Si el Partido, el glorioso partido comunista de España es el heredero del marxismo-leninismo y es capaz de purificarse a sí mismo, embarcándose en una tarea dolorosa pero positiva, debe orientarse también a un trabajo difícil y urgente: la recuperación de los camaradas que injustamente fueron separados de él o que ellos mismos se alejaron sin dejar de ser comunistas. 127
Por otra parte, es necesario recordar que la relación con los partidos comunistas en el poder durante esta etapa fue muy compleja. El PCUS mantuvo una posición complicada en la cual trató de distanciarse públicamente de los disidentes españoles. Incluso no parece muy claro que el propio PCUS estuviera a favor de su estrategia. Al fin y al cabo, la celebración de un VIII Congreso suponía la ruptura definitiva con el PCE y la formación de un nuevo partido. Inevitablemente, este movimiento era visto por los soviéticos como una división del comunismo español, lo que debilitaba su fuerza. Probablemente, los soviéticos hubieran preferido que los ortodoxos continuaran dentro de las estructuras del partido condicionando las acciones de Carrillo. El apoyo a una discreta disidencia interna no podía comprometerles de la manera que sí lo hacía la construcción de un nuevo partido. Incluso, según los testimonios consultados, se pusieron ciertas trabas en cuanto a la financiación del nuevo partido. 128
Con todo, el trabajo para la celebración del VIII Congreso continuaba su marcha. Una comisión se encargó del proceso de elaboración de los documentos congresuales. En ellos se ponía en tela de juicio la línea política de los últimos años en el PCE. También se plasmaba su táctica y estrategia de cara al futuro. Aunque a primera vista pudiera parecer que suponía un continuismo con los postulados clásicos del PCE, esto no fue exactamente así. La combatividad rodeaba muchas de las propuestas políticas. Finalmente, la comisión de dirección se encerró durante ocho días para el debate de los documentos. El lugar escogido, a las afueras de Praga, mostraba la sintonía con el PCCH. Lidia Falcón, asistente a esta reunión, recordaba la impresión que le causaba estar rodeada de veteranos militantes de la talla de Líster. También se quejaba de las formas escogidas por estos dirigentes: «En el trato asiduo que sostuve con los promotores de aquel movimiento de renovación del partido, pude enterarme de lo mal que aceptaban cualquier discusión u objeción a sus análisis y decisiones […] Se trataba de aceptar en bloque todo lo que dijeran los líderes o nuevamente sentirme excluida del proyecto. Ante tal disyuntiva decidí seguir adelante con él». 129
Además, los materiales para la elaboración de los documentos congresuales habían sido facilitados con poca antelación y la dirección se encargó de marcar férreamente los ritmos de trabajo. De tal manera que las conclusiones no guardaron grandes contrastes con las tesis propuestas. Líster y García tenían muy claro qué línea debían seguir. 130El proceso culminó con la celebración del congreso en París a principios de 1971. Este evento fue presentado como el auténtico VIII Congreso del PCE llevado a cabo por sus «fuerzas sanas». Es decir, por aquellos sectores conscientes de lo que suponían las políticas de Carrillo y que no habían sucumbido a la «enfermedad del carrillismo » . En estos documentos destacan proclamas clásicas en la cultura política comunista. En primer lugar, se explicitaba la adhesión a los países del campo socialista y se saludaba, especialmente, el nuevo rumbo tomado en Checoslovaquia tras la entrada de los tanques de las tropas del Tratado de Varsovia. También se puede apreciar el proceso por el cual trataban de autolegitimarse como los verdaderos continuadores de la historia del PCE, apelando de forma constante a lugares comunes de su memoria colectiva. La definición de sus enemigos quedaba nuevamente perfilada al considerar al PCE oficial como una «plataforma antimarxista y antileninista de Santiago Carrillo y su grupo». 131También se encontraba entre sus acuerdos la creación de una comisión para el esclarecimiento de la historia del partido, con el objetivo de rehabilitar públicamente a toda la militancia injustamente expulsada. En cuanto a su línea política, se condenaba a la «alianza de las fuerzas del trabajo y la cultura» por «reformista». Como alternativa, recuperaban la importancia de la tradicional «alianza obrero-campesina» y apostaban por la creación de un frente antifranquista y antimonopolista. Todo esto estaba impregnado de los grandes elementos simbólicos de la cultura política comunista: la lucha de clases y el frente popular. Otro factor de divergencia con Carrillo era su concepción de la articulación europea. Tanto era así que se consideraba al Mercado Común Europeo como una «organización supranacional de los monopolios destinada a aumentar la explotación de los trabajadores». Su estrategia en el movimiento obrero pasaba por apoyar la lucha de las Comisiones Obreras como una herramienta para construir la unidad obrera. Además, respecto a la futura forma de gobierno, ellos defendían la república democrática como única salida para asegurar las transformaciones democráticas y revolucionarias que el país necesitaba. 132
Tras la celebración de este congreso trató de darse un nuevo impulso al proselitismo. En este sentido, llaman la atención algunos de los rasgos característicos de su perfil de militancia. Se trataba de un «militante de resistencia» acostumbrado a un trabajo político en una situación muy dura y a la realización de enormes sacrificios. Los años de exilio, represión y clandestinidad dieron lugar a una cultura política con unos rasgos muy específicos. Aunque su visión de la militancia estaba muy ligada a la disciplina, este tipo de militante podía, llegado el momento, incluso romper con el partido gracias a la percepción de que su principal lealtad se debía con su código moral. De esta manera, este tipo de activistas podía llegar a tener una praxis tremendamente versátil. En primer lugar, estaría dispuesto a organizar una disidencia dentro del PCE, con el riesgo que ello conllevaba. Una vez derrotada esta táctica, trataría de construir otra estructura de forma autónoma para más tarde «buscar al partido». Precisamente por eso, el recién constituido PCE, (VIII Congreso) realizó un llamamiento a los y las comunistas para que se encuadrasen en células. Sin embargo, debido a la precariedad organizativa, debían de ser ellos mismos quienes dieran el paso y construyeran el partido desde abajo. La iniciativa debía organizarse de forma autónoma para, más tarde, entrar en contacto con la dirección en Francia. De esta manera lo describía el responsable de organización Agustín Gómez:
Para formar una célula del Partido y un comité de célula en una empresa, barriada, pueblo Universidad, cuartel, los militantes que están de acuerdo con el VIII Congreso y con sus documentos y decisiones no deben esperar recibir orientaciones e instrucciones de los organismos superiores, sino que deben constituirse inmediatamente en célula y elegir un comité. Al mismo tiempo, los militantes deben esforzarse por entrar en contacto con la dirección del Partido utilizando para ello formas y conductos conocidos. 133
Gracias a este llamamiento comenzaron a estructurarse las distintas organizaciones del PCE (VIII Congreso) en 1971. Para la llegada del verano ya existían varios comités de zona que desarrollaron distintas actividades de propaganda llamando a «desenmascarar a los carrillistas» y a regenerar el PCE. 134Además, durante esta etapa tuvo lugar un «efecto boomerang». Gracias a que la dirección del PCE impuso un «cordón sanitario» ante cualquiera que planteara algo relacionado con los «escisionistas», algunas personas expulsadas acabaron integrándose en las filas del PCE (VIII Congreso). Este sería el caso del comunista asturiano Pedro Sanjurjo, Pieycha :
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