Además, cinco miembros del CC rompieron con Carrillo y votaron en contra de la resolución del Comité Ejecutivo del 28 de agosto. El relato defendido por estos comunistas disidentes remitía directamente a los pilares de la identidad comunista. Como ya se ha explicado, un factor fundamental de esta identidad era el simbolismo que representaba la URSS. Precisamente por eso, los disidentes insistieron repetidamente en la necesidad de defender al campo socialista como un valor fundamental de su cultura política: «El campo socialista es una conquista de todos los comunistas, es nuestra mayor conquista y debemos hacer todo por reforzar tanto ese campo común como la ligazón con él». Sin embargo, esta postura no estaba exenta de complicaciones. El hecho de estar confrontando con la dirección del partido al que habían venerado hasta hace muy poco generaba muchas contradicciones que tenían que superar. Sobre todo, porque la disidencia no era un valor positivo dentro del imaginario comunista. Por eso mismo, ellos insistían en que sus críticas nunca atentarían contra la unidad o los principios del PCE. Es decir, que se harían respetando los cauces del centralismo democrático. Esta contradicción resulta muy reveladora, pues para ellos era complicado conciliar ambas cuestiones de forma coherente. No hay que olvidar que en la cultura política comunista la defensa de la unidad orgánica y el monolitismo eran pilares centrales. La sola insinuación de que un militante estaba atentando contra la unidad del partido, trasladaba automáticamente a este a la categoría de los enemigos, de «los otros». En base a esa cosmovisión, Eduardo García manifestaba que sería incapaz de hacer una cosa así: «yo no he pensado nunca, no pienso, no pensaré jamás hacer nada, absolutamente nada que pudiera perjudicar la unidad de nuestro Partido Comunista». 72
Los debates en el CC y la rebeldía primitiva de las bases supusieron, siquiera, la primera batalla de un largo conflicto que recorrió el movimiento comunista español durante dos décadas. Esta crisis puso de manifiesto la existencia de tensiones latentes en el interior del PCE. Por primera vez en la historia del partido tuvo lugar un conflicto que afectó a todos los ámbitos de la organización. Como consecuencia, un sentimiento de impotencia y desasosiego afloró entre una militancia que, por vez primera, se veía obligada a escoger entre sus dos principales referentes: sus dirigentes y la URSS.
Por eso, la crisis de Checoslovaquia tuvo especial trascendencia desde el punto de vista de la memoria comunista. Hasta tal punto que se puede afirmar que la crisis de Checoslovaquia se transformó, siguiendo las tesis de Pierre Nora, 73en un «acontecimiento monstruo» para la disidencia comunista ortodoxa. Un episodio con un impacto de larga duración que separaba dos percepciones distintas de la identidad comunista. Además, continuando con los postulados de Nora, también se puede afirmar que la crisis de Checoslovaquia se convirtió en un importante «lugar de memoria». En todo caso, lo que está claro es que este acontecimiento debe ser considerado como el mito fundacional de la disidencia ortodoxa en el comunismo español. Este mito fundacional cumplió un triple propósito. En primer lugar, sirvió como un factor de legitimación, ya que muchos militantes habían estado en desacuerdo con la dirección. En segundo lugar, tenía un efecto movilizador, dado que este elemento fue el principal impulsor de la primera ola disidente. Y en tercer y último lugar, actuó como un elemento cohesionador para su causa, ya que funcionaba como un lugar común que reforzaba su identidad.
Este acontecimiento también tuvo otras importantes repercusiones relacionadas con narrativas del pasado. Por ejemplo, supuso un punto de inflexión con respecto a la memoria cosmopolita comunista, destruyendo la antigua mitificación hacía los dirigentes del PCE. 74Además, en torno a este «acontecimiento monstruo» también se produjo un choque entre la memoria orgánica del PCE y la memoria viva de sus militantes. Para una parte de la militancia comunista este cambio de rumbo significó una crisis personal que afectaría a sus recuerdos y su memoria individual. Una experiencia traumática que para un sector de los comunistas españoles puso de relieve la necesidad de rebelarse contra la dirección del PCE. Por lo tanto, la crisis de Checoslovaquia también se construyó como una memoria traumática. Este tipo de rememoraciones cargadas de valores de la tradición comunista aportaron un mayor radicalismo simbólico a su memoria colectiva, donde la visión idealizada del campo socialista actuaba como refuerzo identitario.
Sin embargo, los límites de esta disidencia primitiva estaban condicionados por la propia cosmovisión militante. Precisamente por eso, los comunistas procuraron minimizar las críticas y no supieron organizar una respuesta colectiva para forzar un mayor debate sobre la postura del PCE y el nuevo rumbo de la organización. La aparente paz que logró la invocación a la disciplina interna fue tan solo temporal. Las discrepancias abiertas tras la crisis de Checoslovaquia, lejos de desaparecer, fueron el germen directo para la aparición de la primera ola disidente. 75Para algunos militantes, su actitud crítica se convirtió en un estigma que acabaría con la trayectoria que durante años se habían esforzado por construir dentro de la organización. Como castigo a los que se resistían a dar su brazo a torcer, la dirección trató de marginarles, apartándoles de puestos de responsabilidad. 76Sin embargo, la percepción global de los comunistas ortodoxos sobre este «acontecimiento monstruo» muestra una imagen poliédrica de este. No todos los comunistas que más tarde adquirieron un mayor protagonismo en la disidencia ortodoxa consideran que el conflicto checoslovaco tuvo tanta importancia. Así, por ejemplo, Mario Huerta, exdirigente del PCPE en Asturias, cree que se trató de un acontecimiento histórico que no causó debates importantes sobre los problemas estructurales que atravesaba el PCE. En todo caso, lo cierto es que la nueva disidencia también se centraría en otros aspectos conflictivos como la nueva política de alianzas, el modelo de socialismo, la falta de democracia interna, el tacticismo y la moderación. 77Sin embargo, como ya se ha explicado, las representaciones de este acontecimiento continuaron activas en la memoria de esta corriente como un lugar común de memoria del internacionalismo proletario. No obstante, la heterogeneidad interna también afectó a su percepción sobre la invasión, no todos aprobaban en un inicio esta acción. Pese a lo cual, Checoslovaquia siempre desempeñó un papel bastante relevante. Especialmente, para el caso de la primera ola disidente. 78
Solos contra todos
Resulta innegable que la crisis de Checoslovaquia tuvo gran importancia para la gestación de la primera ola. Se trató de un episodio que resquebrajó la disciplina de partido y permitió la aparición de una disidencia de matiz ortodoxo que recorrió la historia del comunismo español durante dos décadas. Fue, por lo tanto, el mito fundacional de esta corriente. Sin embargo, a corto plazo y por sí mismo, este acontecimiento tan solo produjo una «rebeldía primitiva» de su militancia que, por su falta de organización y objetivos, estuvo abocada al fracaso. Uno de los motivos estuvo en la falta de coordinación de los disidentes a nivel de base-dirección. Aunque en las bases una mayoría de militantes manifestaron sus discrepancias, no fue así en los órganos superiores, donde solo unos pocos dirigentes osaron contradecir a su secretario general. Esta distinta correlación de fuerzas marcó profundamente la forma de abordar el problema por parte de la dirección. Una vez finalizada la etapa inicial, llegó la respuesta del partido, que no era otra que la represión a los disidentes. Como se verá más adelante, serían las medidas disciplinarias hacia aquellos dirigentes más destacados las que empujaron a este movimiento hacia una segunda fase más activa.
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