Meses después.
Haber sido madre a los dieciocho y siendo una joven con las cosas tan claras en esta vida, era muy complicado. Había comenzado al fin la universidad y estaba estudiando para ser profesora de secundaria. Sí, puede que el tener un hijo me abriera los ojos para al fin poder decidirme, pues no tenía idea de qué hacer en la vida.
Me desperté por la mañana, muy temprano y mi hijo, mi pequeño Edu ya estaba despierto. Lo llamé así por mi padre y él estaba orgulloso de que su primer y único nieto, de momento, tuviese su nombre. Caminé hasta la cuna donde mi príncipe me miraba con esos ojazos azules que, por suerte, había heredado de mi familia. Lo cogí en brazos con cariño y tras llenarlo de besos, haciéndole cosquillas, arrancándole más de una carcajada, salí de mi habitación para ir a la cocina, donde mi madre ya nos esperaba para desayunar. Ya tenía el biberón de su nieto preparado.
—Buenos días mamá —dije al entrar—. Buenos días abuelita. —Miré a mi hijo y cogí su manita para que saludase a su abuela a la vez que ponía voz de niña pequeña.
—Pero que payasa eres —expresó mi madre caminando hasta nosotros y cogiendo al niño entre sus brazos.
Era muy querido, lo adorábamos con locura y haríamos todo lo que estuviese en nuestra mano para que no le faltase de nada. Había momentos en los que Sergio entraba en mi cabeza, aunque intentara olvidarle, decirle a mi corazón que no lo amara, era algo imposible, siempre lo iba a amar. Y tener un hijo de él no me facilitaba las cosas.
Cuando terminamos de desayunar, fui hasta mi habitación para vestirme y salir corriendo, como cada día para la universidad. Siempre llegaba tarde, pero no podía hacer otra cosa. No me daba el tiempo suficiente para hacer todo, el día debería tener más de veinticuatro horas.
Sobre las diez de la mañana estaba llegando y, aunque debería de haber llegado antes, no pude.
Aparqué el coche de mi madre en el aparcamiento de la universidad y al bajar, me crucé con el mismo chico que llevaba viendo hacía ya un mes, ni si quiera sabía su nombre. Nunca habíamos cruzado más de un saludo, pero sin saber el motivo, me acerqué a él para presentarme. Era un chico muy dulce y la verdad me atraía; tenía los ojos color café, el cabello negro rizado y una barba de tres días que lo hacía ver mucho más atractivo. Había llegado el momento de olvidar, de expulsar de mi mente y corazón a ese hombre que, sin miramientos destrozó mi alma.
—Hola ¿qué tal? Me llamo…
—Lucía, lo sé. Encantado, yo soy Pablo —me interrumpió y presentó a su vez.
Sabía mi nombre, me conocía y nunca se acercó ¿por qué? No lo entendía, pero ya habría momento de averiguarlo. Me miraba intensamente, poniéndome nerviosa. La verdad que después de Sergio, este era el único hombre que había conseguido ponerme nerviosa. Me mordí el labio y él sonrió, mostrándome unos hoyuelos que me habían dejado completamente loca.
—¿Así que ya me conocías? —Asintió rascándose la cabeza. Estaba nervioso—. Mmm ¿por qué nunca te has acercado a mí?
Sí, a veces podía ser demasiado directa.
—No sé, pensé que no querrías conocerme. —Abrí los ojos sorprendida. Él volvió a sonreír.
—¿Y por qué? Va, déjalo. A veces puedo ser demasiado preguntona. Creo que, en vez de estudiar magisterio, debería de haber elegido periodista. —Ambos soltamos una carcajada.
Estuvimos un rato hablando y casi me pierdo la siguiente clase. Eso me hizo pensar, si consiguió hacer que mi tiempo volase, que no me importase nada de lo que pasara a mi alrededor, podría conseguir que olvidara a Sergio ¿no? Al menos podría intentarlo.
Mientras caminábamos para volver cada uno a su clase, me contó que estudiaba ingeniería y que estaba en su último año. Era mayor que yo por cinco años, aunque no me importó. Antes de que nuestros caminos se separaran, él me pidió salir a tomar algo después de la universidad. En un principio le dije que no podía, que debía cuidar de mi hijo. Se sorprendió al saberlo, pero más me sorprendí yo al saber que no le importaba. Entonces quedamos para cenar por la noche, ya hablaría con mis padres para que cuidasen de Edu. Nos despedimos con dos besos en las mejillas, unos besos que provocaron un cosquilleo en mi interior. No lo entendía, la verdad no me entendía a mí misma. ¿Por qué me ponía así con alguien al que acababa de conocer, después de estar enamorada hasta el mismo infinito del padre de mi hijo?
Con una de sus sonrisas, entró y yo seguí mi camino pensando. La noche prometía, la verdad me hacía ilusión tener una cita con alguien que sabía que era madre y que no le importaba. Era muy importante para mí que quien quisiera estar conmigo, me aceptara con todo, de no ser así, nadie entraría en mi vida.
Las horas pasaron rápido, la primera vez en mi vida que el día se me había ido volando. Cuando llegué a mi casa, fui directa a mi madre para contarle que tenía una cita, que era un chico de la universidad.
—Pero cuéntame más —me apremió expectante.
—Se llama Pablo, tiene veintitrés años y es… uf, no sé cómo explicártelo. Mejor lo ves por ti misma cuando venga a recogerme. —Me miró emocionada, creo que más que yo.
—¿Le dijiste lo de Edu? —Se interesó. Yo asentí con una sonrisa.
—Sí, fue lo primero que le dije…
—Pero hija ¿por qué lo has hecho? ¿No crees que eso podrías haberlo dicho más adelante?
En parte tenía razón, podría haberlo omitido hasta saber si llegábamos a algo más que no fuera una simple cita, pero algo en él me hizo confiar, me hizo ver que con él sería diferente. Puede que me equivocara, incluso puede que volviera a sufrir. ¿Qué más daba ya? Yo quería vivir, hacer lo mismo que él estaba haciendo sin miramientos. Olvidarle, así como él hizo conmigo. Sergio me olvidó y cada revista, cada noticia que veía, me lo afirmaba.
Aún recordaba aquel día, ese que vino a verme, el mismo día que supe de que estaba embarazada y que decidí que no lo sabría jamás. ¿Para qué? Su hermano me lo dejó bien claro con su llamada; Sergio no volverá a Madrid y mucho menos contigo . Esas fueron sus palabras, unas que me dolieron como si un cuchillo se clavara en mi pecho, hiriendo cada parte de mi corazón, cada rincón de este corazón que latía con tanta intensidad por él. Sergio fue mi primer amor, ese que iba a amar de por vida, pero también ese que tenía que olvidar de una vez por todas y Pablo, parecía el indicado para conseguirlo.
Sobre las siete de la tarde, ya tenía a mi hijo bañadito y cenado, pues él dormía pronto, como muy tarde a las nueve. Lo dejé en brazos de mi madre mientras yo me puse a buscar qué ponerme. Saqué toda la ropa y no había nada que me pareciera lo mejor para la cita.
—Cariño, ese vestido es precioso —dijo señalándome el de color negro.
Arrugué la nariz y negué. La verdad no quería ponerme vestido en una primera cita y yo era más de pantalones, así que, sin más, cogí el negro ajustando y lo conjunté con una blusa en color verde agua que me llegaba a las caderas, me calcé mis sandalias de tacón y tras maquillarme, cogí mi bolso y caminé hasta mi hijo y le di un beso en el moflete, dejándole marcada la mejilla de color rojo. Sonreí y me di una vuelta para que mi madre me viese bien y cuando me dio su aprobación, aunque no me hiciera falta, salí al salón con ella detrás.
Cuando me iba a despedir de mi padre, el timbre sonó y los nervios entraron en mi cuerpo con tanta intensidad que pensé no abrir y volver a encerrarme en mi habitación. Mi madre me instó con la mano para que abriera y cuando lo hice, mi corazón se paralizó.
Mis ojos se abrieron con demasía, mi corazón comenzó a latir desbocado y mi semblante cambió de color en cuanto sus ojos se abrieron y me miraron. Sergio estaba frente a mí, mirándome de arriba abajo, haciendo que mi cuerpo temblara con solo eso. No sabía por qué había venido, justo ahora, justo en este momento y el miedo entró en mi cuerpo cuando escuché a mi hijo reírse por algo que había visto o escuchado.
Читать дальше