Alberto S. Santos - La profecía de Estambul

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¿Conoces la profecía de la Lanza del Destino?
El Mediterráneo del siglo XVI era un universo multicultural de musulmanes, judíos y cristianos. A menudo enfrentados en cruentas batallas, vivían en una época en que una decisión podía significar el ascenso social o el fuego de la Inquisición.
Jaime Pantoja, llevado por su espíritu aventurero, conoce las glorias y las atrocidades de ese mundo. En los peores momentos, solo lo sostienen su amor por Rosa y la amistad a toda prueba de Fernando y Simão. Rodeado de corsarios, cautivos y renegados, va descubriendo un misterio inquietante. El Bien y el Mal se enfrentan por una reliquia poderosísima, origen de una profecía milenaria, que pone a prueba los valores más profundos del ser humano.
Una novela histórica atrapante, que transporta a los lectores a un mundo de colores y sabores exóticos, de grandes pasiones, honor y amistad.

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—¿Juran, por su sangre, transformarse en hermanos para siempre?

—¡Sí, juramos!

—¿Juran ayudarse mutuamente siempre que alguno de ustedes lo necesite, independientemente del lugar donde se encuentre y de la religión que profese?

—¡Sí, juramos!

—¿Juran guardar en secreto todo lo que sepan que pueda afectar a cualquiera de los que participan de este juramento?

—¡Sí, juramos!

—¿Juran que solo la muerte los liberará de este juramento?

—¡Sí, juramos!

Melchor retomó el libro y vociferó unas palabras más en el mismo idioma desconocido. Metió la mano dentro de la túnica blanca y sacó un afilado cuchillo. Los jóvenes ya sabían que ese momento iba a llegar, por eso habían aceptado el ritual con el pecho henchido de orgullo y coraje. Aun así, Jaime apretó los dientes cuando vio que la punta afilada de la navaja apuntaba hacia los hilos de sangre de las muñecas, de las que de inmediato brotaron gotas rojas. El anacoreta tomó las tres manos sangrantes y las cruzó entre sí durante unos instantes, herida contra herida, sangre con sangre. El dolor era algo menor, en tanto todos se embebían de la savia de sus amigos.

—Ahora, la sangre de cada uno de ustedes corre por las venas de todos los demás. ¡Son verdaderos hermanos de sangre y deben cumplir sus promesas, so pena de que muchos males se abatan sobre su destino!

El alistamiento en el tercio 4 años después El aroma de los cirios ardientes - фото 16

El alistamiento en el tercio

4 años después

El aroma de los cirios ardientes y una ligera náusea provocada por los inciensos que, media hora antes, habían perfumado con solemnidad la misa presidida por el obispo de Córdoba, mantenían a Jaime en un somnoliento letargo mientras esperaba a su amigo aquel mes de mayo del año de gracia de 1558.

Afuera, una llovizna, inusual para el final de la primavera, hacía que los ciudadanos se refugiaran en sus casas después de días de un calor infernal.

—¡Ayúdenme, santos patronos de esta ciudad! ¡Intercedan por el alma del tío Francisco y por mi destino!

Saliendo de su letargo, Jaime alzó los ojos y los clavó en los de santa Victoria que, al lado de la imagen de san Acisclo, brillaba en pétrea y serena eternidad. Se arrodilló en la soledad de aquella capilla, situada en el sector sudeste de la Catedral de Santa María,5 adonde había ido por pedido de Fernando del Pozo, su amigo que tardaba en llegar. La capilla donde Jaime Pantoja se sumergía en sus penas estaba dedicada a ambos mártires y había sido fundada por el tío abuelo de Fernando, quien había sido deán y canónigo de la catedral. En ella se habían celebrado las solemnes exequias del abuelo, del tío y del padre de Del Pozo, todos ellos con importantes cargos eclesiásticos en la iglesia de Córdoba, de la que el padre había sido sochantre, es decir, el responsable de la dirección del coro.

Envuelto en aquella taciturna atmósfera, no pudo evitar que una, tal vez dos lágrimas desbocadas salaran sus mejillas. La decisión que había tomado agitaba su cabeza como un campanario y le aguijoneaba el corazón destrozado por los últimos acontecimientos. Esperaba que, más tarde o más temprano, algo sucediera, aunque no en aquellas circunstancias. Ahora, llegada la hora, un nudo le apretaba la garganta, le revolvía las tripas, le entumecía el coraje…

¿Pero qué podía hacer él, Jaime Pantoja, ese joven elegante, fuerte, de porte altivo y educación noble y esmerada, que acababa de regresar de Salamanca, donde se había dedicado a estudiar medicina y que tenía una letal destreza para manejar el arcabuz, en el que se había entrenado mientras estudiaba, pero que temprano había quedado huérfano de padre y madre, y que, ahora, también había perdido a su tío, su única familia, más allá de unos primos lejanos que vivían en los Países Bajos y que había dejado de ver hacía más de cinco años?

Afuera, la lluvia había cesado. El bullicio daba señales de que la vida volvía a llenar las arterias de la ciudad y que la catedral recibía de nuevo a algún que otro penitente de final de jornada.

A su mente acudieron una vez más los últimos acontecimientos. La muerte y el funeral de su tío Francisco, y la decisión de partir que, ahora, lo mantenía atrapado en un sentimiento ambivalente.

—¡Jaime, gracias por haberme esperado! —Fernando del Pozo acababa de llegar en absoluto silencio y colocaba una mano en su hombro—. ¡Sentémonos aquí! —sugirió, señalando el banco más cercano.

—¿Qué querías decirme?

—¡Voy contigo, Jaime! ¡Voy contigo a Orán! —afirmó, poniendo el brazo sobre los hombros de su amigo.

—¡¿Vienes conmigo?! ¡¿Para qué, Fernando?! ¡Tienes tu vida asegurada en Córdoba, no precisas…!

—Vamos, te olvidas de que siempre quisimos demostrar nuestro coraje en defensa de Su Majestad y del reino. Tenemos que hacernos hombres demostrando nuestra fuerza al servicio del rey.

—¡Claro que sí! Mi melancolía solo se debe a la pérdida de toda mi familia. De cualquier forma, las armas siempre han sido mi ambición, más ahora que ya tengo dieciocho años y terminé los estudios en la universidad.

—Y yo también, como sabes… Tenemos la misma edad —insistió, resuelto, su amigo.

—Pero yo quiero ir por solo tres años y regresar, con honor, para iniciar una carrera… ¿Y tú por qué decidiste ir también a Orán, Fernando?

—Hace unos días, mi tío Martín me contó que encontró a mi nobilísima novia, Josefa De Daza y Villalobos, en la habitación con mi propio hermano… —Las palabras se iban tornando vacilantes a medida que contaba sus desdichas.

—¿… en la habitación…?

—Sí, creo que… Bueno, ¡evítame los detalles!

—Vamos, bien que te avisé… ¡Así no dudarás más de lo que te digo!

—De hecho, de hecho, no era una muchacha que me llenara el alma…

картинка 17

Salieron de la catedral, la antigua aljama que, con su bosque de columnas ricamente ornamentadas, cerca de seis siglos antes había simbolizado el cénit de la civilización musulmana de al-Ándalus, y deambularon meditabundos por las calles estrechas del antiguo burgo, perdidos en su mundo interior.

Igual que las sucesivas generaciones de cordobeses, fueron a orillas del Guadalquivir a relajar el espíritu. Los últimos inviernos habían sido de tormentas y habían hecho que las aguas se elevaran y devoraran el caserío; pero, a pesar de eso, aquella primavera hacía renacer la vida de los árboles y de los jardines que lo protegían, y convertían el lugar en un sitio ideal para ahuyentar los demonios.

A pesar de las advertencias de Jaime que con la mayor discreción le había sugerido que no considerase que su prometida doncella era flor de un solo jardín y que se cuidara de su hermano, que no era proclive a grandes lealtades familiares, Fernando del Pozo siempre había hecho oídos sordos. Creía en la dulzura de las palabras de la mujer que le gustaba, y en que el mundo parecía haberse organizado para que se convirtiera en su futura esposa. Consideraba, incluso, que los consejos de su amigo no pasaban de ser veladas inducciones orquestadas por sus familiares más cercanos para que siguiera la carrera en la que se habían destacado al menos tres generaciones del linaje hidalgo y noble de los Del Pozo: el servicio a la Iglesia de Córdoba.

—Ay, Fernando, ahora que te veo así, se me olvidan mis tristezas —lo animó Jaime Pantoja.

—Hablando de tus tristezas, ¿sabes quién está en la ciudad?

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