Eduardo Abad García - A contracorriente

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A través de un recorrido por el surgimiento y la evolución de la disidencia de origen ortodoxo en el comunismo español, de aquellos a quienes la opinión pública encasilló como «prosoviéticos», se plantea la hipótesis de que este movimiento de oposición en el seno del Partido Comunista de España estuvo motivado por la mutación progresiva de la política y la imagen del partido. Estas transformaciones no serían bien recibidas por algunos sectores de su militancia y, como consecuencia, se produjeron varios movimientos divergentes cuyo nexo común radicaba en la reivindicación de la identidad comunista clásica.También fue importante el contexto, marcado por las frustraciones de la Transición y la crisis del movimiento comunista internacional. Fruto de una exhaustiva investigación, este trabajo propone una periodización de esta corriente en tres olas, metáfora que ayuda a comprender las distintas dimensiones de un fenómeno complejo y facilita su análisis sincrónico centrado en la identidad comunista. Se trata de la primera ocasión en que se estudia este hecho de forma global y monográfica. Por lo tanto, el objetivo principal es contribuir a esclarecer una de las facetas más desconocidas de la historia del comunismo español –poco después del centenario de su nacimiento–, sin la cual esta no estaría completa.

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Es necesario que los campesinos se unan y luchen, aprovechando todas las posibilidades legales y extra legales, pero, sobre todo, creando sus propias formas de organización, a partir de sus localidades respectivas. Los campesinos sólo pueden conquistar sus reivindicaciones aliados a los obreros industriales. La clase obrera y su Partido Comunista deben hacer mayores esfuerzos para que la alianza obrero-campesina se convierta en una realidad. 155

El partido llegó a tener presencia en algunas áreas rurales. Por ejemplo, en la zona campesina de Vegas Altas del Guadiana en Extremadura. En las páginas de Mundo Obrero (cabecera roja) se puede observar algunas informaciones sobre el trabajo desarrollado en este sector. Por ejemplo, en junio de 1972 un militante de la organización publicaba un llamamiento a los campesinos de la zona:

Yo hago un llamamiento a los campesinos de todos los pueblos nuevos para que nos unamos frente al gran monopolio agrario del Estado capitalista de Franco (I.N.C) para que las tierras pasen a ser administradas por nosotros que las cultivamos, siendo los dueños de las cosechas, que alcancemos vendiéndolas donde nos de la gana, fuera totalmente de la tutela del patrón Instituto. Agrupémonos todos en grandes cooperativas agrícolas o Colectividades y desmonopolicemos la tierra y colectivicemos nuestras conciencias de campesinos, de proletarios y de clase. 156

Sin embargo, el único caso conocido con más detalle donde sí se realizó un mayor trabajo con el campesinado tuvo lugar en Asturias. En diciembre de 1971 apareció la primera noticia en Mundo Obrero (cabecera roja) sobre la dramática situación en el campo. En sus líneas se explicaba el empobrecimiento del pequeño propietario y la presión de la oligarquía local gracias al apoyo del régimen franquista. 157Para acabar con esta situación, realizaban un llamamiento a la militancia obrera con orígenes rurales, debían ayudar a los campesinos a formar células comunistas. De esta manera, se forjaría la alianza obrero-campesina, base del Frente Democrático Revolucionario y de la revolución socialista en España. 158Aunque no deje de resultar un caso anómalo, es interesante el proceso de construcción de unas pocas células comunistas en el concejo rural de Piloña (Asturias). Todo comenzó a partir de un contacto de la cárcel de Higinio Canga. Pronto, consiguieron conectar con más comunistas de la zona. Se trataba de militantes desconectados que les manifestaron sus críticas por la marginación a la que les sometía el PCE. Así que comenzaron a repartir profusamente por estos pueblos el Mundo Obrero (cabecera roja), cosechando buenas críticas ante unos militantes muy aislados y «desconocedores de la situación que atravesaba nuestro partido, a partir de los acontecimientos de Checoslovaquia». 159Tras varios roces con los enlaces de la dirección provincial del PCE, convocaron una reunión en día de mercado y, tras un acalorado debate sobre el nuevo rumbo del PCE, decidieron pasarse en bloque al PCE (VIII Congreso). 160En mayo de 1972 se constituyó un Comité Comarcal. 161Sin embargo, los comienzos no fueron fáciles, pues debían soportar las limitaciones del propio medio geográfico y un entorno social receloso con los comunistas. Las páginas del periódico denunciaron profusamente la situación de los campesinos. Desde la lucha contra la pérdida de montes comunales por la política forestal del franquismo que atentaba contra la ganadería de subsistencia 162, hasta los precios de la leche, que mantenían en la miseria a las caserías asturianas. Todo ello enfrascado dentro de un combate más amplio por la reforma agraria destinada a elevar el precario nivel de los trabajadores del campo «en los marcos de la fase antimonopolística y popular de la revolución española». 163A finales de 1972 casi nadie podía presagiar la crisis cismática que se cerniría sobre los comunistas ortodoxos en poco tiempo. Hasta ese momento, la tendencia general del PCE (VIII Congreso) era de crecimiento y el partido, aunque modesto, parecía que se empezaba a consolidar en el panorama político del antifranquismo. La primera ola disidente no había conseguido su principal objetivo, destituir a Carrillo, pero resistía tenazmente. El desconocimiento de sus fuerzas reales y el miedo a que los soviéticos decidieran finalmente apoyarlos continuaba preocupando al PCE. Además, el PCE (VIII Congreso) poco a poco iba ganando adeptos en el interior, lo que se sumaba al apoyo que ya tenía entre los españoles que residían en los países socialistas. Sin embargo, esta situación pronto cambió, produciéndose una grave crisis interna cuyos orígenes se remontaban hasta 1968. De esta manera, aparecieron grandes roces en el Comité Central que acabaron paralizando el proceso ascendente y rompiendo la organización por la mitad. Los motivos de este dramático desenlace fueron varios. Sin embargo, se puede decir que estuvieron fuertemente condicionados por la división del partido en dos corrientes representadas por Líster y García respectivamente. La confrontación entre ambas tendencias se fue agudizando hasta que se consumó la ruptura orgánica a principios de 1973. Aunque el choque estuvo fuertemente condicionado por los protagonismos de estos dos líderes, existieron otros problemas que es necesario explicar con más detenimiento. Ambos dirigentes representaban modelos de partido distintos, cuyos matices comenzaron a resultar importantes a medida que trascurría el tiempo y era necesario decidir qué rumbo debía tomar el PCE (VIII Congreso). Principalmente, las diferencias pueden agruparse en torno a cuatro cuestiones: el grado de protagonismo de los países del campo socialista en la línea del partido, la extensión hacía otros sectores no proletarios, la relación con otros grupos comunistas y el rumbo organizativo que debía tomarse.

El primer punto de fricción resultó capital, pues estaba directamente relacionado con el papel que la Unión Soviética debía representar para el partido. Si bien ninguna de las partes renegaba de la URSS, el debate estaba en el grado de dogmatismo que revestía la adhesión. Por una parte, la línea encabezada por E. García planteaba un completo seguidismo respecto de la Unión Soviética. Es decir, que hiciera lo que hiciera este país no existía posibilidad de crítica alguna, pues la crítica era signo de «antisovietismo». Sin embargo, esta cuestión no era vista de la misma manera por todo el CC. Líster defendía la solidaridad con todo el campo socialista, pero con algunos matices. Como, por ejemplo, evitar una excesiva dependencia del PCUS y, sobre todo, tratar de mantener una cierta independencia en aquellos aspectos que pudieran interferir en la lucha antifranquista. 164Este aspecto ya había quedado patente durante el debate en el CC del PCE sobre los sucesos de Checoslovaquia, cuando Líster condenó la intervención mientras García se opuso activamente. Incluso, con el propio proceso de expulsión de E. García y A. Gómez. En esa ocasión, Líster también trató de mantenerse neutral pese a condenar el «giro antisoviético de Carrillo». Evidentemente, estas diferencias y roces del pasado inmediato tendrían mucho peso para el conflicto posterior.

El segundo de los puntos conflictivos estaba relacionado con la extensión del partido a otros sectores sociales. Enrique Líster se quejaba de que existía por parte de E. García una prudencia extrema a la hora de impulsar las distintas ramas del partido (juventud, mujeres, propaganda, Mundo Obrero ). Es decir, que se negaba a que el partido pudiera crecer realmente y se acercase a muchos otros sectores que estaban potencialmente contra Franco. Sin embargo, Eduardo García contestaba a esas acusaciones alegando que esta diversificación solo serviría para crear estructuras fantasmas. O, dicho de otra manera, que se convertirían en estructuras sin un contenido real, ya que, dadas sus fuerzas en ese momento, no tendrían contacto alguno con España. 165El tercer elemento de discordia eran las relaciones con otras organizaciones comunistas «izquierdistas». Ambos sectores tuvieron distintas posiciones en lo que respecta a qué tipo de vínculos debían tener con las demás organizaciones comunistas. Una vez más, el centro del debate se orientaba en torno al diferente nivel de dogmatismo de las dos líneas. Por ejemplo, Líster defendía la necesidad de abandonar el sectarismo y realizar un cierto acercamiento a los demás grupos «en aras de un trabajo común contra el franquismo». Sin embargo, García mantenía un discurso mucho más duro, vinculado a una reafirmación identitaria como forma de cohesión de grupo. Por lo tanto, para él la prioridad era no tener ninguna relación con estas organizaciones. Es más, en el marco del conflicto chino-soviético, este había llegado a defender la necesidad de «combatir el maoísmo, desviación muy peligrosa del marxismo-leninismo, tanto en el terreno nacional como internacional». 166Por último, estaba el cuarto factor de desacuerdo entre las dos partes, que tenía que ver con los objetivos finales del proyecto político y también con la autopercepción de estos comunistas. En definitiva, el conflicto afectaba al principal vector de la lucha disidente: la identidad comunista. Por eso, Líster planteaba que el proyecto de García para el PCE (VIII Congreso) era convertirse tan solo en un grupo de presión política, cuyo objetivo era poder influir en la línea del PCE. Todo esto con la intención de corregir las desviaciones en su seno para poder reintegrarse en el partido al cual habían dedicado décadas de su vida. Sin embargo, en este caso el viejo general era mucho más pragmático y realista. Consciente de que habían perdido en sus objetivos iniciales, el partido tenía que ir desarrollándose y adquiriendo ciertos rasgos que les diferenciaran en la sopa de siglas de la izquierda revolucionaria española. Según su parecer, lo contrario sería una «traición» a los postulados del VIII Congreso. 167

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