Eduardo Abad García - A contracorriente

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A través de un recorrido por el surgimiento y la evolución de la disidencia de origen ortodoxo en el comunismo español, de aquellos a quienes la opinión pública encasilló como «prosoviéticos», se plantea la hipótesis de que este movimiento de oposición en el seno del Partido Comunista de España estuvo motivado por la mutación progresiva de la política y la imagen del partido. Estas transformaciones no serían bien recibidas por algunos sectores de su militancia y, como consecuencia, se produjeron varios movimientos divergentes cuyo nexo común radicaba en la reivindicación de la identidad comunista clásica.También fue importante el contexto, marcado por las frustraciones de la Transición y la crisis del movimiento comunista internacional. Fruto de una exhaustiva investigación, este trabajo propone una periodización de esta corriente en tres olas, metáfora que ayuda a comprender las distintas dimensiones de un fenómeno complejo y facilita su análisis sincrónico centrado en la identidad comunista. Se trata de la primera ocasión en que se estudia este hecho de forma global y monográfica. Por lo tanto, el objetivo principal es contribuir a esclarecer una de las facetas más desconocidas de la historia del comunismo español –poco después del centenario de su nacimiento–, sin la cual esta no estaría completa.

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Sin ninguna especie de incondicionalidad, guardando nuestra independencia –a la que por otra parte nadie pretende atentar– los comunistas españoles reafirmamos como una constante de nuestra orientación la amistad entrañable con el P.C.U.S y con la Unión Soviética, que han mostrado a la Humanidad entera el camino de la liberación, el camino del socialismo y del comunismo. 16

Dos años después tuvo lugar un nuevo incidente en la escalada de tensiones hispano-soviéticas. En este caso, Carrillo publicó en Nuestra Bandera una crítica al encarcelamiento de los intelectuales Andrei Siniavsky y Yuli Daniel, acusados de publicar «propaganda antisoviética». El texto resultaba un tanto ambiguo y jugaba con las dinámicas recientes de la historia soviética. Por una parte, se insistía en la idea de que si bien esa condena podría haber estado justificada en la anterior etapa de «dictadura del proletariado», no se adecuaba a la nueva realidad soviética, caracterizada por ser un «Estado de todo el pueblo». 17Por otra parte, el escrito insistía redundantemente en subrayar su alineamiento incondicional con las políticas de la URSS. Probablemente, la intencionalidad del texto era manifestar una ligera crítica, al mismo tiempo que se trataba de minimizar las contradicciones que esta actitud podía generar entre la militancia. 18

Un conflicto bastante más problemático fue el que estalló meses antes de la crisis de Checoslovaquia. El origen de este nuevo choque residía en la publicación de un artículo en la revista Izvestia firmado por el periodista soviético Ardakovski. 19El texto abordaba el futuro de España tras la muerte de Franco y sugería como la opción más factible una salida monárquica al régimen. Esta publicación ofendió profundamente a Carrillo, quien lo consideró una injerencia en los asuntos del PCE. En esta ocasión la repuesta no se buscó únicamente por los discretos cauces de las relaciones bilaterales, 20sino que apareció publicada en primera página de Mundo Obrero : «Para nosotros la democracia en España es sinónimo de República. La monarquía es el gobierno de la aristocracia financiera y terrateniente, de las camarillas palaciegas; el régimen de los saraos, de las fiestas señoriales; el reino del sable». 21Pese a entrañar unas formas un tanto bruscas, si se analiza el contenido se puede observar cómo la crítica fue siempre constructiva y lo único que se buscaba era una rectificación que restaurara la autoridad del PCE respecto a los temas de España. 22A modo de conclusión, es necesario recalcar que en el periodo que abarca de 1956 a 1968 no existió ningún intento real de alejarse de la URSS, ni tampoco una profundización teórica al respecto: «de ahí el carácter harto improvisado de la ruptura con el comunismo soviético y sus consecuencias». 23Precisamente por eso, tal y como se ha explicado, el valor del capital simbólico que representaba la URSS continuaba siendo muy importante para la militancia comunista.

Checoslovaquia comenzó a cobrar importancia en 1968. Especialmente, durante los ocho meses en que el Gobierno encabezado por Dubcek llevó a cabo su proceso de reformas. Los vínculos se fueron reforzando gracias a la influencia del nuevo «modelo checoslovaco de socialismo». En el mes de mayo, Santiago Álvarez señalaba en Mundo Obrero su admiración por la «vía checoslovaca al socialismo». Según sus palabras, el proyecto que se estaba construyendo en Checoslovaquia seguía una vía perfeccionada de socialismo en la misma línea que proponía el PCE: «los comunistas españoles seguimos con gran simpatía el proceso de renovación que tiene lugar en Checoslovaquia». 24Aunque esta nueva orientación confrontaba con la ortodoxia del modelo soviético, no era descrita como antagonista, sino como una adaptación a un modelo de sociedad desarrollada. La propaganda sobre Checoslovaquia se fue intensificando mediante varios artículos de prensa y alocuciones en «la Pirenaica». 25Sin embargo, no puede decirse que esta campaña fuera interiorizada por la totalidad de su militancia de igual forma, ni mucho menos concebida como una ruptura con los principios tradicionales de su cultura política. De hecho, a partir del mes de junio comenzarían a llegar a las bases del PCE algunas críticas de los soviéticos a lo que estaba sucediendo en Checoslovaquia. Con la difusión de esa «inquietud» por parte de la URSS las cosas empezaron a cambiar, un sentimiento de desconfianza comenzó a extenderse entre un sector de la militancia comunista. 26Los argumentos difundidos por la dirección del PCE ya no convencían a todos. Los sectores más ortodoxos de la organización comenzaron a preocuparse por si la «vía nacional al socialismo» en Checoslovaquia suponía un posible alejamiento del internacionalismo proletario. Según esta cosmovisión, la nueva ley de prensa daba voz a los contrarrevolucionarios y la reforma económica suponía un proceso de privatización encubierto que pondría la economía al servicio de los capitalistas extranjeros. En síntesis, este proceso de reformas fue caracterizado por estos sectores como una involución del socialismo hacia el capitalismo. 27Por si fuera poco, la autoría soviética de estas informaciones garantizaba la validez de esta perspectiva. Por primera vez, los dos pilares de la identidad comunista –«el Partido» y la URSS – tenían discursos distintos, lo que lógicamente generaba ciertas contradicciones entre la militancia. Sin embargo, hasta finales de agosto de 1968 las tensiones no fueron demasiado fuertes. El militante del interior estaba más preocupado por su día a día, más relacionado con las luchas del movimiento obrero que con los debates internacionales. Además, dados los continuos avances en las negociaciones, todo parecía entrever que la diplomacia acabaría triunfando. 28Precisamente por eso, la invasión del 21 de agosto sorprendió notablemente a la militancia del PCE. El origen de esta sorpresa estriba en dos factores. Primero, por la forma y el medio mediante el cual tuvieron que enterarse. La traumática noticia les llegaba a través de las ondas de la emisora del partido, Radio España Independiente (REI), de manera realmente sobrevenida. Segundo, por el gran calado del mensaje que contenía el comunicado de la dirección del partido. Si bien la noticia mantenía la retórica de amistad con la URSS, al final, significaba contradecir a la mismísima Unión Soviética:

Nuestra emisora está en condiciones de comunicar que la dirección del PCE consecuente con la línea que ha venido manteniendo acerca de la necesidad de evitar un desenlace dramático de la crisis surgida por las discrepancias de apreciación sobre la evolución checoslovaca, no aprueba la intervención militar sobrevenida. Al mismo tiempo, proseguirá sus esfuerzos en busca de una solución política y de la unidad y entendimiento entre los países socialistas y del conjunto del movimiento comunista y obrero internacional. 29

Esta sencilla declaración oficial tendría unas repercusiones de larga duración trascendentales para la militancia comunista. Tradicionalmente, el análisis politológico circunscribe esta crisis a una confrontación ideológica entre el PCE y el PCUS. Sin embargo, esta perspectiva presenta una visión incompleta de las consecuencias de este fenómeno. Es necesario profundizar en el hondo impacto que produjo esta crisis entre la militancia y que, incluso, se podría circunscribir al terreno de las emociones. Asimismo, el empleo de la perspectiva historiográfica conocida como «desde abajo» permite analizar el impacto de este episodio poniendo el foco en la el plano social. Un acontecimiento que se convertiría a la larga en una «fecha bisagra» para la cultura militante del comunismo español. El historiador Rubén Vega advierte de la importancia del impacto de estos hechos, ya que «se trata, con toda probabilidad, de la primera ocasión en la que, pese a la clandestinidad, un debate que cuestiona la línea oficial del Partido se extiende al conjunto de la militancia». 30La crisis de Checoslovaquia desencadenó la explosión de una tensión preexistente entre dos símbolos de la identidad comunista: la disciplina de partido y la adhesión incondicional a la Unión Soviética. Estos dos ejes identitarios estaban anclados profundamente en la mentalidad militante hasta que chocaron a finales del verano de 1968. 31Gracias a la consulta de los fondos territoriales y centrales del AHPCE existen suficientes indicios para afirmar que la mayoría de las personas que formaban parte del PCE manifestó, al menos inicialmente, su aprobación hacia la intervención militar: «Sobre los acontecimientos de Checoslovaquia las posiciones son unánimes, de acuerdo con la intervención […] Y ese problema ha pesado mucho y pesa todavía». 32

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