España no era cualquier cosa, venía de una misión espiritual autoimpuesta: salvar la cultura cristiana y recuperar el territorio de la península. Lo anterior, dice López Portillo y Weber, «dota a la Historia de España de una dirección bien definida y de un carácter trascendente, dramático, estético, de que carece la de cualquier otro pueblo. Y esa historia es tan nuestra como la de los Aztecas».
Traía inercia, le sobraba adrenalina después de casi ocho siglos de reconquista. Salvó al viejo mundo, se merecía el nuevo, pues, en la concepción de la época, Europa y el cristianismo se veían amenazados por el poder otomano-islámico. Los reinos españoles, liderados por Castilla, fueron los que al final los contuvieron. España ya se había probado a sí misma, ahora tocaba hacérselo saber al mundo. En esa época, la principal característica de lo español, asegura J.M. Sánchez-Pérez, era el valor, un valor rayano en la osadía. Pero «la intrepidez de sus capitanes, de sus atrevidos navegantes, ha estado siempre templada por la caridad de sus misioneros».
Ruinas romanas, en Extremadura, España. «En una de las regiones más pobres y áridas de Europa, donde la tierra más se agrieta, en Extremadura, germina la semilla que dará mejores frutos, da los hombres más enérgicos, que más riquezas aportan al imperio y más almas a la iglesia».
Durante aquellos tiempos, España domina en el nuevo mundo porque domina en el viejo. A ella acuden los aventureros de Europa en busca de apoyo (Colón, de Génova; Magallanes, de Portugal, entre otros), dan Papas a Roma y exportan literatura. Son los mejores. Mientras en España se organiza la exploración de nuevas rutas y tierras para luego lograr su conquista, en Inglaterra y Francia se organizan empresas estatales de piratería, con mucho éxito, por cierto.
El Houston de la época, donde se planifican las expediciones y se gestionan fondos y voluntades, es la corte itinerante de los reyes de España y Sevilla, el Cabo Cañaveral. Desde ahí se lanza la mayoría de los viajes de descubrimiento y la odisea de Magallanes que da la primera vuelta al mundo. Los «astronautas» de antaño no nacen en Nueva Jersey; son extremeños, andaluces o portugueses, quienes aplican la mejor técnica y tecnología disponibles en ese momento.
El Cid. Las principales características del guerrero español de la conquista de América concurren en sus dos principales antecedentes: el Cid y el «Gran Capitán» Gonzalo Fernández de Córdoba.
En una de las regiones más pobres y áridas de Europa, donde la tierra se agrieta, en Extremadura, germina la semilla que dará mejores frutos, los hombres más enérgicos, que más riquezas aportan al imperio y más almas a la Iglesia. Ningún otro pueblo tiene en igual grado el poder de espíritu necesario ni el fogueo militar para llevar a cabo la empresa más importante hasta entonces. Y la conquista del suelo de México es el más atrayente e interesante episodio. Esa hazaña, casi legendaria, la construye un conquistador poco común, que revela, en todas sus acciones, dotes de general y político. El mérito es doble, puesto que estos descubrimientos y posteriores conquistas las hacen los españoles, no España, es decir, son empresas privadas sujetas a las leyes de la monarquía, pero organizadas y financiadas por particulares. Para eso se necesita ser «notoriamente ambicioso», como lo fue Cortés.
La empresa de la Conquista de América es de tal magnitud que, por su misma grandeza, queda fuera del alcance de las colectividades organizadas. Solo está al alcance de los individuos. Que no se crea que a ese hecho histórico llega la escoria de la península. Juan Miralles lo confirma: «entre todos los capitanes y soldados de Cortés, que desempeñaron algún papel relevante, no figura uno solo que fuese analfabeto, eso, para la medida de su tiempo, era un porcentaje elevadísimo; se diría que allí venía lo mejor de Europa».
¿Cuáles son las circunstancias que producen a esos hombres? ¿Cuál es el troquel de Hernán Cortés y el resto de sus iguales, que los lleva a sobresalir por encima de sus contemporáneos? ¿Por qué produce España, y solo España, esos guerreros astutos, capaces y con tal ánimo de lucro? ¿Por qué surgen en la Península Ibérica esos paradójicos capitanes que son leales a su rey, indisciplinados, desobedientes, audaces, ávidos, fanáticos, bravos, religiosos, crueles y organizadores?
Todos son expertos en el conocimiento y en la práctica de las leyes; todos, hábiles en el juego de las armas y ambiciosos, pero en ellos esta ambición se edifica sobre profundos cimientos de solidaridad española y de lealtad a su rey, y resultan capaces de superar los embates de la propia conveniencia y del propio egoísmo.
¿Cómo esos guerreros, con arreos iguales a los que llevan los demás europeos de su época, naturalmente sin vitaminas, repelentes, vacunas ni periodos de adaptación, pueden luchar en las altísimas y heladas mesetas de México y Perú? Y ¿cómo, alimentándose defectuosamente, se internan pocos días después por cálidas y resecas llanuras o por mortíferos laberintos de selvas tropicales experimentando y soportando colapsos nerviosos?
La batalla de las Navas de Tolosa, según un óleo de Francisco van Halen. La reconquista de España contra los árabes fue, durante casi ocho siglos, el «entrenamiento» del guerrero español para la gran aventura de la conquista de América. «España no era cualquier cosa, venía de una misión espiritual autoimpuesta: salvar la Cultura Cristiana y recuperar el territorio de la península».
Para contestar lo anterior, resulta conveniente estudiar los antecedentes de la casta guerrera española. Al hacerlo, se aclara que todas las circunstancias concurrentes en los capitanes de la conquista de América se reflejan también en los dos más grandes líderes militares españoles: el Cid y el Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba.
La reconquista de España fue el «entrenamiento», la preparación específica del guerrero español para la gran aventura de la conquista de América. «Las milicias que toman parte en las expediciones de la Reconquista, pasan en unos cuantos días de las heladas montañas españolas, a los valles ardorosos de Andalucía, y este choque térmico, repetido muchísimas veces a través de 25, quizá 30 generaciones, fortalece el organismo español, y estabilizándolo atávicamente, lo prepara a las pruebas tremendas de la Conquista de América», concluye López Portillo y Weber.
Eso, en lo físico. En cuanto a la ambición, hallamos que todos estos capitanes son modestos hidalgos campesinos, o bien, segundones de grandes casas, y atendiendo a la costumbre de que el hijo mayor hereda la totalidad de las tierras y fortuna, deja, entonces, al resto de los hijos en la necesidad o la libertad de buscar oportunidades donde se presenten.
La forma de organización de las empresas individuales, la iniciativa española, deviene también de la guerra contra los moros (nada fortalece tanto como el empeño de tu enemigo). Esta se da de dos formas, mediante los esfuerzos «nacionales» hechos por el Reino entero y dirigido por los reyes con las huestes de la alta nobleza, pero también a través de los ánimos de las villas y pequeñas ciudades de la frontera con sus propias milicias, proveídas con los recursos individuales de sus componentes y comandadas por hidalgos de estirpes locales.
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