Eduardo Abad García - A contracorriente

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A través de un recorrido por el surgimiento y la evolución de la disidencia de origen ortodoxo en el comunismo español, de aquellos a quienes la opinión pública encasilló como «prosoviéticos», se plantea la hipótesis de que este movimiento de oposición en el seno del Partido Comunista de España estuvo motivado por la mutación progresiva de la política y la imagen del partido. Estas transformaciones no serían bien recibidas por algunos sectores de su militancia y, como consecuencia, se produjeron varios movimientos divergentes cuyo nexo común radicaba en la reivindicación de la identidad comunista clásica.También fue importante el contexto, marcado por las frustraciones de la Transición y la crisis del movimiento comunista internacional. Fruto de una exhaustiva investigación, este trabajo propone una periodización de esta corriente en tres olas, metáfora que ayuda a comprender las distintas dimensiones de un fenómeno complejo y facilita su análisis sincrónico centrado en la identidad comunista. Se trata de la primera ocasión en que se estudia este hecho de forma global y monográfica. Por lo tanto, el objetivo principal es contribuir a esclarecer una de las facetas más desconocidas de la historia del comunismo español –poco después del centenario de su nacimiento–, sin la cual esta no estaría completa.

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–Yo no puedo aguantar más estas injurias. Así que, abandono la reunión, y desde este momento causa baja en el Partido.

Aquella discusión nos acaloró a todos de una forma exagerada. Poco faltó para que echásemos de allí al miembro del Comité. Sólo uno de los camaradas votó a favor de la postura del Comité Central. 45

Los debates llegaron también a uno de los emplazamientos donde se concentraban una parte nada desdeñable de comunistas en la España franquista: las cárceles. En este sentido, vale la pena detenerse en las memorias de Juan Rodríguez Ania, quien estuvo preso en Jaén durante la invasión. Este relato es especialmente relevante por encontrarse en dicha cárcel un nutrido colectivo de comunistas. Entre ellos destacaban dirigentes del movimiento obrero y algunos estudiantes: 46

A finales de agosto del 68 tuvo lugar un acontecimiento internacional que repercutiría en nuestra vida carcelaria, al menos en la mía. La invasión de Checoslovaquia por parte del Pacto de Varsovia suscitó, en el colectivo de presos comunistas, duros enfrentamientos dialécticos entre los partidarios de la invasión y los que la criticaban. Así pues, decidimos en votación enviar una extensa carta en la que manifestábamos nuestro apoyo a las fuerzas del Pacto de Varsovia, escrita en papel de fumar que me encargué de remitir al Comité Ejecutivo del P.C.E en París […] La respuesta a nuestra carta llegaría casi dos meses más tarde a través de un escrito de Santiago Carrillo, en nombre de la dirección del partido, en la que fijaba la posición del P.C.E condenando. 47

Finalmente, la crispación inicial se iríra suavizando poco a poco. La fidelidad al partido prevaleció por dos motivos. En primer lugar, la presión del contexto. En un momento de auge del movimiento obrero, los militantes prefirieron centrarse en su lucha diaria contra la dictadura. En segundo lugar, la falta de una perspectiva clara de futuro si decidían proseguir con el rumbo divergente. Por su carácter improvisado, esta disidencia primitiva no ofrecía en ese momento ningún proyecto alternativo claro, solo contradicciones y frustración. Este informe sobre la situación en Asturias en los días siguientes a la invasión resulta bastante representativo de las contradicciones que sufrieron los militantes de base en el interior de España:

Hay emocionantes casos expresivos del respecto y la autoridad del partido. Los cuarenta militantes de una mina que actúan de vanguardia en la presente huelga apreciaban con entusiasmo la intervención, entre sus razones estaban «No hay quien pueda con la U.S»; «Cuando la U.S. lo hizo…», «No se puede perder un palmo de terreno», «La lástima es que no llegaron a Gibraltar», etc. Pero al enterarse que la Dirección del Partido no estaba de acuerdo decidieron callar y esperar. Esta ha sido la actitud de muchos buenos camaradas. En otros casos, esto es casi general, al iniciar el orden del día en las reuniones, el problema checo, pidieron que se retirase, en el orden del día porque conocen a través de otros la posición del P. y aunque subsista en ellos algunas dudas, posiblemente, consideraran que lo importante es discutir los problemas de aquí. 48

Este conflicto también tuvo otro importante escenario de batalla en los debates de la dirección del PCE. Antes del 21 de agosto el sector ortodoxo de la dirección del partido había rechazado la confrontación a la espera de la resolución pacífica del problema. 49En la reunión del CE el 23 de julio de 1968 se ratificaron los documentos de Carrillo por unanimidad, como venía siendo costumbre, pero algunas voces manifestaban que no creían que fuera a haber una intervención y que no se podía aprobar una futura condena porque este hecho nunca llegaría a producirse. 50Si ya la invasión pilló por sorpresa a los dirigentes más ortodoxos, la condena emitida por el partido los dejó completamente descolocados. Esta incredulidad se puede observar a través de dos cartas enviadas a Pasionaria el 27 de agosto de 1968. Una estaba escrita por Eduardo García (miembro del secretariado y responsable de organización) y la otra por Agustín Gómez (miembro del CC y enlace con el PCE vasco). El objetivo de estas misivas era intentar que Pasionaria cambiara de opinión y lograr la anulación de la condena. Ambas misivas tenían por propósito generar una complicidad con Ibárruri ante la «venenosa campaña antisoviética». Es necesario tener en cuenta que Pasionaria era una autoridad moral en el PCE y encarnaba un referente de la ortodoxia marxista-leninista española, vinculada a la memoria orgánica y al «mito soviético». 51En su contenido, estas cartas señalaban a Carrillo como un único culpable de la situación en la que se encontraba el partido, pues este llevaba ya tiempo maniobrando contra el prestigio de la URSS: «En Santiago Carrillo hay una tentativa, que viene desde hace ya algún tiempo, de sembrar la desconfianza y la duda respecto al PCUS. Y en esta ocasión de los acontecimientos de Checoslovaquia esa tendencia se ha desencadenado con más fuerza todavía y es que la lógica no podía conducir a otra parte». 52

Por su parte, Agustín Gómez se centraba en argumentar que la postura tomada por el CE iba en contra del pensamiento mayoritario de los militantes. Según su opinión, difundir una posición tan importante sin consultar su opinión a la militancia era antidemocrático. Estos planteamientos posiblemente no careciesen de base, puesto que estos dos dirigentes formaban parte del aparato del partido en aquel momento. Dado que era el aparato quien controlaba y ejercía el contacto con el interior, es muy posible que tuvieran una información bastante fidedigna del sentir de la militancia. Gómez insistía en recalcar que «la aplastante mayoría está con la URSS y manifiestan un enorme descontento hacia las posiciones de nuestro partido en este asunto». Además, defendía que el «internacionalismo proletario» se impondría por encima de cualquier otra consideración, ya que los militantes «manifiestan abiertamente que entre el PCUS y la URSS por un lado y cualquiera otro que les condene se quedan del lado de la URSS». Además, las acusaciones formuladas por Gómez iban un paso más allá y ponían en cuestión la política de los últimos años. En esas líneas denunciaba la existencia de un omnipresente culto a Carrillo. También destacaba la falta de democracia interna, el débil trabajo ideológico y los continuos ataques a la URSS. Para finalizar, realizaba una desesperada petición a Pasionaria: «usted no puede estar en esta grave situación con los que han condenado al PCUS y a la URSS. Si usted rectifica la posición de desaprobación que has adaptado en el primer momento y apoyas a la URSS nuevamente harías un gran servicio a nuestro Partido, a nuestro pueblo y a la causa del socialismo». 53Con todo, estos argumentos no dejan de ser los de una minoría del CC. Sin embargo, muestran algunos indicios interesantes para tratar de comprender el sentir general del grueso de la militancia comunista española.

La máxima autoridad en los aspectos organizativos del PCE, Eduardo García, había escrito una carta a Pasionaria con un carácter más íntimo y personal. De entrada, narraba cómo había vivido las declaraciones de la REI de una forma verdaderamente traumática. Una auténtica sorpresa que consideraba «contada de la misma manera que en los medios franquistas y del imperialismo norteamericano». Además, aseguraba que con esta decisión la dirección se estaba separando de las bases, que apoyaban masivamente la posición soviética. Asimismo, también le recordaba a Ibárruri que la forma en la cual se había tomado la decisión habría sido «antiorgánica». No se habría convocado al grueso de los dirigentes en un intento por parte de Carrillo de manipular los tiempos. El desenlace de la carta guarda grandes vínculos con los principales arquetipos de la memoria orgánica del PCE y de la identidad comunista, los cuales pretendía resaltar para poner en contradicción con la línea actual y, especialmente, con la decisión de emitir una condena de la invasión de Checoslovaquia: «No se puede estar con la Unión Soviética y condenar a su Partido Comunista y a sus dirigentes. Eso es un juego innoble e impropio de comunistas. Tú y Pepe nos educasteis así. Y yo te lo agradezco en el alma». 54

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