—Gracias, Nino.
Aquella cordialidad entre ambos justificaba que su acompañante hubiera sido agraciado con las galletitas, pero no explicaba cuál era la relación entre ellos. El camarero sonrió complacido y regresó a la barra mientras Richard le seguía con la mirada. MC sació su curiosidad antes de que él pudiera preguntar nada.
—Todos los expertos vienen a este hotel. Me conozco a todo el personal.
Richard cogió una copia del plan de acción y se la presentó a MC.
—Te lo envié por e-mail .
Mientras MC ojeaba por encima su propuesta, Richard se fijó en la calidad de su traje y en que, tanto en sus solapas como en los gemelos de la camisa, aparecían bordadas sus iniciales. MC se detuvo en algunos párrafos, alzando las cejas en un gesto que Richard no supo interpretar, pero que le hizo sentirse inseguro.
—¿Está en línea con lo que esperabas?
—Sí, sí. Está muy bien. —MC dobló las hojas por la mitad dos veces y las guardó en el bolsillo interior de su chaqueta. Sin apartar la mirada de Richard, dio un largo trago con el que vació la mitad de su copa—. Mi chófer está en el aparcamiento del hotel. ¿Estás cansado o te puedo invitar a cenar?
Meterse en un coche y alejarse del hotel inundó de pereza a Richard, quien, tras su inesperada e involuntaria siesta, lo que menos deseaba era trasladarse a algún sitio donde no pudiera acabar la noche de inmediato si lo vencía el agotamiento.
—¿Y si cenamos en el hotel?
MC se giró para asegurarse de que el camarero se encontraba a una distancia prudente y luego negó con la cabeza, dando a entender que se trataba de una sugerencia descabellada.
—Ya he cometido ese error antes —dijo con cierto dramatismo cinematográfico.
Mientras charlaban, el sol se había escondido tras el horizonte de la bahía, al tiempo que las nubes tomaban por asalto el cielo de la ciudad, y el viento, que batía las palmeras que rodeaban la piscina, se hacía cada vez más y más violento.
—Hay un bar de deportes a cinco minutos de aquí. Uno de esos con mil pantallas y todo tipo de retransmisiones al mismo tiempo. Si salimos ahora mismo, igual evitamos la tormenta. Las hamburguesas y el fish and chips son famosos entre los expatriados, tienen una carta de cervezas infinita y las chicas le alegran a uno la cena.
Las últimas palabras de MC, que había acompañado con una sonrisa pícara, intimidaron a Richard, inseguro del tipo de local al que se estaría refiriendo el escuálido francés. MC remató el gin-tonic con otro poderoso trago e, intuyendo las dudas de Richard y con la esperanza de dar al restaurante la necesaria respetabilidad, añadió que a veces retrasmitían partidos de cricket .
A pesar de ponerse en marcha al instante, la tormenta había empezado y MC hizo una señal desde la puerta a su chófer para que acercara el coche en lugar de aventurarse a caminar por las anegadas aceras. Los dos se sentaron en el asiento de detrás y en la cercanía, Richard se percató de la delicada fragancia de la colonia de MC. Era un olor suave, semioculto, que una vez descubierto instigaba a encontrarlo una vez más para desenmascararlo.
Howzat, tal y como había dicho MC, era un bar de deportes, lleno de televisiones, con un inconfundible aspecto de pub inglés y, para regocijo de Richard, con una aceptable colección de cervezas amargas que le harían olvidar la aguachirle que le habían ofrecido en el hotel. Lo más notable de las camareras, aparte del incesante ajetreo de bandejas y bebidas con el que peleaban, era la escasa ropa que vestían, más que su belleza o juventud.
Los dos pidieron hamburguesas, y mientras esperaban a ser servidos, comentaron por encima un partido de fútbol de la liga inglesa que estaban retransmitiendo. No le quedó a Richard duda alguna de que MC no era un aficionado al fútbol, sin embargo, supo mantener la conversación y hacer los comentarios y preguntas pertinentes, demostrando unas habilidades sociales envidiables. Era difícil identificar una razón concreta, pero estar con MC era, sobre todo, reconfortante y cercano. Antes de que llegara la cena, MC ya había compartido con Richard sus aventuras en Filipinas y sus innumerables episodios con políticos y expertos durante una década, que narraba con gran sentido del humor y con un indudable conocimiento técnico.
La segunda cerveza aligeró la lengua de Richard, quien se atrevió a compartir su fracaso matrimonial, y a mitad de la tercera resultaba inevitable no sentir que MC era como un amigo de la infancia. MC seguía inmutable, pausado y elegante en sus maneras, saboreando con delectación su tercer gin-tonic .
—Nos gustó mucho ver en tu currículum que tienes un laboratorio.
Richard negó vehementemente.
—Tenía. Me lo quitaron —puntualizó en un tono fatalista.
MC no llegó a preguntar, pero levantó los hombros en un gesto de sorpresa o curiosidad que Richard asumió como una invitación a contar su desgracia.
—Los putos políticos. Unos mentirosos indeseables prometiendo idioteces con el Brexit y una panda de burócratas dispuestos a cambiar las leyes solo para su propia satisfacción, incluso a costa de emprendedores como yo… ¿Por qué crees que estoy aquí?
MC chasqueó la lengua con disgusto.
—Lo siento, de verdad. Montar un laboratorio requiere un esfuerzo admirable.
Pidieron el café y, cuando una camarera con una impecable sonrisa retiró los platos, MC sacó el plan de acción del bolsillo de su chaqueta y lo puso sobre la mesa.
—Los que diseñan estos proyectos, como tu misión, son políticos. En este caso lo ha hecho gente muy, muy dedicada. Pero no siempre entienden la dificultad o las indeseables consecuencias de esas políticas. Mi trabajo, como el tuyo, es asegurar que convertimos el deseo y la visión de esos políticos en acciones realizables. —MC le miró a los ojos y mantuvo la mirada antes de continuar—. Para esta misión, queríamos alguien como tú. Una persona técnica que pudiera entender el impacto en el mundo real. No otro funcionario paternalista más, vendiendo las mejores prácticas europeas, convencido de que todos los filipinos son pobres e iletrados.
Richard asintió. Él mismo había sufrido en sus carnes la despiadada incompetencia de los burócratas, la arrogancia de gente desinformada, indiferente al escarnio y drama que provocaban la aplicación de leyes imposibles o injustas. MC levantó la mano para impedirle hablar.
—Tu plan de acción está muy bien. A la Comisión Europea le va a encantar. Y tendrán razones para ello. Está claro que sabes de lo que hablas. Pero no estoy seguro de que todo lo que pones aquí sea realizable. Me gustaría que antes de presentar tu propuesta a la Comisión, conocieras a Robert Mariano, el director del laboratorio del ministerio. Te dará una visión diferente sobre este país. Solo alguien con tu experiencia podrá entender la complejidad de lo que Robert conoce y las ramificaciones de tu misión. —MC se sirvió azúcar en el café y lo removió durante un rato que a Richard se le hizo eterno. La mitad de su ser se congratulaba de que MC pudiera valorar su experiencia profesional en su justa medida. Pero su otra mitad se estrujaba el cerebro, ralentizado por el cansancio y el alcohol, incapaz de identificar esa dificultad a la que MC se refería en unos documentos que le habían parecido de una innegable simplicidad—. Creo que te será útil para entender la realidad en Filipinas.
Richard dejó de pelear consigo mismo para encontrar las posibles deficiencias de esa misión y aceptó las palabras de MC con naturalidad, consciente de que esa era la primera vez que salía de Europa y de que, a pesar de su vasto conocimiento sobre laboratorios de materiales de la construcción, él no sabía nada de Filipinas. Al contrario que MC.
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