Джеймс Клавелл - Shogun

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Shogun is one of those rare books that you wish would go on forever. Indeed, I know people who re-read it every year. The story follows the adventures of marooned English sailor John Blackthorne in late medieval Japan during the tumultuous years when Tokugawa Ieyasu (here called Toranaga) was uniting all of Japan under his rule by any means necessary. It's truly an epic tale of war, honor, trechery, masterful manipulations, tragic heroism, and star-crossed love.

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— Juro que lo intentaré, señor.

— Escúchame, Omi-san. Estas son mis últimas órdenes como señor de los Kasigi. Aceptarás a mi hijo en tu casa, y te servirás de él, si es merecedor de ello. Segundo: busca buenos maridos para mi esposa y mi consorte, y dales a ellas las gracias por haberme servido tan bien. En cuanto a tu padre, Mizuno, ordeno que se haga inmediatamente el harakiri.

¿Puedo pedir la alternativa de que se afeite la cabeza, y se haga monje?

No. Es demasiado estúpido, y nunca podrías confiar en él. En cuanto a tu madre… — Mostró los dientes. — Ordeno que se afeite la cabeza, se haga monja e ingrese en un monasterio fuera de Izú, donde pasará la vida rezando por el futuro de los Kasigi. Budista o shintoísta, aun que prefiero el shintoísta. ¿Te parece bien un monasterio shintoísta?

Sí, señor.

— Bien. Así —añadió con malicioso regocijo—, no te distraerá de los negocios de los Kasigi con sus continuos lamentos.

— Así se hará.

— Bien. Te ordeno que vengues los embustes de Kosami y de los criados traidores contra mí. Antes o después, lo mismo da, con tal de que lo hagas.

Serás obedecido.

¿He olvidado algo?

Omi se aseguró de que nadie podía oírlos.

—¿Qué dices sobre el Heredero? — preguntó, cautelosamente—. Si el Heredero está frente a nosotros en el campo de batalla, perderemos, ¿neh?

—Ábrete paso con el Regimiento de Mosqueteros, y mátalo, diga lo que diga Toranaga. Yaemón debe ser tu primer blanco.

— Lo mismo pensaba yo. Gracias.

— Bien. Pero, en vez de esperar todo ese tiempo, sería mejor poner precio a su cabeza en secreto y ahora mismo, valiéndote de los ninja, o del Amida Tong.

—¿Cómo encontrarlos? — preguntó Omi con la voz temblorosa. — Esa vieja arpía, Gyoko Mamá-san, es una de las personas que lo sabe.

-¿Ella?

— Sí. Pero ten cuidado con ella y con los Amidas. No trates a éstos con ligereza, Omi-san. Y a ella, no la toques y protégela. Sabe demasiados secretos, y la pluma es un arma de largo alcance después de la muerte. Fue consorte oficial de mi padre durante un año… Quizá su hijo sea mi medio hermano.

— Pero, ¿dónde conseguiré el dinero?

— Eso es problema tuyo. Pero consigúelo. Donde sea, y como sea.

Yabú se acercó más a él.

— Entierra profundamente este secreto y escucha, sobrino: conserva la buena amistad con Anjín-san. Trata de dominar la flota que traerá un día. Toranaga no sabe el verdadero valor de Anjín-san, pero hace bien en quedarse detrás de los montes. Esto le da tiempo y también te da tiempo a ti. Tenemos que salir al mar con nuestras tripulaciones en sus barcos y con los Kasigi ostentando el mando supremo. Los Kasigi deben hacerse a la mar, dominar el mar. Es una orden.

— Sí, ¡oh, sí! —exclamó Omi—. Confía en mí. Así será.

— Por último, no confíes nunca en Toranaga.

— No confío en él, señor. No he confiado nunca, y nunca confiaré. —Bien — suspiró Yabú, en paz consigo mismo—. Y ahora, discúlpame. Tengo que pensar mi poema funerario.

Omi se puso de pie, retrocedió de espaldas y, cuando estuvo a respetable distancia, saludó y se alejó otros veinte pasos. Ya seguro entre sus guardias, se sentó de nuevo y esperó.

Toranaga y su grupo trotaban a lo largo de la ruta de la costa que circundaba la amplia bahía, con el mar a la derecha y alcanzando casi la carretera. Aquí, el terreno era bajo y pantanoso. Unos cuantos ri al Norte, este camino se juntaba con la arteria principal de la carretera de Tokaido. A veinte ri más al Norte estaba Yedo.

Lo acompañaban cien samurais y diez halconeros, con otras tantas aves sobre los enguantados puños. Sudara iba con veinte guardias y tres halcones, y cabalgaba en vanguardia.

—¡Sudara! — gritó Toranaga, como si se le acabase de ocurrir la idea—. Detente en la próxima posada. Quiero desayunar.

Sudara hizo un ademán de asentimiento y emprendió el galope. Cuando llegó Toranaga, las doncellas esperaban, sonriendo y haciendo reverencias, lo mismo que el posadero y toda su gente.

— Buenos días, señor — dijo el posadero—, ¿qué quieres para comer? Gracias por honrar mi pobre posada.

— Cha… y unos fideos con un poco de soja, por favor.

Casi instantáneamente le trajeron la comida en un delicado tazón, cocinada tal como a él le gustaba, pues el posadero había sido previamente advertido por Sudara. Mientras tanto, Sudara recorrió los puestos de vigilancia, para asegurarse de que todo estaba en orden. Al terminar su ronda, informó a Toranaga.

¿Te parece bien, señor? ¿Ordenas algo más?

No, gracias. — Toranaga acabó de comer y sorbió lo que quedaba en la sopa. Después, dijo con naturalidad — Tenías razón en lo referente al Heredero.

— Perdóname, señor, pero temía haberte ofendido sin proponérmelo. — Tenías razón. ¿Por qué había de ofenderme? Cuando el Heredero se enfrente conmigo, ¿qué harás tú?

— Obedeceré tus órdenes.

— Por favor, ve a buscar a mi secretario y vuelve con él.

Sudara obedeció. Kawanabi, el secretario, ex samurai y sacerdote, que viajaba siempre con Toranaga, acudió inmediatamente con su estuche de viaje, lleno de papeles, tinta, sellos y pinceles.

—¿Señor?

— Escribe esto: «Yo, Yoshi Toranaga-noh-Minowara, vuelvo a nombrar heredero mío a mi hijo Yoshi Sudara-noh-Minowara, y le devuelvo todos sus títulos y rentas.»

Sudara se inclinó.

— Gracias, padre — dijo, con voz firme, pero preguntándose: ¿por qué?

— Jura formalmente cumplir todos mis decretos, mi testamento… y tus deberes de heredero.

Sudara obedeció. Toranaga esperó en silencio a que Kawanabi hubiese escrito su declaración. Después la firmó y la legalizó con el sello.

Gracias, Kawanabi-san, ponle fecha de ayer. Esto es todo, de momento.

Sí, señor.

El secretario se marchó. Toranaga miró a Sudara y estudió su cara afilada e inexpresiva. Cuando hizo su deliberadamente súbita declaración, la cara y las manos de Sudara no revelaron ninguna emoción: ni alegría, ni agradecimiento, ni orgullo, ni siquiera sorpresa, y esto lo entristeció. «Pero, ¿por qué estar triste? — pensó Toranaga—, tienes otros hijos que sonríen y ríen, que cometen errores, y gritan, y se refocilan, y tienen muchas mujeres. Hijos normales. Este hijo seguirá tus pasos, gobernará cuando hayas muerto, tendrá a los Minowara en un puño y transmitirá el Kwanto y el poder a otros Minowara. Será frío y calculador, como tú. No, no como yo — se dijo, reflexivamente—. Yo puedo reír a veces y, en ocasiones, sentir compasión, y me gustan la juerga, el baile, y jugar al ajedrez y al Noh, y hay personas que me regocijan, como Naga y Kiri y Chano y Anjín-san, y me divierte cazar y triunfar, triunfar, triunfar. A ti, nada te alegra, Sudara, y lo siento. Nada, salvo tu esposa, dama Genjiko, es el único eslabón débil a tu cadena.»

—¿Cuánto tardarás en asegurarte de que Jikkyu está realmente muerto?

— Antes de salir del campamento, envié un mensaje urgente a Mishi-ma, para el caso de que tú no supieses ya si era verdad o mentira, padre. Recibiré la respuesta dentro de tres días.

Toranaga bendijo a los dioses por haber tenido conocimiento anticipado del complot de Jikkyu, por Kasigi Mizuno, y rápida noticia de la muerte de aquel enemigo. Durante un momento, recapituló su plan y no encontró en él el menor fallo. Después, sintiéndose ligeramente mareado, tomó su decisión:

— Pon inmediatamente en pie de guerra a los Regimientos Once, Dieciséis, Noventa y Cuatro y Noventa y Cinco, de Mishima, y, dentro de cuatro días, lánzalos a la carretera de Tokaido.

—¿Cielo Carmesí? —preguntó Sudara, sorprendido—. ¿ Vas a atacar?

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