Vicent Sala - El cazador de escarabajos

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París, 2018. Adrien Bélanger es un ex policía atormentado por su pasado. Gracias a la influencia de su antigua compañera y amante, logra participar en un insólito experimento gubernamental que se propone crear agentes psíquicos. Pero nada sale como estaba previsto.
Mientras, Maurice Pourault, un informático con ansias de venganza, idea un macabro juego de rol a escala 1:1, con París y sus catacumbas como escenario, en el que los participantes son títeres inconscientes en su plan asesino.
Dos vidas contrapuestas, dos historias en paralelo condenadas a cruzarse. Y cuando esto ocurra, solo uno podrá prevalecer…
Una novela trepidante, salpicada de un humor irreverente, que nos cuenta cómo los recuerdos que se estancan producen monstruos.

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Primera edición El cazador de escarabajos 2022 Vicent Sala Libros y - фото 1

Primera edición.

El cazador de escarabajos.

© 2022, Vicent Sala.

© Libros y literatura SL

www.librosyliteratura.com

contacto@librosyliteratura.com

© Corrección: Laura Mas.

© Diseño de portada e interiores: Marta F. Alarcón.

ISBN: 978-84-125372-0-8

Estas líneas suelen destinarse a advertir a los desaprensivos que ni el contenido ni la cubierta de este libro pueden reproducirse sin permiso del editor, pero de poco sirven porque casi nadie las lee, y si algún despistado lo hiciera, podría incluso darle ideas. Así que si estás leyendo esto es que perteneces a ese grupo de lectores voraces que leen hasta las instrucciones de los abanicos. Por eso nos gustaría recompensar tu interés revelándote aquí el secreto de la existencia o alguna otra de las variopintas incertidumbres que afligen al ser humano. Por desgracia, ya no nos queda espacio.

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

CAPÍTULO 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

Capítulo 40

Capítulo 41

Capítulo 42

Capítulo 43

Capítulo 44

Capítulo 45

Capítulo 46

Capítulo 47

Capítulo 48

Capítulo 49

Capítulo 50

Capítulo 51

Capítulo 52

Epílogo

Capítulo 1

Ya era mediodía cuando Adrien Bélanger, exagente de la Sous-Direction Anti-Terroriste francesa (SDAT) y fontanero a jornada parcial, se despertó en un sofá inmundo. Como era habitual en aquellos tiempos, el primer pensamiento que le vino a la cabeza fue el de meterse una pistola en la boca y desayunar una ración de plomo crudo; sin embargo, su estómago, que prefería algo más nutritivo, se interpuso con un rugido de apremio. Con los párpados aún medio pegados, el detective hizo un esfuerzo por ser positivo y atender a su demanda fisiológica. Y es que, a escasos metros, un tintineo sordo de madera contra acero inoxidable y un olor a pasta hervida anunciaban la hora de comer.

—¡Hombre, dormilón! —exclamó alguien. El terrible acento holandés, seco como un portazo, acabó de situarle en el tiempo y el espacio: era sábado y se encontraba en el apartamento de Bartel, el camello con la cara más dura de Aulnay-sous-Bois.

En efecto, al conseguir abrir del todo los ojos se topó con aquel lugar por desgracia tan familiar: el pequeño ático que Bartel usaba como vivienda habitual, punto de trapicheo ocasional y after eventual, estaba salpicado de ropa indolentemente tirada, ceniceros rebosantes y botellas a medio terminar, formando un tapiz que confería a la estancia el aspecto de una caótica jaima.

El cuchitril del traficante, además de oler a pasta, hedía a polvo, pies y marihuana. Mucha marihuana. Bélanger, mientras, se incorporó como si estuviera pegado a un siamés todavía más abatido que él.

Al asomar la cabeza por el respaldo del sofá, Bélanger pudo ver cómo Bartel removía una cazuela con una cuchara, mientras con la otra mano sostenía un cigarro bien aliñado, a juzgar por el aroma. El holandés era un tipo alto y regordete, con una barba rojiza de hípster con la que trataba de compensar su incipiente alopecia, y un aire campechano que camuflaba sus mañas de timador empedernido.

—Esto ya casi está —aseguró animado—. Supongo que estás hambriento.

—Esta casa apesta a hierba —se quejó Bélanger.

—Y no a las finas precisamente, ja, ja, ja. —Bartel se rio de su propia gracia y dio una calada tan fuerte al porro que este resplandeció como una antorcha.

Bélanger tragó saliva, en un vano intento por abortar las arcadas que pugnaban por encumbrarse a su garganta. Se dirigió corriendo al lavabo, pero la urgencia le obligó a encestar la vomitona casi desde la zona de triples, con escaso éxito.

Hay que decir que Bélanger era un tipo corriente. No es que fuese mediocre, insulso, ni tampoco se podía afirmar que hubiese tenido una vida anodina, para nada: casi había terminado la carrera de Psicología, era un consumado experto en varias artes marciales, y había pasado cinco años como agente en la Seguridad Interior. Pero, desde entonces, había desempeñado multitud de trabajos hasta acabar de fontanero, siguiendo la tradición familiar. Se conformaba con ser amable y educado con el prójimo, hacer su trabajo con honestidad, y emborracharse y meterse cocaína cada cierto tiempo.

Al salir del baño, se acercó a la nevera en busca de agua fresca. A menos de un metro, Bartel vigilaba el punto de cocción de los espaguetis, al tiempo que removía una salsa boloñesa que borboteaba perezosamente en una sartén de color indefinido. Mientras bebía directamente de la botella de agua mineral, Bélanger advirtió que había tres pequeñas cucarachas recorriendo las asas de plástico de la cazuela, dos en la de la izquierda y una en la derecha. Como hormigas en una cinta de Moebius, daban vueltas por la rugosa superficie en un ir y venir atolondrado e hipnótico, acercándose al recipiente guiadas por el olor, para, en el último momento, dar la vuelta sobre sí mismas, espantadas por la temperatura abrasadora del metal. Medio segundo después, una vez fuera de peligro, el ansia por la comida se volvía a apoderar de ellas y emprendían la acometida por el otro flanco, topándose de nuevo con el calor insoportable que las volvía a espantar hacia el extremo del asa. El estéril bucle en que se hallaban atrapados los insectos le evocaba a Bélanger algo indefinido y familiar al mismo tiempo; finalmente, apartó esa idea de su mente con un bufido hastiado y se dirigió al fregadero.

—Malditas cucarachas —se quejó Bartel mientras Bélanger buscaba dos tenedores por el agua cenagosa—. Son suramericanas, no sé cómo han llegado hasta aquí, pero me tienen harto; he hecho fumigar esto dos veces ya, y nada, las cabronas están por todas partes.

El traficante pareció adivinar el pensamiento de Bélanger al añadir:

—No te preocupes, al sofá nunca se acercan; se ve que no les gusta el olor a maría.

—Creía que eso era tu colonia —replicó Bélanger, que trataba de desatascar el fregadero, lleno a rebosar de cubiertos y vasos sucios.

Bartel hizo una mueca que bien podía ser de aprobación, dio una calada olímpica al menguante canuto, apagó los fogones y mezcló la salsa y la pasta en un cuenco de plástico. Agitó la cazuela hasta que las cucarachas cayeron al suelo, las pisó y, con un puntapié, las lanzó bajo la nevera. Después, cogió el cuenco con una mano, abrió la nevera con la otra, sacó una litrona y se acercó a la mesa, donde Bélanger había puesto los tenedores tras haberle pasado una bayeta.

Bartel encendió la tele y puso el canal especializado en cine de acción; en ese momento estaban pasando una película de Chuck Norris.

—¿Cuál es esa? ¿ Masacre en Vietnam 6 ? —inquirió Bélanger con sarcasmo.

—¿Qué dices, tío? Pero si es Desaparecido en combate 2 —repuso el camello, indignado—. Es todo un clásico. Desde luego, qué poca cultura cinematográfica tienes. Parece mentira que seas licenciado en Literatura y artista marcial tremendamente cualificado.

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