—¿Qué haces aquí? —Titubeé.
Mi padre se acercó y al ver quién era, le hizo una señal a mi madre para que entrase en la habitación para que Sergio no viera al niño.
—¿Podemos hablar? —Negué—. Por favor, Lucía. —Su voz sonó apagada, destrozada.
¿Qué quería? Si seguía haciendo estas cosas, jamás iba a poder rehacer mi vida. Tragué saliva a la vez que miraba a mi padre y se encogió de hombros. Salí de casa y la cerré. Total, en unos minutos me iría, pues Pablo estaba a punto de llegar. Sergio estaba frente a mí, a unos cortos centímetros, provocando que mi cuerpo se erizara con solo tenerle cerca, pues reconocía quién era. Cogió mi mano e intenté soltarla, pero no me dejó y tiró de mí hasta pegarme a su cuerpo y sin que me lo esperara, me besó con brusquedad. No quería, no debía besarle, pero eso me lo decía mi parte racional. Y maldije al saber que escucharía a mi parte emocional. Sergio me apretó con fuerza, intentando meterme en su interior, pero no pudo, porque al final abrí los ojos al recordar que esa boca ya había besado a otra que no era yo, al recordar eso que su hermano me dijo, al entender que eso no iba a volver a pasar. Me solté de su agarre y le di un guantazo con tantas ganas, que hasta la mano me dolió.
—No vuelvas a besarme en tu puta vida —le amenacé.
Sergio me miró incrédulo, por un momento parecía haber pensado que le abriría los brazos y haría como si nada hubiese pasado y no, estaba equivocado. ¿Estaba loco? ¿Cómo se le ocurría venir después de más de un año y besarme? En definitiva, el haber elegido otra vida le afectó el cerebro.
—Lo siento —se disculpó—. Sé que fui un gilipollas que se dejó llevar por unas obligaciones que no me correspondían y por eso te perdí, pero si tú me lo pides lo dejo todo, Lucía.
Sus palabras me arañaban el alma. Venían tan tarde, tan desesperadas. Aun así, no aceptaría nada de lo que me pidiera, ni mucho menos le daría una mísera oportunidad, él no lo hizo conmigo.
Sus ojos estaban clavados en los míos, mirándome de esa manera tan especial que me volvía loca. Un día pensé que, si volvía y me pedía perdón, le iba a perdonar. Ese día había llegado y, aunque pareciera mentira, no sentía más que rencor. Estaba claro que mis sentimientos hacía él siempre iban a estar ahí, pero los había escondido tan profundamente que en este momento no sentía nada.
—No.
—Por favor. —Se arrodilló—. No puedo vivir sin ti. Este tiempo ha sido una tortura... no sabes lo que te he necesitado, lo que te necesito.
—Levántate, Sergio. Estás haciendo el ridículo —espeté reprimiéndome, reprimiendo las ganas de abrazarle y hacer que desapareciera ese dolor en su pecho.
Se levantó y se secó las lágrimas con el puño de su camisa. Me fijé en su rostro. Había cambiado mucho en el tiempo que no lo veía. No era lo mismo verle en revistas que en persona y el Sergio que tenía delante, no era el mismo que un día me prometió amor eterno.
—Te querré eternamente ¿recuerdas? —Suspiré—. Yo no lo he olvidado y el amor que siento por ti es aún más fuerte que antes, mucho más —declaró.
Estuve a punto de flaquear, a punto de aceptar lo que me pedía, de hacerle ver que yo también le quería. Entonces Pablo llegó justo en ese momento y prácticamente me hizo ver que el destino me tenía preparada otra cosa, otra vida, una en la que Sergio no era el protagonista. Sin decirle nada y bajo su atenta mirada, me acerqué a Pablo y le di un beso en los labios. No se lo esperó, claro que no y seguramente cuando estemos a solas, me dirá que estoy loca, pero era eso o caer en las garras de Sergio Fisher.
Al separarnos, Sergio nos miró enfurecido, aunque más bien me miraba a mí. Pablo se quedó perplejo, aunque pronto se dio cuenta de quién estaba frente a nosotros.
—Un momento. ¿Eres Sergio Fisher? —Preguntó. Mas él no respondió—. Sigo todas tus columnas, lo que estás haciendo con la asociación de mujeres maltratadas aquí en España, es algo impresionante.
Fruncí el ceño al escuchar eso, pues no tenía constancia de esa labor, de lo que hacía. Realmente cuando veía la portada de la revista, en donde estaba cada semana con una mujer diferente, la tiraba a la basura sin leer nada más, por eso no me había enterado de nada.
Sergio asintió y se relajó, aunque seguía escrutándome con la mirada, haciéndome sentir culpabilidad.
—Soy Pablo. —Le extendió la mano y Sergio la estrechó—. ¿De qué os conocéis Lucia? —Dijo mirándome.
—Es mi novia —respondió Sergio por mí. Yo me cabreé ante su respuesta.
—¡No somos nada! —Exclamé alzando una ceja.
Estaba aguantando demasiado y lo único que quería era salir de aquí y perderle de vista. De pasar una primera cita preciosa en la que Pablo me traería de nuevo a casa de madrugada y al despedirnos, me daría ese beso que ya le di yo por adelantado.
—Oh. Lucía si quieres quedamos otro día —murmuró Pablo cogiendo mi brazo con delicadeza. Yo comencé a negar eufóricamente.
—No, Sergio ya se iba ¿verdad?
—No, no hasta que me des una respuesta.
—La respuesta en no, Sergio. Fue un no hace más de un año y sigue siendo un ¡NO! —Aseguré alzando la voz.
Ya estaba harta, ya no podía más. No quería verle más, no hasta que mi corazón se diese cuenta de que no volvería a amarle como lo hacía, que no volvería a latir como lo estaba haciendo con su cercanía, con el beso que me robó hacía apenas unos minutos. Quería que se fuera, que desapareciera de una vez por todas de mi vida y esta vez tenía que ser para siempre.
Al ver que lo decía con decisión, que nada ni nadie me haría cambiar de opinión, se dio la vuelta y comenzó a caminar hasta el ascensor, donde, tras echarle una última mirada y decirme esas malditas palabras que tanto me dolían; te querré eternamente, se metió y nos miramos por última vez durante los segundos que tardó en cerrarse las puertas del ascensor.
Respiré con dificultad, mi cabeza no dejaba de pensar, de imaginar lo que pasaría si fuera tras él y le dijera que sí, que le perdonaba y que era padre. Pero no podía, debía mantenerme firme en mi respuesta, en mi decisión. Mi tranquilidad y la de mi hijo dependían de ello.
Pablo seguía mirándome, aunque al llegar vi algo de ilusión en sus ojos, ahora era otra cosa, era como si se sintiera engañado y no tendría por qué sentir eso, ya que ni siquiera conocía mi historia con el Sr. Fisher. Así lo llamaba cuando nadie sabía que había estado en mi vida, que era mi primer amor y que sería el último.
—¿Estás bien? —Preguntó acercándose a mí.
Negué mientras me encogía de hombros y una estúpida lágrima salió de mi ojo derecho, respondiéndole a la pregunta. Pablo se acercó y me abrazó, pasó sus brazos por mi cintura y me pegó a su cuerpo. Podría pensar que el beso lo confundió, pero lo que me hacía sentir era un apoyo, una amistad, una confianza que sabía que no podría tener con nadie más. Pablo se iba a convertir en alguien muy importante en mi vida, lo sabía, lo deducía con solo mirarle.
Esa noche, me llevó a un lugar tranquilo, a un lugar donde me desahogué de una manera que jamás hice con nadie. Le conté toda mi vida, lo que sufrí y lo que Sergio me hacía sentir cuando estábamos juntos. Ciertamente jamás me habría imaginado contándole a Pablo mi pasado, un pasado que parecía querer volver constantemente. Solo una cosa no le conté y era la noche que el hermano de Sergio me llamó.
—Hija, es para ti —anunció mi padre entrando en mi habitación.
Había escuchado el sonido del teléfono, era las once de la noche y la verdad no me preocupé, pues a veces mi tía Sara llamaba a esa hora. Desde las cinco de la tarde me mantuve encerrada, pues fue cuando la prueba de embarazo me afirmaba lo que tanto me estaba costando aceptar. Estaba embarazada de un hombre que no estaba y que no tenía claro si iba a volver. Sergio debía de haber vuelto hacía ya unas largas semanas, pero ni siquiera me llamó para decirme el motivo de su ausencia y ahora, ahora cómo le decía que seríamos padres. Yo solo tenía diecisiete años y no sabía nada de la vida, solo tenía ojos para el amor de mi vida, ese amor que ahora no estaba tan segura de que sintiera lo mismo que yo.
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