El algoritmo secreto del disentir podría identificarse con ese «decir-que-no» al poder, a la situación dada o al orden simbólico que, surgiendo primeramente en la conciencia del individuo, se traduce después en un deseo de autonomía e independencia, pero también en un anhelo de liberación y puesta en marcha de una historia alternativa.
De hecho, desde el mito arquetípico de la filosofía occidental, la caverna de la República de Platón 6 , la libertad fue concebida como un proceso dinámico de liberación de una situación injusta y de un marco ideológico considerado falso; esta dinámica se activa en nombre de un disenso originario, que induce al sujeto a movilizarse para alcanzar un lugar diferente, intencionado por su conciencia anticipadora, una ulterioridad ennoblecedora compartida con sus compañeros que desvela la situación actual como defectuosa y contradictoria 7 .
En la relación simbiótica de verdad y liberación puede identificarse justamente la característica peculiar de la filosofía occidental y, tal vez, de la experiencia histórica de Occidente tout court , siguiendo una línea que arranca de la caverna de Platón y llega hasta la Ilustración, kantianamente entendida como «salida» 8 ( Ausgang ) del hombre de su culpable «minoría de edad», pasando por el pasaje del Evangelio «la verdad os hará libres» (Juan 8, 32) y las vicisitudes de los marxismos.
Cabe destacar desde un principio que el disenso, pese a concretarse políticamente en las figuras conceptuales que de él se derivan (la rebelión y la revolución, la contestación y la desobediencia, la protesta y la disidencia) es, por su naturaleza, un acto previo por lo que respecta a todas sus configuraciones políticas.
Todo el que intente definir el disenso, indicando sus formas concretas y plurales, probablemente sería blanco de las acusaciones que Sócrates, en el Menón (77ab), hace a su interlocutor, cuando este, a la pregunta sobre la esencia de la virtud, contesta con ejemplos de conducta virtuosa y, por eso mismo, «hace trizas» el concepto y «hace muchas cosas de una sola» (
).
El disenso se concreta en el archipiélago multifacético de las pasiones y del sentir, como revela su misma raíz semántica, que remite precisamente a un modo de «sentir diferente» ( dissentio ) respecto al modo común.
Su fuente originaria radica, pues, en ese sentir diferente que ya es un sentir contrario y antagónico y, por consiguiente, un movimiento del alma que se dirige obstinate contra respecto a la dirección que debería emprender si siguiera su curso «natural». La célula genética del disenso corresponde, pues, a un sentir diferente que ya es un sentir contrario en ciernes: y que, por esa razón, puede convertirse en las figuras concretas en las que el disentir cristaliza haciéndose operativo.
El disentimiento, en consecuencia, puede ser entendido justamente como el elemento básico a partir del cual se constituyen, en su multiplicidad prismática, las formas de oposición y antagonismo, todas diferentes y, no obstante, unidas en su fundamento por ese impulso prerracional que induce al yo a divergir y a darle forma a ese gesto.
Por consiguiente, no es posible considerar el disenso como una categoría conceptual de la política, ni estudiarlo encasillándolo en el léxico de la filosofía política, so pena de reducirlo, por eso mismo, a una de las figuras específicas a las que da lugar (desde la revuelta a la revolución, desde la desobediencia a la rebelión), pero sin resolverse en ellas.
Una operación teórica de este tipo sería lícita si el disenso se configurara, en su esencia, como una realidad conceptual específica, con su propio núcleo teórico estable y permanente, identificable inequívocamente incluso más allá de las encarnaciones históricas concretas en las que ha venido sedimentándose.
Pero el disenso no cuenta con dicho estatus. Prueba de ello es que cada vez que pretendemos estudiarlo en el plano político, lo reducimos inevitablemente a otra cosa, en particular, a una o más de una de sus figuras específicas; por eso mismo, nos vemos obligados a abandonar la investigación sobre su esencia en cuanto tal.
Sin embargo, lo cierto es que todas las figuras del disenso, aunque muy diferentes unas de otras, tienen en común que su eventual legitimación puede darse exclusivamente ex post , es decir, cuando su acción ya se ha llevado a cabo con éxito. ¿Cómo podría el poder aceptar como legítimo lo que socava sus cimientos? ¿Cómo podría aceptar en el marco del propio ordenamiento la disidencia y la revolución, la desobediencia y la rebelión?
Del disenso no es posible, por tanto, encontrar una fórmula more geometrico , pero tampoco una «institucionalización». Es, por su propia naturaleza, no institucional, mejor dicho, es «antiinstitucional»: se podría, en todo caso, comparar con la figura hegeliana de la «conciencia infeliz» que advierte, en una dimensión preconceptual ligada ante todo al sentir, la alteridad entre el ser y el deber-ser, entre la realidad y sus posibilidades irrealizadas.
El disenso cuestiona, por definición, el orden establecido, y revela una secesión con respecto a él que tiene que ver ante todo con el individuo y su interioridad —la dimensión del sentir—, para luego volverse potencialmente social y exterior; posee, pues, la capacidad de organizarse en las figuras reales y concretas antes evocadas.
Oscilando entre el espacio mínimo de la vergüenza subjetiva ante la injusticia y el espacio máximo de la revolución que cambia las geometrías de todo lo existente y dibuja un nuevo paisaje sociopolítico, el disenso, como el ser de la Metafísica de Aristóteles,
, «se dice de múltiples maneras» 9 . No tiene una sola raíz, ni una sola forma de expresión.
No se deja enmarcar ni agotar en el léxico de la filosofía política. Pero, al mismo tiempo, siempre tiene su propia expresión política natural. De hecho, no existe rebelión que no establezca una relación de polaridad entre amigos y enemigos, en la cual, como destaca el análisis de Carl Schmitt 10 , se condensa la esencia de la política.
El disenso, al estar siempre dirigido en contra de algo o de alguien, y configurándose, pues, como una forma de desacuerdo o de reclamada oposición, es político incluso cuando se produce en entornos heterogéneos no necesariamente políticos. Por otra parte, más que como un concepto o una realidad teórica claramente definida, el acto de disentir puede ser entendido justamente como una intensidad que surge de la conciencia del sujeto, una fuerza ligada más al ámbito de las pasiones que al de los conceptos, un sentimiento que nace primero como algo personal para luego convertirse en un movimiento social y organizarse en formas y figuras heterogéneas. Si queremos estudiarlo realmente desde el punto de vista de la política, es preciso examinarlo en las categorías concretas que han aparecido históricamente, en las capas donde ha venido sedimentándose, en las formas que la política operativa, criticada, derrocada y practicada ha ido asumiendo a lo largo de la epopeya histórica occidental.
En este sentido, el disenso se configura, por así decirlo, como un espacio hospitalario donde algunos de los principales conceptos de la política se encuentran y entrelazan, se enfrentan y alternan, hallando en él su propia matriz pero sin agotar nunca totalmente su significado y su importancia.
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