Antonio Codero - Hernán Cortés. La verdadera historia

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Hace 500 años España llega a México e impone, entre muchas otras cuestiones, lengua, gobierno y religión. ¿Qué era México antes de la llegada de los españoles? ¿Cortés destruyó una maravillosa civilización? ¿Por qué en el imaginario colectivo al conquistador se lo considera un militar cruel? ¿Qué habría pasado si los europeos no hubiesen llegado a América? En este libro Antonio Cordero analiza todas estas cuestiones de forma directa. Distinguiendo entre «nación» y «patria», Cordero afirma que La Malinche, compañera de Cortés, es la mujer más importante que ha dado América. Que la toma de Tenochtitlán supuso una liberación de los pueblos indígenas del yugo mexicano y que el propio Cortés fue quien dio el banderazo de salida de la nacionalidad mexicana. Las razones de la grandeza del conquistador y también de su desprestigio, las virtudes, los defectos… pero sobre todo, las consecuencias de su olvido. ¿Cuáles son los aspectos positivos de toda conquista, el posterior intercambio cultural y los beneficios del mestizaje racial y cultural. Para el autor México es España aunque no se sea consciente de ello. Desconocer lo anterior tiene hoy un precio, y el país lo está pagando. El lector tiene entre sus manos una obra que no elude las grandes preguntas y se atreve a dar respuestas. Con valor, visión personal y sin miedo a la polémica.

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Por paisajes tan distintos como los desiertos de California se aparece también el fantasma de Cortés, y no de manera fortuita sino contundente: cuatro expediciones organiza, financia y encomienda. La tercera la dirige hasta fundar La Paz. En otra marcha, uno de sus capitanes sube al norte hasta un imponente y revoltoso río al que nombra Colorado. En todas las travesías pierde recursos, hombres y fortuna. Imaginemos el carácter del hombre que no desfallece ante los elementos y fracasos, sino, al revés, utiliza estos como basamento de sus siguientes acciones. Cuánto les deben hoy los ricos californianos de la alta y baja California a los primeros exploradores de su tierra bronca.

La expedición a las Hibueras (Honduras), en 1524, es una proeza comparable solo con la de Magallanes: el contingente atraviesa una de las selvas más densas del mundo, con sus fieras, serpientes, ríos caudalosos que cruzan con puentes construidos por ellos mismos, calor extremo, lluvias torrenciales, enfermedades y hambre. Vencen todos los obstáculos dirigidos por el talento de su capitán. Debe pasar casi un siglo para que los pobladores de estas regiones vuelvan a ver a un europeo por sus lares: los primeros misioneros. Esta expedición es en apariencia inútil en resultados, pero como dice Stefan Zweig, biógrafo de Magallanes, quien, bajo pabellón español y también en 1519, zarpa de Sevilla para realizar una epopeya jamás atrevida. Dice Zweig: «en la historia nunca la utilidad práctica determina el valor moral de una conquista. Solo enriquece a la humanidad quien acrecienta el saber en lo que le rodea y eleva su capacidad creadora».

Antes, para verificar la redondez de la Tierra se tenía que ir al confín del mundo; hoy, para ver la superficie de Marte basta con apretar un botón. Con tanto conocimiento en la palma de nuestras manos, vemos como una locura el heroísmo de esas proezas, pero en su momento se trató de una guerra santa de la humanidad contra lo desconocido. Por eso agrega Zweig: «donde exista una generación decidida el mundo se transformará». Esa generación, la de Magallanes, la de Cortés, nos posiciona en la era moderna.

América no le es suficiente al inquieto descubridor. Conocedor de la importancia económica que representan las especias y que fue la motivación principal de los viajes de Colón, organiza, a petición del emperador pero con recursos propios, una expedición a las Molucas (Indonesia), las islas más codiciadas de aquellos tiempos, lo que representa el primer cruce del océano Pacífico partiendo desde México. Allá llega el ímpetu empresarial de Cortés: de la Nueva España hasta Asia.

Años más tarde se lo ve en Argel acompañando a su monarca. Pudo haber salvado la honra de Carlos I (V de Alemania), quien no lo toma en cuenta para el mando de las tropas españolas. Los elementos no los favorecen y fracasan en su intento de castigo al pirata Barbarroja y a sus cómplices turcos y berberiscos que azotan el Mediterráneo. Los últimos años se le ve en Madrid y Valladolid haciendo vida de corte, no por gusto, puesto que añora la acción, sino enfrascado en decenas de juicios esperando la justicia real que no llega. Se amarga su otoño. Finalmente el fundador evoca Sevilla, de donde partió hacia América y donde, muy cerca, muere en Castilleja de la Cuesta en 1547, a los 62 años.

6Coyoacán es una de las 16 demarcaciones de la Ciudad de México. Durante la época pre colonial fue una entidad política independiente de Tenochtitlán, pero ligada a esa gran ciudad prehispánica.

7Cuernavaca es la capital del estado mexicano de Morelos, aproximadamente a 90 kilómetros de la Ciudad de México. Fue fundada por la etnia tlahuica, cuyas construcciones se usaron como material para establecer los marquesados y el Palacio de Cortés.

Capítulo II

México antes de España

Antes de la llegada de los españoles, México no existe como nación. Lo que hoy es el territorio nacional mexicano está conformado por una multitud de tribus, separadas no solo por cordilleras, ríos y montañas de enorme paisaje, sino por el peor de los abismos: el lingüístico. Centenares de lenguas y dialectos separan a vecinos de territorios comunes que, en ocasiones, como señala el historiador José López Portillo y Weber, en su investigación La Conquista de la Nueva Galicia, comparten como única relación entre ellos la guerra. Cuando el invasor llega, salvo el del pueblo dominante, todo esplendor había terminado.

Hacía mucho tiempo que las montañas en Mesoamérica eran montículos selváticos que escondían en su seno una pirámide maya, y en el Valle de México, Teotihuacán era un conjunto de ruinas sin nombre desde cientos de años antes de que los aztecas llegaran al Anáhuac. Desde luego que en esas tierras hubo grandeza, magnificencia e interesantes avances en la ciencia y organización social, pero se dieron siempre de manera aislada y nunca de forma continuada. Los aztecas, desde su ciudad estado, dominaron, gracias a sus alianzas, la meseta central, e impusieron por la fuerza su hegemonía al resto de poblaciones, a las cuales sojuzgaban.

Los aztecas desde su ciudadestado MéxicoTenochtitlán en la meseta central - фото 5

Los aztecas, desde su ciudad-estado México-Tenochtitlán, en la meseta central, imponen su hegemonía al resto de poblaciones. La ciudad alcanzó un urbanismo que maravilló a los conquistadres españoles por sus dimensiones, jardines, palacios y plazas.

Los aztecas, entonces, viven en constante rivalidad con los tlaxcaltecas y permiten cierta soberanía a los tarascos en occidente, y a los zapotecas en el sur. Pero nada los identifica como un alma nacional, ni una misma lengua, idea de estado, organización política o religión común; son fracciones que no arman un todo. Al contrario, una feroz enemistad alimenta la guerra perpetua, siempre inclinado el resultado a favor del dominante, cuya evidencia eran los esclavos para los trabajos más arduos, tributos excesivos y víctimas para los sacrificios. Deséchese ese sentimentalismo, fomentado por algunos autores anglosajones, sobre el dolor del indio que pierde su patria. No existía ninguna patria antes de la Conquista. Los aztecas sí perdieron su ciudad, la cual fue destruida junto con su supremacía y su poder, pero ellos eran una minoría privilegiada y opresora. Los españoles, dice José Vasconcelos, el famoso educador, filósofo y escritor mexicano, en su Breve Historia de México, «oprimieron a los indios, y los mexicanos seguimos oprimiéndolos, pero nunca más de lo que los hacían padecer sus propios caciques y jefes».

En las crónicas se lee cómo el cacique de Cempoala 8y el señor de Quiahuiztlán se quejan con Cortés, desde el principio, de las exacciones de los mexicas, de los niños robados para los sacrificios, de las cosechas confiscadas, de las mujeres tomadas, violadas y esclavizadas. Terror y extorsión de Estado. Se entiende por qué Cortés, más que un sometedor, fue un libertador para la mayoría. Llaman la atención, y así lo manifiesta en sus cartas al monarca español, las rivalidades existentes que encuentra entre los distintos pueblos. Llegaban emisarios de uno y otro bando solicitando mediación. Cortés se convierte entonces, de súbito, el comandante invasor, en árbitro de añejas rivalidades entre los naturales de la tierra que apenas conoce.

Si se logra extirpar el veneno acumulado por dos siglos de propagandas inductivas, deberá reconocerse que fue más patria la que Cortés construyó después, que la del valiente Cuauhtémoc o la del temido Moctezuma. De los tributarios de este gran tlatoani 9recoge el futuro conquistador múltiples quejas, como los de Huejotzingo, quienes sienten tal enemistad por los mexicas que abrazan la causa de la Conquista con un entusiasmo que desconcierta a los españoles, y hasta de sus forzados aliados, como constata a su paso por Chalco, Tlalmanalco y Chimalhuacán, tomando nota de lo vulnerable que podría ser la posición del absoluto emperador tenochca. Por eso Vasconcelos le pide al indio «que reconozca para su propia sangre humillada por la Conquista, que había más oportunidades, sin embargo, en la sociedad cristiana que organizaban los españoles, que en la sombría hecatombe periódica de las tribus anteriores a la Conquista». Severo, sin duda, Vasconcelos, pero no es posible negarle la razón.

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