Lo cierto es que para los cinco dirigentes del CC que habían votado en contra del informe de Santiago Carrillo y se habían mantenido en su defensa de la invasión, las perspectivas no eran muy halagüeñas. Manifestar públicamente sus críticas a la dirección del partido y mantenerlas era algo poco común en la historia de los partidos comunistas. En todo caso, las consecuencias de ese tipo de actitudes eran predecibles y solían ser bastante graves. Acostumbrados al monolitismo y la ausencia de divergencias, cualquier crítica era percibida como un ataque a la unidad del partido. Precisamente por eso, estos dirigentes, que hasta ese momento habían sido considerados como de lo más valioso de la militancia del PCE, se transformaron en otra cosa. Se convirtieron en elementos peligrosos, en personas en las cuales ya no se podía confiar. En definitiva, habían comenzado la transición del «nosotros», propio de la identidad colectiva comunista, al «los otros» asociado al conjunto de enemigos de la organización. Fruto de este proceso, el ambiente se fue enrareciendo en todo lo relacionado con estos «camaradas» y como primera medida de profilaxis fueron apartados del núcleo de trabajo de la dirección del partido, lo que ya significaba una marginación muy importante y un estigma imborrable en su «orgullo militante».
Sin embargo, seguían siendo miembros del CC y las tensiones continuaron sucediéndose. Así, por ejemplo, tuvo lugar, nuevamente, un choque de visiones respecto a qué actitud tomar ante la reunión de noviembre de 1968 en Budapest. Este encuentro internacional resultaba muy importante, dado que debía servir como preparatoria de la Conferencia de los partidos comunistas y obreros que se iba a celebrar en junio de 1969 en Moscú. Tradicionalmente, estos conclaves internacionales servían de instrumento de coordinación y puesta al día de los partidos comunistas, un sustitutivo de la internacional comunista, fruto de la cada vez mayor autonomía de los partidos. 79No obstante, la invasión de Checoslovaquia había supuesto un duro golpe para el MCI y existía un debate abierto sobre si la conferencia debía celebrarse igualmente o, en vistas de la grave crisis de Checoslovaquia, lo mejor era suspenderla hasta que se solucionase. La conferencia preocupaba enormemente a la alta dirección del PCE. Carrillo temía que sirviese para legitimar la invasión y esperaba que, consiguiendo más plazo, los debates pudieran ser otros. Sin embargo, una vez más, Eduardo García daría la nota disonante. El antiguo responsable de organización del PCE opinaba que no debía ser aplazada ninguna discusión, sino todo lo contrario. Según su punto de vista, era necesario continuar sobre lo planificado antes de la crisis. Lo contrario sería justo lo que deseaba el imperialismo, un signo más de debilidad del campo socialista en la difícil coyuntura posterior a la invasión. 80En este mismo contexto, paralelamente, los militantes del PCE del interior fueron normalizando su indignación, aunque para muchos la confianza en la dirección se había perdido para siempre. El PCE, por su parte, monitorizaba con detenimiento todos los movimientos de aquellos militantes que más se habían destacado en su oposición. En términos generales, los informes elaborados por los distintos territorios del interior eran bastante positivos, puesto que, aunque resaltaban que había militantes que aún se mostraban recelosos, se destacaba que estos manifestaban que «a pesar de todo insisten en que están con el P. y su política». 81
Apartados del trabajo real que llevaba a cabo la organización, estos comunistas ortodoxos acabarían rompiendo con uno de los principios básicos de su código moral, aquel que hasta hacía poco juraban que jamás romperían: la unidad del partido. Como ya se ha explicado, la cosmovisión militante existente hasta este momento en el PCE daba mucha importancia a la disciplina interna. Según los preceptos del centralismo democrático, una vez discutida una cuestión, la minoría debía siempre acatar y defender lo acordado por la mayoría. Sin embargo, Eduardo García y Agustín Gómez romperían con esa «regla de oro» de la organización. Ellos desarrollaron un conflictivo proceso por el cual disociaron a la dirección del PCE de la autoridad partidaria y, por tanto, se legitimaba su acción disidente. En todo caso, la etapa inicial de disidencia dentro del partido fue especialmente corta para esta primera avanzadilla de la primera ola. Tal es así que, ya en la primavera de 1969, Carrillo comenzó a acusarles de trabajo fraccional. En esta difícil coyuntura, con una correlación de fuerzas muy en su contra, ellos tratarían en vano de suavizar sus posiciones públicas. Hay que tener en cuenta que esta era su única opción, pues les resultaba imposible ganar cualquier votación en el CC y necesitaban tiempo para organizar una disidencia con alguna opción de ganar. No obstante, la errática conducta de estos dirigentes estuvo completamente alejada de una planificación inteligente de los pasos que se debía seguir. El mejor ejemplo de este comportamiento se encuentra en la súbita dimisión de Eduardo García de todos sus cargos en el Comité Ejecutivo y en el Secretariado. Es cierto que, de facto , García dejaba de ser voluntariamente el responsable de organización. Además, no se le incluía en los debates ni la toma de decisiones de ningún órgano central. No obstante, la decisión de dimitir, en vez de esperar que se le expulsara definitivamente, muestra falta de picardía y de olfato político, ya que podía haber presentado esta maniobra más fácilmente como una represión interna hacía los «auténticos comunistas». Su hijo ha valorado que esta decisión se debió en gran parte a su honradez y a su «orgullo de comunista». Según este análisis, García se habría visto desprovisto de la confianza de su secretario general, al mismo tiempo que se habría sentido herido por su marginación, 82con lo cual la dimisión vendría a ser una especie de «harakiri» político. Lo que probablemente no calculó Eduardo García era lo que podía pasar ante esa renuncia. Carrillo se vio beneficiado por el abandono de este dirigente, pues el CE decidió expulsarlo del CC basándose en un supuesto malentendido con la amplitud de su propuesta de dimisión. 83Así que, en un corto periodo de tiempo, y sin presentar una batalla política, Eduardo García había pasado de ser la tercera persona más importante en el PCE a un simple militante. Además, todo había sido posible gracias a su torpeza política. Pese a que García no podía haber colaborado más en su propia defenestración, Carrillo no dudó en hacerle todos los desplantes posibles durante este proceso. Un ejemplo, se encuentra en una carta de Eduardo García fechada el 13 de mayo de 1969. En ella, el antiguo dirigente le imploraba a Carrillo que se le pasase previamente el texto que se iba a publicar sobre su dimisión, tratando en vano de aparentar algún control sobre la inmolación de su imagen de dirigente que se estaba llevando a cabo. Esta petición, fácilmente realizable, nunca fue cumplida por parte de la dirección del PCE, de la cual Eduardo ya no formaba parte.
En el caso de Agustín Gómez, las acusaciones contra él contenían rasgos más previsibles, propias de los primeros pasos de una disidencia organizada. Concretamente, fue acusado de trabajo fraccional, es decir, de estar conspirando contra la dirección del partido. Al parecer, en uno de los varios sondeos que hicieron hacia militantes díscolos, tratando de tejer una red de disidentes, fue descubierto. En concreto, fue acusado de enviar un emisario a Euskadi para contactar con un militante que se había opuesto de forma notoria a la condena hecha por el PCE. Sin embargo, este militante priorizó la disciplina de partido sobre sus divergencias con la línea central. Sería precisamente este quien, supuestamente, le habría denunciado a la organización. 84A partir de este punto, las cosas se complicaron mucho para ambos. Lejos de buscar algún tipo de conciliación, Carrillo no dio marcha atrás y acusó a ambos de cuestiones muy graves. Por una parte, declaraba que ya no contaban con su confianza política. Por otra, atacaba directamente su conexión con el capital simbólico de la URSS al expresar que ambos estaban haciendo «un flaco favor a la Unión Soviética». Lo cual es previsible que les hiriera especialmente, dada su debilidad por dicho país. Por lo tanto, acabaron siendo apartados de los órganos centrales del PCE en el pleno del CE de abril de 1969. 85Ante su expulsión manifestaron su disconformidad con el envío de dos cartas, una fechada el 28 de junio y la otra el 8 de agosto, las dos firmadas como miembros de dichos órganos centrales. Ambas misivas son importantes para comprender cuáles fueron los fundamentos iniciales de esa disidencia ortodoxa.
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