debe tener muy claro que los hechos, información, documentos, conversaciones, grabaciones, etc., que pueda llegar a conocer le pertenecen al “usuario final”, es decir, a quien se le entrega los informes de inteligencia como producto final y seguro. No son hipótesis, más bien son potenciales escenarios que uno puede agregar como alternativas que se desprenden de un largo proceso al cual se somete la información primaria u original. Pero en el informe final no hay espacio para “los creo”. Por lo tanto, la memoria se va transformando en un cementerio de información, pues la información, por residual y antigua que sea, puede originar problemas o dañar instituciones y personas, más aún cuando muchas veces se dan situaciones de gran similitud.
Solo puedo decir que cuando fui sometido a proceso por el caso Cartas-bomba, las declaraciones del director de Investigaciones fueron muy claras con respecto a estos logros, y también las del señor Joaquín Lavín, quien, siendo alcalde de Santiago, me había pedido una asesoría en algunas materias, trabajo que se realizó con buenos resultados en los temas de prostitución, delincuencia y drogas.16 Más adelante me volveré a referir a estas labores.
En rigor, toda la información reunida por nuestra estructura era enviada por Belisario Velasco a Investigaciones, concretamente a la Bipe.
Debo señalar que, en su mayoría, los informantes lo hicieron gratuitamente y muchos lo decidieron así pues eran espectadores impotentes de cómo la delincuencia iba ganando terreno en sus barrios o sectores. Además, veían con espanto el riesgo de que sus hijos cayeran en eso o simplemente fueran víctimas directas de un delito, porque es de conocimiento público que los narcos inician el proceso de reclutamiento de los jóvenes regalándoles la droga hasta llevarlos al grado de la adicción.
Esta forma de convocar informantes no tenía precio, pues cuando se hace por dinero existen dos riesgos enormes: que salga un mejor postor y uno se dedique a perseguir fantasmas y por cada tres mentiras venga una mediocre verdad (o la simple tarea de intoxicación por parte de otro servicio de inteligencia), y lo otro es que se inventen situaciones para recibir dinero (años más tarde sufriría en carne propia el impacto y costo de esa forma de mentir). Para efectos de reducir estos riesgos, a las personas se les pagaba tuvieran o no información. Al contar con una suma mensual, se le quita presión a la búsqueda de información, por tanto, no se expone al informante a una búsqueda desesperada de información y también se le protege de no adelantar los ciclos de aceptación en medios que son muy sensibles a “caras nuevas”, especialmente en las bandas de delincuentes y con mayor razón, en el mundo del narcotráfico.
Debo reconocer que se hizo un buen trabajo y mucha información terminó con resultados positivos para la policía. La red llegó a tener veintisiete informantes, pero no conocí a uno solo de ellos, únicamente referencias de cómo eran como personas, un perfil sicológico y en qué medios estaban implantados. Lo mismo con quienes los controlaban en terreno. Solo trabajé directamente con dos personas más en los análisis de la información, pues tenían experiencia en estas materias y toda la capacidad intelectual para generar inteligencia.
Cuando desgraciadamente mi existencia se hizo pública a raíz del caso Cuadra, me asombró el nivel de ignorancia de cierto sector de la prensa al llamarme “informante”. Para ser informante hay que estar en el lugar o en contacto con quienes generan la información en forma directa o indirecta –y yo creo no ser ni delincuente ni narcotraficante–, por eso es que la información se clasifica en diferentes grados de veracidad y origen para darle el tratamiento o curso que debe seguir.
Un ejemplo preciso: la secretaria de Carlos Massad, expresidente del Banco Central, entregaba información financiera privilegiada a una determinada persona del grupo Inverlink. Esa era una fuente A1, es decir, confiable y relacionada directamente con la actividad que desarrollaba este grupo. Estar dedicado a las finanzas y tener conocimiento anticipado de todo lo que hace o deja de hacer el Banco Central, con quién habla su presidente, a qué personas recibe, etc., eso es tener un informante de lujo, una fuente de transmisión clara y limpia.
Pese a los logros, y a raíz de todo lo relacionado con el tema de consumo de drogas en el parlamento, esta red pasó a mejor vida. No me fue fácil hacerme cargo de algunas personas a las cuales se les pagaba mensualmente y que quedaron en la calle de la noche a la mañana. Por tal motivo, acudí a buscar diferentes soluciones a la distancia ya que la compartimentación se debe mantener siempre, por doloroso que resulte: no hay espacio para la amistad ni favoritismo alguno. Fueron pocos los casos, pero afortunadamente se resolvieron de forma positiva. No es correcto ni beneficioso dejar a la gente abandonada a su suerte, sea cual sea su nivel de participación en una red de informaciones.
Lamentablemente, en Chile, desde aquellos tiempos, se está bastante en deuda con esta actividad tan necesaria para la protección y desarrollo del país como es la inteligencia.
Noticia de un secuestro
Existió siempre un acuerdo tácito con mi señora de no hablar de temas de trabajo. Siendo ambas profesiones muy diferentes, existía una similitud, lo cual nos llevaba a ser muy discretos con nuestras actividades. Ella, como médico psiquiatra, se debe a sus pacientes y en mi caso, simplemente por razones de seguridad, no comentaba lo que hacía en las labores de inteligencia.
A nivel de Gobierno, se había tomado conocimiento de que habían secuestrado a uno de los hijos del dueño de El Mercurio y que este, don Agustín Edwards Eastman, había traído expertos desde fuera del país que se habían sumado a algunas asesorías que estaba recibiendo en Chile para dar con su paradero. Como era de esperar, no tenía por qué confiar en un sector político (me refiero a los partidos de izquierda dentro del Gobierno) que tenía muy clara su participación en el quiebre institucional de 1973 y que luego fue testigo de cómo sus medios de prensa se prestaron para mentir y desinformar a la opinión pública sin ningún pudor, principalmente en temas vinculados a los derechos humanos.
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