—Pues a mí no me interesan las bellas letras. Yo pertenezco a la literatura.
—¿Dónde puedo comprar sus libros?
—No me publican mucho por aquí…
—Estoy dispuesto a ayudarlo para que lo publiquen en París.
Nikándrov miró atentamente al francés y respondió:
—Pues se lo agradezco, si es que está hablando en serio.
—Estoy hablando en serio… Antes de que pasemos a sus creaciones, me gustaría preguntarle por aquellos a los que usted valora en el mundo de la pintura.
—Tenemos mucha gente con talento. Lentúlov, Martirós Sarián, Konchalovski, Maliavin… Es imposible nombrarlos a todos… Konstantín Korovin, ¡Nésterov!
—Gracias a Dios. —El francés esbozó una amplia sonrisa—. Es usted el primer ruso que me dice que hay talento en Moscú.
—¿A quién ha conocido usted? No tiene sentido hablar con esa panda. —Nikándrov señaló con la cabeza a los visitantes del comedor—. Auténticas alimañas. Peores que los comisarios, al menos estos saben lo que hacen, mientras que esos de ahí se limitan a gruñir desde la puerta. Levántales la voz, que se esconderán con el rabo entre las piernas. Eso sí, bien que dicen: «Aquí no hay nadie de talento»…
—¿Es difícil la vida para los que lo tienen?
—¿Y dónde es fácil? Es complicado tener talento, claro, dado que este siempre busca su propia verdad, y la verdad… está siempre en su interior, en su visión del mundo.
—¿Usted no está de acuerdo con Marx cuando dice: «El hombre no es libre de la sociedad»?
—No. El hombre nace libre: nadie lo ha despojado de su derecho a disponer de su vida según su propio parecer.
—Se han establecido ciertas limitaciones al respecto: a los infelices suicidas no se los entierra en los cementerios, sino fuera.
—Después de mí, el diluvio.
—Yo pensaba que un literato pensaba ante todo en sus conciudadanos.
—Dejemos que el literato piense en sí mismo. Pero que sea honrado hasta el fin. Esto sí que es una buena enseñanza para sus conciudadanos, ya verá.
—Con ese talante, ¿le cuesta vivir aquí?
—Me cuesta vivir aquí. Pero no por talante.
—¿Tiene intención de abandonar Rusia?
—Sí, estoy haciendo gestiones para conseguir el pasaporte.
—Si me da sus manuscritos, puede que para cuando usted llegue ya esté listo el libro…
Nikándrov se puso de pie:
—Vámonos de este burdel…
En la calle soplaba un viento gélido.
—En ninguna capital del mundo existe un cadalso tan cómodo y bonito como el de Moscú. ¿Sabe qué es el Lugar Frontal? Es donde cortaban cabezas. Fíjese, se han escrito tomos y tomos sobre la crueldad en la historia del Gobierno ruso, pero en tiempos de Iván el Terrible y de Pedro el Grande se ejecutó a menos gente que hugonotes despacharon ustedes en París en una sola noche —continuó Nikándrov—. Asustamos con nuestra crueldad, pero, en re alidad, somos buenos. Ustedes, los europeos ilustrados, no abren la boca sobre la crueldad, pero sí que han sido crueles: así es como llegaron a la democracia. Mientras que solo en Rusia es posible que Zasúlich disparara a un general de la policía y que se la justificara en un juicio soberano… Somos… ¡euroasiáticos! Primero los tártaros se cobraron tributos y violaron a nuestras madres, de ahí que tengamos tantos apellidos tártaros: Baskákov, Yamschikov, Yasákov; y de ahí también nuestro repiqueteo blasfemo que tanto gusta a Occidente, pues, cuando están furiosos, no van más allá de mencionar el trasero. Después, a este gran pueblo que anduvo de los varegos a los griegos lo empezaron a gobernar zarinas alemanas. Ni un solo pueblo del mundo ha sido tan dulce ni ha estado tan entretenido apreciando su historia como el mío; mire, Borodín escribe la ópera El príncipe Ígor, donde al invasor Konchak se le representa como un hombre lleno de nobleza, bondad y fuerza. Y esto no disminuye la belleza espiritual de Ígor, ¡sino todo lo contrario! O tome a Pushkin… Escribió unos epigramas contra el soberano, estuvo bajo el incesante control de los gendarmes, confraternizó con los decembristas, pero fue el primero en glorificar la represión del levantamiento revolucionario polaco… ¿Por qué? Porque cada uno de nosotros es una esfinge y adivinar cómo va a continuar cada caso es completamente imposible y peligroso.
—¿Por qué peligroso?
—Porque cada adivinación supone crear una concepción opuesta. Pero ¿y si no coincide? ¿La concepción ya se ha formulado? ¿Rusia ha hecho la finta de turno? Entonces, ¿qué? Al momento ustedes agarrarían sus zepelines, esos Bertas tan grandes que tienen y los gases serán tres veces peores…
—Comprendo su odio por su pueblo, suele pasar, pero ¿qué pintamos aquí nosotros? ¿Por qué nos maldice también a nosotros?
—Bueno, ya ve cuánto nos cuesta hablar… Yo quiero a mi pueblo y estoy dispuesto a entregar la vida por él. Y a ustedes no los maldigo; nuestra lengua es así: fraseológica, emocional, como quiera usted llamarla, pero no es más que lengua. El intelectual ruso valora París más que un francés, y conoce a Rabelais y a Balzac mucho mejor que sus intelectuales, se lo digo sin ánimo de ofender.
—Es difícil comprenderlos, en efecto. Aunque, por otra parte, a Dostoievski sí lo comprendemos. No se enfade: ¿es posible que el nivel de comprensión de un literato crezca de acuerdo a su talento?
—Entonces ¿cómo es que no entiende ni jota de Pushkin? ¿De Lérmontov o de Leskov? Me parece que Europa es egoístamente selectiva en cuanto a su aprecio del talento ruso: lo que encaja en sus medidas normales y corrientes os maravilla: «¡Ved qué cosas hacen los rusos!». De cuando en cuando me da hasta miedo pensar: «Si Gógol no hubiera nacido en Rusia, el mundo ni lo conocería». Pero resulta que Pushkin no encaja en sus medidas. No has hecho más que enmarcarlo como revolucionario y va y se comporta como un cortesano; apenas has dominado su amor sublime por Natalia y, por favor, qué tenemos aquí: una línea guasona en su diario sobre cómo se encargó de Anna Kern…
—¿Y no le parece a usted que los bolcheviques se han alzado no tanto contra el régimen social, como contra el nacional?
—¿Quiere llegar a que entre los comisarios hay mucha judería?
—Creo que los comisarios están encabezados por un ruso, por Lenin…
—Pardon, usted mismo es…
—Francés, soy francés… Mi nariz es aguileña no a causa de la diseminación de la sangre judía, soy gascón… Allí sentimos inclinación por los viajes y la política. Nos gustan las mujeres, claro, pero aún más la política.
—Si es usted político, dígame entonces: ¿cuándo van a ayudar sus líderes a Rusia?
—¿Se refiere usted a los emigrantes blancos y a la oposición interna? No van a ayudarlos, solo van a prestar ayuda a una fuerza efectiva.
—Eso quiere decir que no hay esperanzas, ¿no?
—¿Por qué…? Las medidas categóricas son ajenas a la política; no estamos hablando del amor, donde sí es posible una explosión total.
—En tal caso, la política se me presenta como el matrimonio de dos enemigos jurados.
—Está cerca de la verdad… Y no se trata de nuestra capitulación ante los bolcheviques, simplemente el mundo es pequeño y Rusia es tan grande que sin ella no es posible la actividad vital normal del planeta.
—¿Simpatiza con el bolchevismo?
—Los bolcheviques privaron a mi familia de sus medios de existencia al anular la deuda de la administración zarista. Mi hermano, padre de tres hijos, se pegó un tiro, había depositado todos sus ahorros en préstamos rusos… Pero yo no odio a los bolcheviques, odio a los ciegos en política.
—Espere, querido francés, nosotros le devolveremos su deuda. El pueblo se despertará y todo volverá a su sitio.
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