1 ...7 8 9 11 12 13 ...17 —Nosotros también estábamos al tanto de esos supuestos logros de los soviéticos, presumiblemente derivados del estudio de las hipotéticas capacidades extrasensoriales de los delfines —aclaró Bernard— y orientamos nuestras investigaciones por ese camino. Debido a la falta de resultados, concluimos que solo habían sido rumores filtrados por los propios servicios de inteligencia rusos, para forzar de este modo a los países occidentales a invertir tiempo y dinero en este tipo de operaciones estériles.
—Como usted decía, puras patrañas —aprobó Vipond—. Eso de la sincronía entre hemisferios, o la telepatía de los delfines… Todo parecía ser tan falso como el mito, tan extendido, de que solo usamos un diez por ciento del cerebro. Pero, como todo mito, debía tener una base real.
—Exacto —Bernard parecía haberse animado—, igual que la leyenda del uso diez por ciento del cerebro deriva probablemente de un hecho contrastado, pero malinterpretado, como es la proporción de neuronas respecto a las neuroglias, supusimos...
—Mejor di que fuiste tú, Patrice, no seas tan modesto. —Vipond rio y descargó otra palmada en la espalda a su auxiliar—. Háblale de tu teoría de la… ecolocalización telepática. Se llama así, ¿verdad, muchacho?
Después de tomarse unos segundos para recuperarse, Patrice asintió y continuó:
—De entrada, el principal impedimento teórico-práctico para la transmisión a distancia del pensamiento entre individuos es muy simple: los impulsos electromagnéticos del cerebro no producen suficiente energía como para transferir la información. Pero entonces, el posible uso de los delfines por parte de los soviéticos me hizo reflexionar: estos animales, como supongo que sabrá, al igual que los murciélagos, poseen un sistema de ecolocalización que les faculta para detectar y sortear obstáculos sin valerse de la vista. Por tanto, pensé que ahí podía estar la clave: los pensamientos no se pueden transmitir, pero quizás sí se podrían captar. Conjeturé que quizás seríamos capaces de desarrollar una especie de sónar que, al lanzar señales hacia el cerebro de un sujeto, estas, al rebotar, creasen un “eco” mediante el cual el emisor recibiese el pensamiento de aquel.
—La puta madre… En lugar de un eco de ondas de sonido, un eco mental… ¡Un psicoeco! —exclamó Bélanger, con algo de pitorreo.
—¡Psicoeco, psicoeco, ja, ja, ja, psicoeco! ¡Ja, ja, ja, me encanta este chico! —Vipond se desternillaba de risa con la ocurrencia de Bélanger. Este se previno ante la posibilidad de que el otro se le acercase para honrarle con una de sus simpáticas “caricias”. Sin embargo, el docto jayán la emprendió con uno de los tomógrafos, que vibró como si hubiese sobrevenido un pequeño seísmo.
—Je, je, sí, es muy ingenioso —corroboró de mala gana Patrice, visiblemente celoso del ingenio de Bélanger.
—Bueno, ya está bien de cháchara —proclamó Vipond—. Vamos al lío. ¡Camille, Pierre, haced el favor de venir! Os presentaré a nuestra nueva cobaya.
Dos de los científicos que estaban trabajando al fondo de la sala se acercaron. Camille era joven, menuda y de facciones agradables; Pierre era delgado y espigado, un poco mayor que Camille, aunque sin pasar de los treinta y cinco. Por su lenguaje no verbal, Bélanger dedujo que mantenían algún tipo de relación más allá de la profesional. Después de los preceptivos saludos de cortesía, Vipond no perdió la ocasión de seguir con sus gracias:
—Tratadme bien a este chaval, a ver si conseguimos generarle un psicoeco como el de Tommy.
—¿Psicoeco? Vaya, me gusta —preguntó Camille—. ¿A quién se le ha ocurrido?
—A este señor, y no lleva ni dos minutos aquí. —Esta vez sí tenía a tiro a Bélanger, por lo que este no se salvó de recibir una de las hercúleas lisonjas del neurólogo—. Seguro que pronto superará a Tommy, lo presiento.
—¿Quién es Tommy?
—¡La leche! ¡Por supuesto, aún le queda por ver la mejor parte, Adrien! —Vipond se golpeó la frente lamentando el despiste; a Bélanger le complació observar que el hombre, al menos, se administraba la misma intensidad que empleaba con los demás. Siempre le habían caído bien las personas consecuentes—. Bueno, majos, id a presentarle a nuestro Tommy. Ahora será testigo de cómo Francia ha recuperado la grandeza que asombró al mundo en tiempos de Napoleón… I y III, ja, ja, ja.
—Faltaría más —convino Pierre—, síganos, señor Bélanger.
Él y Camille se dirigieron a una puerta blindada que había a su izquierda
—Lo que ustedes digan —respondió él.
“ Bienvenido,
Si has logrado llegar hasta aquí, es porque posees el valor y arrojo necesarios para participar en los Nuevos Desafíos del Centinela (La era del Caos). Te felicito y te compadezco. Porque experimentarás aventuras que jamás has vivido, pero también es muy probable que tu alma se quede por el camino y se convierta en pasto de los buitres. Si accedes a jugar, tienes que estar dispuesto a todo; los cobardes, los mentecatos y los pusilánimes no tienen cabida en esta prueba. Te invito a afrontar los retos y a superar todos los obstáculos, tanto materiales como morales. Si después de todo, aún te queda aliento y anhelo para llegar al Final, entonces, y solo entonces, tendrás el privilegio de avistar el verdadero propósito del Centinela, y admirar extasiado la belleza absoluta de su plan.
Porque yo necesito compañeros, pero compañeros vivos; no muertos y cadáveres que tenga que llevar a cuestas por donde vaya ”.
Al fin iba a empezar el Desafío. La promoción realizada por la Dark Web había dado sus frutos, y se había convertido en el cotilleo de moda en los círculos de aficionados, de manera que las solicitudes para participar habían inundado mi TOR mail, el correo protegido de rastreos policiales. Además, había cuidado cada detalle, tanto en ambientación como en la trama, con el propósito de que el juego estuviese al nivel del plan, del cual no era sino un eficaz y leal instrumento.
Mi equipo inicial estaba formado por cinco jugadores:
La jugadora cuyo nick era Pestilence había dado puntuaciones altas en desorden, falta de respeto por la autoridad y, además, sentía furor por los repugnantes pearcings, de modo que sería una punk idónea: como buena semidelincuente que era, sus habilidades consistían en abrir puertas y cerrojos, y su arma serían las cadenas, que podía llevar escondidas a modo de cinturón.
Sheridan era el gótico ideal: oscuro, fan de las películas de Roger Corman, con el sentido del humor de un juez de guardia y más pedante que un profesor de la Sorbona. Sus aptitudes eran la agilidad, sus conocimientos de las Catacumbas y otros lugares macabros, y su intrepidez. Respecto a sus pertrechos, la guadaña hubiese sido estupenda, pero era demasiado aparatosa para ir por la calle con ella cargada al hombro, por lo que opté por el cuchillo.
A pesar de ser un pijo malcriado y ocioso, Halford, sin duda, podría ser un gran heavy , ya que era gordo, estaba un poco sordo y había estudiado Bellas Artes, o sea, era prácticamente analfabeto funcional. Como era fuerte y había practicado boxeo en su adolescencia, su arma sería el puño americano.
Por razones parecidas, y teniendo en cuenta que fumaba marihuana “ocasionalmente”, consideré que Bob daba el pego como rastafari. Además, su destreza con los malabares lo habilitaban para usar el látigo como instrumento de combate, lo que a mi entender encajaba más con las latitudes cálidas de Jamaica.
Finalmente, para el papel de rapera, me decanté por Pony. Aquella palurda practicaba aikido y tenía antecedentes por hurto. Como era menuda, pensé que sería divertido verla medio desaparecer entre los pliegues de esa ropa deportiva exageradamente holgada, donde podría esconder un mini bate de béisbol.
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