Eduardo Abad García - A contracorriente

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A través de un recorrido por el surgimiento y la evolución de la disidencia de origen ortodoxo en el comunismo español, de aquellos a quienes la opinión pública encasilló como «prosoviéticos», se plantea la hipótesis de que este movimiento de oposición en el seno del Partido Comunista de España estuvo motivado por la mutación progresiva de la política y la imagen del partido. Estas transformaciones no serían bien recibidas por algunos sectores de su militancia y, como consecuencia, se produjeron varios movimientos divergentes cuyo nexo común radicaba en la reivindicación de la identidad comunista clásica.También fue importante el contexto, marcado por las frustraciones de la Transición y la crisis del movimiento comunista internacional. Fruto de una exhaustiva investigación, este trabajo propone una periodización de esta corriente en tres olas, metáfora que ayuda a comprender las distintas dimensiones de un fenómeno complejo y facilita su análisis sincrónico centrado en la identidad comunista. Se trata de la primera ocasión en que se estudia este hecho de forma global y monográfica. Por lo tanto, el objetivo principal es contribuir a esclarecer una de las facetas más desconocidas de la historia del comunismo español –poco después del centenario de su nacimiento–, sin la cual esta no estaría completa.

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El PCE, por su parte, continuaba a la expectativa de ver las dimensiones del golpe. Para ello había estado controlando a todos aquellos militantes que se mostraban críticos con la línea de Carrillo en política exterior e interior, tratando de marginarlos al máximo y haciendo un seguimiento de lo que decían y hacían:

Aquí, aunque sin mucho entusiasmo, siguen los mismos que ya en otra ocasión os dijimos; en torno al cual actúa un elemento que había sido un activo de (16). Este es un elemento intrigante y ambicioso, no dando la cara a los c[amara]das. Que él sabe que le van a desplazar, pero se arrastra a los que considera más débiles tratando de llevarlos a su mismo terreno, pero sin ningún éxito. El (17) ha desenmascarado la labor de estos elementos y ha prevenido a todos los militantes de los fines que persiguen, aislándolos. 119

Otra transformación central para la consolidación de su subcultura política fue la forma de identificarse. El complejo proceso de construcción de una imagen pública. Como ya se ha comentado, estos comunistas se veían a sí mismos como los defensores de los verdaderos valores del partido que el «carrillismo» estaba tratando de destruir. Por lo tanto, sus críticas se centraron en atacar al único elemento que consideraban ajeno a esa cultura política: los actuales dirigentes del PCE. La fijación en este sujeto estaba vinculada con la construcción de la figura de los «traidores» como antítesis de ellos mismos. Esta fue la manera en que intentaron resolver la fuerte contradicción que para los militantes suponía tener que elegir entre acatar la disciplina de partido o sumarse a las filas de la disidencia. En todo caso, ellos decidieron autodenominarse también como PCE conscientes de que existía otro PCE y de la confusión que esto generaba. Sin embargo, esta decisión venía determinada por la necesidad de reforzar su autoafirmación y tratar de arrebatarle a Carrillo la legitimidad de esas siglas:

Hay motivos y razones para ser optimistas y confiar en que existan fuerzas sanas suficientes en el partido para restablecer la democracia interna y celebrar nuestro VIII Congreso, donde se corrijan las deformaciones de los métodos de dirección, se acabe para siempre con la autocracia y el partido no pierda lo que siempre fue en él tradicional: su fidelidad a los principios del marxismo-leninismo, su internacionalismo proletario y su combatividad revolucionaria. 120

Por su parte, el PCE continuó viendo con alguna preocupación el avance de los ortodoxos. La difusión de estas nuevas ideas que incluían la denuncia del «carrillismo» como una desviación del comunismo no parecía agradar especialmente al secretario general. Por eso, el propio Carrillo se esforzaba por desmentir estas acusaciones y presentar su política como una liberación frente a la tutela soviética: «En el Partido no hay “carrillistas”, sino comunistas, marxistas-leninistas. Difícilmente puede haber más democracia en un partido clandestino. Se trata de ver si queremos un Partido independiente, con voluntad propia, o volver “a la época de a incondicionalidad” y convertirnos en caja de resonancia o agencia de propagandistas de tal o cual Partido». 121Algunos comités provinciales, como el caso del asturiano, continuaron con sus ataques a los disidentes. Según su opinión, se trataba de una operación que solo podía beneficiar al mismísimo Franco, ya que «contiene una difamación del Partido que no creemos que la propaganda franquista haya superado jamás». Además, también insistían en defenderse de las acusaciones que pretendían presentarles como contrarios al legado soviético: «afirmamos que estamos y estaremos siempre con Lenin. Creemos que mantener con franqueza y con firmeza nuestras posturas dentro del Movimiento Comunista Internacional no es antisoviético». Otro argumento que el PCE divulgó dentro de su propaganda fue la apelación a la modernidad. El PCE debía renovarse y ser un partido moderno, acorde a los tiempos que les tocaba vivir. Mientras que los ortodoxos estarían «caducos» y vivirían en el pasado. El aparato repitió abundantemente esta idea, incluso aseguraba que lucharía contra todos aquellos que se les había «parado el reloj en 1936, sean franquistas o se crean comunistas». 122

La nueva cabecera de la prensa ortodoxa fue utilizada como una importante herramienta para la difusión del nuevo movimiento disidente. En las páginas del Mundo Obrero (cabecera roja), no solo se escribían artículos denunciando al PCE o reivindicando aspectos teóricos del marxismo-leninismo. Los redactores del periódico también tuvieron mucho interés en ir reflejando las distintas luchas obreras que se iban sucediendo en el interior de España. Las crónicas de estos conflictos los describían como parte de un auge exponencial de la lucha de clases que amenazaba con terminar con la dictadura. Sin embargo, como no podía ser de otra manera, estas crónicas aparecían siempre acompañadas de reflexiones llamando a reforzar el partido ortodoxo, porque según su cosmovisión: «sin ese Partido la clase obrera no puede marchar hacia adelante». 123Durante este primer periodo, extender el partido se convirtió en una auténtica prioridad. Los comunistas ortodoxos se volcaron en acercarse a la militancia de todas las organizaciones del PCE para explicarles su visión de los problemas que atravesaba el comunismo español, lo cual como ya hemos visto, generó importantes tensiones y roces con el PCE. El trabajo de proselitismo y propaganda se realizó en todos aquellos lugares donde había comunistas españoles, tanto entre la emigración como en el interior. Los éxitos iniciales fueron más bien discretos, aunque es verdad que lograron captar simpatizantes en muchas organizaciones del partido de Carrillo. Un lugar donde obtuvieron un mayor éxito fue en los países del bloque socialista. En estas repúblicas existió una mayor sensibilidad y empatía hacía su disidencia y por eso cosecharon bastantes éxitos. Aunque no se puede decir que arrasaran por completo, sí que es verdad que lograron alguna conquista. Muchas de las secciones del PCE en los países del este (RDA, URSS, Polonia, Hungría, etc.) quedaron diezmadas por la acción «anticarrillista» de García y Líster. 124

Lógicamente, el trabajo disidente en el interior fue más complicado debido a la situación de clandestinidad a la que obligaba la dictadura. La forma de trabajo se orientaba desde los focos de la emigración en países como Francia o Bélgica. Allí lograban captar a comunistas emigrados, que aprovechaban sus viajes de vacaciones para realizar contactos y extender la organización. Toda esta situación exasperaba especialmente al PCE: «Como ya sabéis por aquí circula en cantidad la basura de Líster y cía. Unos llegan por correo desde Bélgica y Francia y otros se meten en buzones». 125Sin embargo, los pequeños éxitos no parecían corresponder con las amplias expectativas que podían haberse creado muchos dirigentes y militantes. El levantamiento contra Carrillo no acababa de generalizarse y después de los éxitos en el este, las adhesiones llegaban con cuentagotas. Algunas cartas, supuestamente mandadas a la redacción del periódico, mostraban un cierto grado de desesperación ante la inmovilidad de sus «camaradas»:

Nos hemos quedado parados, tenemos miedo. Aceptamos todo lo que dice Carrillo sin importarnos que haya renegado de los principios revolucionarios, que confunda los intereses de la burguesía con los del proletariado, que no distinga entre ideología y teoría científica. Unos camaradas han dado un paso al frente, se han separado del pelotón carrillil [sic]. ¿Si estamos de acuerdo con sus razones por qué no nos situamos a su lado? ¿No nos interesa el problema? ¿Somos comunistas o seguidistas? 126

Sin embargo, durante el primer año de existencia se logró asentar la organización e incluso extender sus contactos de manera importante. No obstante, faltaba un nuevo golpe de efecto y para eso la dirección de este grupo fue dando los pasos para llevar a cabo su objetivo principal: la celebración de un autoproclamado VIII Congreso del PCE. Un evento que debía servir para legitimarles en tres frentes. El primero, ante su propia militancia. Este congreso debía ser un acto capaz de cohesionarles y reforzar sus convicciones ante la lucha que quedaba por delante. El segundo, ante los comunistas que continuaban en las filas del PCE. Se trataba de construir una imagen sólida que diera garantías de que el sacrificio era menor que la posible recompensa. Y el tercero, ante los partidos comunistas del bloque oriental, especialmente el PCUS. Conseguir el reconocimiento público de este partido era un objetivo muy importante y para ello era necesario convencerles de que la mayoría estaba de su lado. Construir la imagen de un congreso exitoso donde los comunistas españoles, entre ellos varios dirigentes de reconocido prestigio, se unieran frente a Carrillo, era importantísimo. Sobre todo, porque el congreso era presentado como un importante acontecimiento en el que se iban a enmendar de forma colectiva los errores y «crímenes» del «despotismo carrillista». Por eso, como ya se ha explicado, se insistía en que sus militantes debían hacer una ardua labor voluntarista para tratar de atraer al mayor número posible de comunistas a su proyecto. Además, era necesario insistir en la necesidad de recuperar a aquellas personas que, aun siendo comunistas, se encontraban en sus casas apartados de la militancia activa:

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