Nuestro amor
en primicia
Priscila Serrano
Primera edición en papel: Enero 2022
Título Original: Nuestro amor en primicia
©Priscila Serrano, 2022
©Editorial Romantic Ediciones, 2022
www.romantic-ediciones.com
Diseño de portada: Olalla Pons - Oindiedesign
ISBN: 978-84-18616-71-6
Prohibida la reproducción total o parcial, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, en cualquier medio o procedimiento, bajo las sanciones establecidas por las leyes.
ÍNDICE
Prólogo
1. Sergio
2. Lucía
3. Lucía
4. Sergio
5. Lucía
6. Lucía
7. Sergio
8. Sergio
9. Sergio
10. Lucía
11. Pablo
12. Lucía
13. Sergio
14. Sergio
15. Lucía
16. Lucía
17. Sergio
18. Sergio
19. Lucía
20. Lucía
21. Sergio
22. Sergio
23. Lucía
24. Sergio
25. Sergio
26. Sergio
27. Lucía
28. Sergio
29. Sergio
30. Lucía
31. Sergio
32. Lucía
33. Sergio
34. Lucía
35. Sergio
36. Sergio
37. Lucía
38. Lucía
39. Sergio
40. Sergio
Epílogo. Sergio
Agradecimientos
El primer amor te puede romper, pero también te puede salvar.
Katie Khan
A ti lector. A mi familia, a mi pequeño, a mi primer amor.
Solo había dos cosas en la vida que podían hacerme ver las cosas diferentes a como las veía ahora. Una: que mis padres se divorciaran. Y dos: que Sergio y yo no estuviéramos juntos. Si os dais cuenta, todo se centraba en que uno u otro, estuvieran juntos.
El problema aquí era que mis padres estaban a punto de firmar esos malditos papeles que los separarían para siempre. Encima tendría que decidir con cuál de los dos vivir. Aún tenía diecisiete años y obligatoriamente tenía que vivir con uno, pero ¿con cuál? A mi madre la adoraba, pero no la soportaba y mi padre... Él era diferente. Prefería darme todo para que no le juzgara. Aunque para eso ya era tarde, claro que lo juzgaba, ha engañado a mi madre con su asistente. En definitiva, la vida no era como la pintaban ni mucho menos, al contrario; era una mierda.
Pero eso no era todo, en este momento estaba delante de mi novio escuchando que tenía que marcharse a Alemania porque su hermano mayor lo llamó diciéndole de que su abuelo estaba enfermo. No era que no me importase, pobre hombre, pero ¿tenía que irse? Joder, en un día tantas malas noticias.
—¿De verdad tienes que irte? Si quieres voy contigo. Mi padre me daría permiso y dinero con tal de que no le odie —ironicé alzando las cejas a la vez que ponía los ojos en blanco.
Sergio me miró con media sonrisa. Ahí estaba esa media sonrisa que no me gustaba nada, solo me traía problemas. Tenía una facilidad de convencerme que ni mi mejor amiga cuando quería que la acompañase al vestuario de chicos para ver cómo se duchaban. Ahí estaban, desnudos, mojados... <>, pensé. Negué para borrar todo rastro de esos chicos en mi mente.
—No puedes venir, estás aún con los exámenes y no dejaré que suspendas por mi culpa. Además, en dos semanas como mucho estaré de vuelta, no te darás cuenta de que me he ido. —Puse morritos fingiendo enfado, algo que le gustaba a él demasiado.
Cada uno tenía su talón de Aquiles. Sergio me abrazó fuerte y ya todo daba igual. Ninguna palabra más hacía falta. Yo lo amaba, lo amaba con toda mi alma, pero él se iba y por mucho que me jurase de que volvería, una parte de mí sabía que eso no sería así.
A la mañana siguiente estábamos en el aeropuerto, su vuelo salía en una hora y había llegado el momento que tanto me estaba costando, la despedida. No quería que se fuera, incluso le rogué que no lo hiciera, pero de nada sirvieron mis súplicas porque al final se iría de todos modos. Había sido tan bonito estar entre sus brazos la noche anterior, cómo me hizo el amor por última vez.
—No me iré para siempre Lucía... En dos semanas estaré aquí, te lo prometo —aseguró encerrándome entre sus brazos con tanta fuerza que su corazón y el mío se habían unido mucho más.
Era una estupidez lo que estaba pensando, ni siquiera debería creer que no iba a volver. Sergio volvería en dos semanas, me lo había prometido, él cumplía sus promesas, pero ¿por qué tenía esta sensación de que no volvería a verle nunca más? ¿Por qué creía que todo acababa aquí y ahora? Cogió mis mejillas y besó mis labios con dulzura. Las lágrimas querían salir, querían demostrarle cuan rota estaba por dentro, pero me hice la fuerte, la dura a la que no le importaba nada. Qué estúpida era, igualmente las lágrimas hicieron de las suyas y anegaron todo a su paso. Sergio me secó cada una de ellas con sus dedos y besó cada rastro de tristeza, algo difícil de conseguir.
—¿Me querrás siempre? —Pregunté en un hilo de voz.
—Te querré eternamente —declaró haciéndome más daño aún.
Sus labios volvieron a unirse a los míos y tan solo unos segundos después se alejó, dejándome completamente destrozada, dejando mi boca desnuda, dejando mi corazón paralizado. No quise ver cómo se marchaba, como desaparecía entre la muchedumbre. Prefería quedarme con su última sonrisa, su último beso y su último te quiero.
Ese fue el último día que vi a Sergio, mi primer amor. Es decir, a mi único y verdadero amor.
Dos semanas después.
La llegada a Alemania fue de lo más caótica. Pensé que sería algo más relajado y no el ajetreo en el que mi hermano Nick me ha tenido metido. Ya había llegado el día de volver y para ser sinceros, estaba deseando pisar Madrid y ver a mi pequeña de ojos azules. Cuánto la echaba de menos. Habíamos hablado casi a diario, cosa que no le había gustado a mi hermano; me lo hizo ver el día que llegué diciendo que tenía novia, pero me dio igual. No podía dejar de hablarle, de decirle lo que sentía por ella a cada instante y mucho menos lo que necesitaba de sus besos y caricias.
Al menos me iba alegre, pues mi abuelo parecía estar un poco más recuperado y así no me sentiría mal por abandonarle en estos momentos. Sabía que sería algo momentáneo, que volvería a recaer, un cáncer de colon no se curaba y era cuestión de tiempo que se fuese de nuestras vidas, pero no por ello iba a parar la mía. Era joven y tenía planes, unos planes en los que Lucía + boda + familia= a vida feliz. Eso era lo que quería y lo que conseguiría.
Mi vuelo salía por la mañana y no he querido decirle nada a ella para darle la sorpresa.
Miré la hora en mi reloj de muñeca y bostecé al tiempo en el que me recostaba en mi cama. Deseaba que amaneciera para salir de este encierro. En todos estos días lo único que me habían obligado a hacer, era ir a la empresa familiar, enseñarme su funcionamiento, cosa en la que no he puesto ningún tipo de interés. Y la verdad, no sabía a qué venía tanta insistencia por parte de mi hermano cuando era él quién debería coger las riendas de la empresa cuando mi abuelo faltara. Aunque, por otro lado, éramos él y yo, nadie más que mi hermano y yo. Mis padres fallecieron en un accidente de avión hacía ya diez años y me crie con mi tío, el hermano de mi madre, por eso viví toda mi vida en Madrid. En cambio, mi hermano prefirió venir a Alemania con mis abuelos y así fue formándose para llevar la empresa algún día. Por eso no entendía nada.
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