Maurizio Campisi - El secreto de Julia
Здесь есть возможность читать онлайн «Maurizio Campisi - El secreto de Julia» — ознакомительный отрывок электронной книги совершенно бесплатно, а после прочтения отрывка купить полную версию. В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: unrecognised, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:El secreto de Julia
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
El secreto de Julia: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El secreto de Julia»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
El secreto de Julia — читать онлайн ознакомительный отрывок
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El secreto de Julia», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Morera no decía nada. Sabía por experiencia que cuando el comisionado se dejaba ir de aquel modo solo era necesario escuchar.
«A los chicos le puedes contar cualquier cosa. Por improbable que sea, van y se la tragan. Mira a estos, por ejemplo, creen poder dominar el mundo con las pistolas y la violencia. Se aferran al control de un barrio como si fuese la cosa más importante y no saben que al final es siempre la misma historia: estar en una banda, servir a un partido, soñar la revolución… todo va bien.» El auto se detuvo en la entrada de una bocacalle. Había ya tres patrullas y los agentes de la Unidad Especial con los pasamontañas puestos observaban preocupados los tejados. Agarraban nerviosos los M16 y estaban listos para cualquier cosa.
Un polizonte se le acercó y le indicó un punto al final del callejón. Navarra vio el cadáver, cuyo rostro estaba cubierto por una camiseta blanca ensangrentada. Estaba a pecho descubierto, contaba con un par de agujeros grandes que parecían un detalle más de los cientos de tatuajes que le cubrían el cuerpo. La sangre se había deslizado en un reguero que servía para el desagüe de las aguas de lluvia y había fluido formando un charco cerca de un poste de la luz.
¿Por qué les entregaban este cadáver?, se preguntó Navarra mientras se acercaba.
Empezó a observar la escena. El cuerpo de La Nacha yacía apoyado en un escalón que llevaba a la entrada de una casa. Estaba supino, con los brazos abiertos y, como había notado ya a su llegada, con el tórax descubierto. No era una novedad, los pandilleros a menudo no vestían camisetas para mostrar la complejidad de sus tatuajes, un verdadero diario de sus vidas. Delitos, amores, odios y crímenes se anotaban escrupulosamente sobre el cuerpo y se convertían, así, en la narración de una existencia atribulada que era también una advertencia para los enemigos. Las calaveras tatuadas eran como las estrellas para los generales.
“Apuesto a que nadie de la casa ha visto ni oído nada.»
Uno de los agentes confirmó:
«No hay nadie y si lo hay no abre, seguro.»
Navarra se rascó la cabeza.
«Hay un detalle», dijo el agente.
«¿Cuál?»
El policía quitó la camiseta que cubría la cabeza del cadáver. Morera dio un salto atrás, visiblemente alterado, mientras Navarra dejó escapar un profundo suspiro: La Nacha tenía las cuencas vacías. Quien lo había matado antes le había sacado los ojos.
«Supongo que se los han dado a comer», comentó Navarra observando la hinchazón en la boca. «¿Tienes un lápiz?»
Morera se acercó y le entregó al comisionado un bolígrafo, Navarra se arrodilló y con este presionó en la boca del muerto, levantándole el labio superior. Vio apenas la característica forma del globo ocular, entonces cerró, tiró el bolígrafo al desagüe.
«Como pensaba. La opinión para comprobar a fondo, de todos modos, se la dejamos sin problemas a Merino», dijo.
Hizo ademán al agente que cubriese el rostro martirizado.
Morera se había apartado, intentando no mirar. No sabía cómo su jefe podía afrontar aquellas situaciones. Tenía un estómago de hierro, cosa que a él le faltaba por completo. Era en aquellos casos que se preguntaba si jamás sería un buen policía. Un policía capaz de no vomitar y mantener el control.
El comisionado estaba delante de él y le hablaba.
«Por tanto ahí tenemos una señal clara: este tipo ha traicionado a la Barra de Arriba.»
Morera asintió apenas, intentando mantener una distancia adecuada con el cadáver.
«Le han hecho tragar los ojos. ¿Sabes lo que quiere decir?»
Morera negó con la cabeza.
“Que no era digno de mirar a la cara a los compañeros. Un traidor, en definitiva. ¿Quién nos ha llamado aquí? Me has dicho que se trataba de una especie de tregua.»
Morera asintió.
«Ha sido una llamada anónima.»
«¿Una llamada? ¿Eso es todo? Podría haber sido una emboscada, podrían habernos disparado de un momento a otro.»
No terminó de decir la frase cuando sintió que lo tironeaban. Un niño lo había cogido por el borde de la guayabera y parecía no querer soltarse. Navarra lo observó sorprendido, pero en vez de sacárselo de encima se arrodilló y lo miró en los ojos.
«Tienes que decirme algo, ¿verdad?»
El mocoso tendría unos seis o siete años. Hizo señal de sí e indicó el camino.
«Quédense aquí», dijo Navarra a los otros.
Se adentró con el niño en un dédalo de callejones y pasajes estrechos que parecían llevar al corazón del Barrio Dimitrov, que ahora retrepaba tortuoso sobre una leve colina como si se hubiese tratado de una ciudadela. Las barracas se apretaban entre sí creando diferentes bloques, como contrafuertes que se alzasen en defensa de una imaginaria fortificación central. Navarra notó la ausencia de peatones, a pesar de la hora no había gente en la calle y las casas parecían abandonadas. El ambiente era irreal y parecía cargado de presagios funestos. No obstante, Navarra siguió al niño, cogidos de la mano, y sintió dentro de sí que el ansia desaparecía, paso a paso, gracias a aquel contacto tierno e inocente. Sin hablar, caminaron por largos minutos, subiendo por las calles polvorientas del barrio hasta alcanzar un espacio herboso que un día debió haber sido un campo de fútbol. A un lado un arco había resistido al abandono y al vandalismo, no así la construcción, de la cual quedaban en pie solo un par de paredes. Navarra vio en aquellos restos las señales de un incendio. Fue allí que el niño lo dejó y el comisionado se quedó solo, bajo el cielo nítido de las cuatro de la tarde, esperando que sucediese algo, con la humedad empapándole la camisa y un deseo condenado de algo fuerte para beber.
No debió esperar mucho. Por detrás de las últimas casas que circundaban el solar salieron los pandilleros. Avanzaban lentos, sin mostrar prisa, ondeando el cuerpo y los brazos como si fuesen un grupo de monos. Navarra contó al menos diez, casi todos con los jeans rotos y pecho descubierto, mostrando tatuajes y pectorales. Se mantuvo en su posición, observando cómo se le acercaban, intentando disimular la preocupación y asumiendo una actitud voluntariamente desinteresada y, en el fondo, de desafío. A cinco metros de él, el grupo se paró, dejando avanzar al que debía ser el jefe, un individuo de unos veinticinco años con el cráneo rapado cubierto por un tatuaje que simulaba una telaraña con una viuda negra en el centro.
«Hombre, podríamos matarte», inició el joven. «Y solo porque eres un polizonte.»
Navarra permaneció imperturbable. Alguien en el grupo sonrió.
El individuo se le acercó posteriormente, hasta estar a un palmo de él. Eran igual de altos y se miraban a los ojos. El pandillero tenía las pupilas enrojecidas y su aliento apestaba de aguardiente barato. Con un gesto repentino, extrajo un cuchillo y lo apuntó a la garganta de Navarra. El comisionado apretó las mandíbulas. Habría querido reaccionar. Sabía perfectamente cómo reducir a aquel idiota a la impotencia, metiéndole aquel mismo cuchillo derecho entre los ojos, y a pesar de ello se obligó a permanecer tranquilo. Habría echado todo a perder. Debía saber si de veras se trataba de una tregua y a qué se debía.
«¿Tienes miedo?»
Habría querido decirle que solo los idiotas no tienen miedo, pero estaba seguro de que aquel muchacho no habría entendido las implicaciones de un razonamiento como aquel. Navarra esperó de corazón que aquel estúpido terminase enseguida de hacer el matón para impresionar a los amigos y fuese al grano.
«Me has hecho venir aquí: ¿qué quieres?»
El pandillero lo miró desconcertado. Esperaba otra reacción: temor, perplejidad o una nota de deferencia. Apretó más fuerte el cuchillo en la vena de Navarra en un último intento de demostrar superioridad, después con una carcajada nerviosa lo apartó, pero manteniendo bien a la vista el arma.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «El secreto de Julia»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El secreto de Julia» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «El secreto de Julia» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.