Mechi Puiggrós de Mayer
Alejandro Mayer
Aprender a ser feliz
Una historia de fe
Puiggrós de Mayer, Mechi
Aprender a ser feliz : una historia de fe / Mechi Puiggrós de Mayer ; Alejandro Mayer. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Metrópolis Libros, 2022.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-8924-22-9
1. Biografías. I. Mayer, Alejandro. II. Título.
CDD A863
© 2022, Mechi Puiggrós de Mayer y Alejandro Mayer
Primera edición, mayo 2022
RedacciónAndy Anderson
Diseño y diagramaciónLara Melamet
CorrecciónMartín Vittón y Karina Garofalo
Conversión a formato digital: Libresque
Hecho el depósito que establece la ley 11.723.
Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra sin la autorización por escrito de los titulares del copyright .
Editorial PAM! Publicaciones SRL, Ciudad de Buenos Aires, Argentina
info@pampublicaciones.com.ar
www.pampublicaciones.com.ar
El que se pasa al lado de Cristo,pasa del temor al amor y comienza a poder cumplir con amor lo que con el temor no podía.
SAN AGUSTÍN
O aprendo a ser feliz con esta realidad o no voy a ser feliz nunca.
MECHI MAYER
A Janito, Fran y Pepe,
con todo nuestro amor
PrólogoEstar a disposición
Hace más de veinticuatro años, una tarde de junio, un médico,colega, me acercó un pedido que nunca olvidaré: acompañar a un joven de diecisiete años en una crisis médico-psicológica, portador de una enfermedad neurológica severa. Se llamaba Alejandro Mayer. “Le dicen Janito”, aclaró mi colega.
Aquel fue mi primer contacto con esta familia, integrada por Mercedes, Alejandro y sus tres hijos, Janito, Francisco y Josemaría, los tres con la misma enfermedad, distrofia muscular de Duchenne. Una patología progresiva e irreversible, causada por un gen defectuoso para la distrofina, una de las proteínas que componen los músculos.
Desde el primer momento, acompañar a esta familia implicó para mí una gran responsabilidad. Tenía cerca de treinta años y, aunque venía trabajando desde antes, mi llegada a esta familia representó un enorme desafío profesional que solo pude comprender mucho tiempo después. Ahora, al mirar hacia atrás, la retrospectiva me devuelve la certeza de haber aprendido constantemente en lo más elemental y humano. Aprendí mucho de cada uno de los integrantes de la familia Mayer y de las circunstancias que tuvieron que vivir, pero sobre todo de la forma en la que vivieron esas circunstancias, conviviendo con el dolor y la adversidad.
Gracias a ellos comprendí que algo nuclear en mi profesión radica en estar a disposición del otro, sin grandes recetas ni fórmulas mágicas, con gusto por la tarea y respeto por las creencias, valores, principios y convicciones de aquel a quien prestamos nuestra ayuda. La profesión médica, muchas veces, en mi opinión, se reduce a eso, al solo hecho de estar, de ofrecer una compañía, una escucha que ayude al paciente a descifrar lo que le sucede, los motivos reales detrás de sus decisiones y el contexto en que las toma.
No siempre se puede saber exactamente qué razones impulsan una decisión; desde mi lugar, intenté ayudar a esta familia a transitar la enfermedad, el profundo misterio de esta enfermedad que padecían sus hijos y no otros, y lo hice con las mejores herramientas que pude ofrecer: entrega profesional, cercanía afectiva y respeto.
Cuando falleció Janito, por ejemplo, creí que mi cercanía debía manifestarse al máximo, creí que debía estar con ellos a cada instante, pero un colega de enorme experiencia, que me ayudó en mi formación, el psicoanalista Alfredo Painceira Plot, me dijo: “Los asuntos de la manada los resuelve la manada”. Aprendí así a respetar los tiempos de la familia, sus decisiones, sus momentos de intimidad y sus hábitos, entre ellos, el de recibir parientes y amigos a toda hora, en todo momento. Aprendí el valor de la paciencia, de la humildad para recibir ayuda y tolerar la presión de gente de su entorno, que muchas veces obraban con auténtico amor, sin saber de las dificultades que esa ayuda acarreaba, sin querer, en una realidad de por sí compleja.
En mi tarea profesional con la familia Mayer, que comenzó con Janito, siguió con Mercedes y continúa hoy con Alejandro, he tenido la suerte de ser testigo a la vez privilegiado y agradecido de tantas enseñanzas. He presenciado de cerca el coraje con el que vivieron, y viven, sus vidas, he podido ver el equilibrio conyugal en funcionamiento, tan importante para sortear los vaivenes y las dificultades de una enfermedad atroz.
Poder haber visto esto de cerca me llevó a pensar que tanto amor, tanto afecto, tanta fe, no pueden perderse. Y que ojalá puedan convertirse en herramientas para que otros, que luchan contra la desesperanza y el desconsuelo en el seno familiar, vean que hay un camino posible.
Espero que el lector encuentre en estas páginas esa senda, ese camino de esperanza, esas mismas lecciones de vida que tanto inspiran a vivir.
MARCELO FULGENZI
Médico
Ojalá sueñes cosas lindas.
Lo digo en voz baja. Para no despertarte. Tampoco sé, ni puedo saber, si estás del todo dormida, o si cerraste apenas los ojos para hacer más llevadero el momento. Quizás los ojos se cerraron porque sí, porque necesitan, ellos también, un poco de alivio. Acomodo la frazada, debajo de tu cuello. Ni te das cuenta.
Es lento tu respirar.
Si supieras cuánto quiero tu forma de respirar. La de siempre, la que conocí, la de ahora, la de estos días que llevás en cama. (Ya perdí la cuenta.)
La forma en que nos reímos, los dos. Vos decís que me río con todo el cuerpo, yo te digo que reír es una forma de respirar.
En realidad, lo digo en voz alta porque quiero que sepas que estoy acá, que creo —mirá qué ridículo— que la frase puede funcionar como una señal, como cuando nos disponemos a rezar.
Te hablo, en voz alta y voz baja; o sea, no tan alta como para que te despiertes, ni tan baja como para que yo no lo escuche.
Ya sé lo que me vas a decir: decidite, Gordo.
Me decido por la voz baja, entonces. Se habla bajito, acá en casa. Cada vez más bajito. No sé por qué, si tenés una voz fuerte, de mujer con carácter. Fue una de las primeras cosas que me llamaron la atención de tu personalidad, tu voz. La misma que escuché recién, cuando pediste que bajase un poco la persiana. Te hago caso, por supuesto, pero cuando me doy vuelta, estás dormida, o con los ojos cerrados. Por eso, me acerco, lentamente, y repito: ojalá sueñes cosas lindas.
Lo digo en voz alta, o no tan alta, porque quiero que me escuches, que sepas que estoy acá, que no me fui.
Que olvides lo que pasa.
Me quedo un rato más. Me gusta el silencio que hay ahora, apenas interrumpido por tu respirar.
Percibo un conjunto de voces desordenadas que viene de abajo. Un saludo por acá, un comentario sobre horarios por allá. Cuando confirmo que tu sueño es profundo, bajo las escaleras. Había movimiento antes, ahora no tanto. Había voces, ahora no tanto.
Cómo decirles que no vengan. Sé que lo hacen con amor, para acompañarte, pero es una invasión. La casa se colma de gente que te quiere y lo que necesitamos es estar tranquilos, los dos. Ni idea de cuánto tiempo, el que sea necesario.
Читать дальше