Джеймс Клавелл - Shogun

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Shogun is one of those rare books that you wish would go on forever. Indeed, I know people who re-read it every year. The story follows the adventures of marooned English sailor John Blackthorne in late medieval Japan during the tumultuous years when Tokugawa Ieyasu (here called Toranaga) was uniting all of Japan under his rule by any means necessary. It's truly an epic tale of war, honor, trechery, masterful manipulations, tragic heroism, and star-crossed love.

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— No te recuerdo. ¿Te atreves a decir que yo maté a Sumiyori? El joven vaciló. Toranaga ordenó:

-¡Díselo!

Kosami dijo de un tirón:

— Cuando los ninja cayeron sobre nosotros, tuve el tiempo justo de abrir la puerta y gritar para avisar a Sumiyori-san, señor, pero éste no se movió. —Se volvió a Toranaga, acobardado ante las miradas de todos. — El… tenía el sueño ligero, señor, y sólo hacía un momento que… Esto es todo, señor.

—¿Entraste en la habitación? ¿Le sacudiste? — apremió Yabú. —No, señor, ¡oh no! Los ninja entraron tan de prisa, que nos retiramos al punto y contraatacamos lo más pronto posible… Yabú miró a Toranaga.

Sumiyori-san había estado dos días de guardia. Estaba rendido… como todos. ¿Qué prueba esto? — preguntó.

Nada — replicó Toranaga, conservando su tono cordial—. Pero más tarde volviste a la habitación, Kosami-san. ¿Neh?

Sí, señor. Sumiyori-san yacía aún en su lecho, como antes… La habitación estaba en perfecto orden, señor, y él había sido apuñalado por la espalda. Yo creía que habían sido los ninja, hasta que Omi-san me interrogó.

¡ Ah! — Yabú se volvió a mirar a su sobrino, concentrando toda su hará en el hombre que le había traicionado y midiendo la distancia entre los dos. — Tú lo interrogaste, ¿neh?

Sí, señor — respondió Omi —. El señor Toranaga me ordenó que comprobase todos los relatos, y en éste había algo extraño que pensé que debía notificar a nuestro señor.

¿Algo extraño?

Siguiendo las órdenes del señor Toranaga, interrogué a los dos criados que sobrevivieron al ataque. Ambos vieron que abrías una puerta secreta de la mazmorra y oyeron que decías a los ninja: «Soy Kasigi Yabú.» Gracias a esto, tuvieron tiempo de esconderse y librarse de la matanza.

La mano de Yabú se movió un poco. Inmediatamente, Sudara se plantó frente a Toranaga para protegerle, y, en el mismo instante, el sable de Hiro-matsu apuntó al cuello de Yabú.

—¡Alto! — ordenó Toranaga.

El sable de Hiro-matsu se inmovilizó, como por milagro. Yabú no hizo ningún movimiento ostensible. Los miró fijamente y rió con insolencia.

¿Soy un sucio ronín capaz de atacar a su señor feudal? Soy Kasigi Yabú, señor de Izú, de Suruga y de Totomi, ¿neh? — Miró a Toranaga. — ¿De qué se me acusa, señor? ¿De ayudar a los ninja? ¡Es ridículo! ¿Qué importancia tienen las fantasías de unos criados? ¡ Son unos embusteros! ¿O las de ese hombre, que explica algo que no puede demostrar, ni yo puedo rebatir?

No hay prueba, Yabú-sama — dijo Toranaga—. Estoy completa mente de acuerdo. No hay ninguna prueba.

¿Hiciste esas cosas, Yabú-sama? — preguntó Hiro-matsu.

¡No! — gritó.

— Pues yo creo que sí —opuso Toranaga—. Por consiguiente, todas tus tierras quedan confiscadas. Y te abrirás el vientre hoy mismo. Antes del mediodía.

La sentencia era definitiva. Había llegado el momento supremo para el que Yabú se había estado preparando durante toda su vida.

«Karma — pensó, mientras se estrujaba frenéticamente el cerebro—. Nada puedo hacer, la orden es legal. Omi me traicionó, pero era mi karma. Todos los criados debían morir, según el plan trazado, pero se salvaron dos, era mi karma. Pórtate dignamente, piensa con serenidad.»

— Señor — empezó a decir, en una exhibición de audacia—, en primer lugar, soy inocente de estos crímenes. Kosami se equivoca y los criados son unos embusteros. En segundo lugar, soy tu mejor general. Te pido el honor de mandar el ataque contra Tokaido, o de ocupar el primer puesto en la primera batalla, a fin de que mi muerte pueda serte útil.

Toranaga dijo, cordialmente:

— Es una buena sugerencia, Yabú-san, y estoy de acuerdo en que eres el mejor general para mandar el Regimiento de Mosqueteros, pero, desgraciadamente, no me fío de ti. Te abrirás el vientre antes del mediodía.

Yabú dominó su genio, resuelto a salvar su honor de samurai y de jefe de su clan con un sacrificio total.

— Absuelvo formalmente a mi sobrino Omi-san de cualquier responsabilidad en la traición de que he sido objeto, y lo nombro mi heredero.

Toranaga se quedó tan sorprendido como los otros. Después, dijo: —Buntaro-san, tú actuarás como testigo oficial. Y ahora, Yabú-san, ¿a quién designas como tu ayudante? — A Kasigi Omi-san.

Toranaga miró a Omi. Este se inclinó, pálido el semblante. — Será un honor — dijo. — Bien. Entonces todo está arreglado. Hiro-matsu dijo:

—¿Y el ataque a Tokaido?

— Estamos más seguros detrás de nuestros montes. Toranaga respondió vivamente a sus saludos, montó a caballo y se alejó al trote. Sudara le siguió.

—¿Dónde quieres hacerlo, Yabú-sama? — preguntó Buntaro. — Aquí, allí, en la playa o sobre un montón de estiércol, me da igual.

No necesito traje de ceremonia. Pero tú, Omi-san, no descargarás el golpe hasta que me haya dado los dos cortes.

— Sí, señor.

Con tu permiso, Yabú-san, yo seré también testigo — dijo Hiro-matsu.

¿Tendrás valor para ello?

El general dio un respingo y dijo a Buntaro:

— Ten la bondad de enviarme a buscar cuando esté a punto.

— Ya lo estoy — dijo Yabú, escupiendo—. ¿Y tú?

Hiro-matsu giró sobre sus talones.

Yabú reflexionó un momento y, después, se sacó del cinto el envainado sable Yoshimoto.

— Tal vez quieras hacerme un favor, Buntaro-san. Da esto a Anjín-san. — Le tendió el sable, pero frunció el ceño. — Aunque, pensándolo bien, y si no te molesta, ¿quieres enviarlo a buscar para que se lo dé yo mismo?

— Desde luego.

— Y ten también la bondad de traer a ese apestoso sacerdote, para que pueda hablar directamente con Anjín-san.

— Bien. ¿Qué más deseas?

— Sólo un poco de papel, tinta y un pincel, para redactar mi testamento y mi poema funerario. Y dos esterillas, pues no necesito dañarme las rodillas o arrodillarme en el polvo como un apestoso campesino, ¿neh? — dijo Yabú, con fanfarronería.

Buntaro se alejó. Yabú se sentó descuidadamente, cruzó las piernas y empezó a hurgarse los dientes con una brizna de hierba. Omi se sentó cerca de él, pero fuera del alcance de su sable.

—¡Ay! — exclamó Yabú—. ¡Cuan cerca tuve el triunfo! — Después, estiró las piernas y golpeó el suelo con ellas, en un acceso de ira. — ¡ Ay, cuan cerca! Karma, ¿neh? ¡Karma! — Lanzó una estruendosa carcaja da. — Pero muero feliz, Omi-san. Jikkyu ha muerto, y, cuando yo cruce el Ultimo Río y lo vea esperando allí, rechinando los dientes, podré escupirle a los ojos para siempre.

— Habéis prestado un gran servicio al señor Toranaga — dijo Omi, sinceramente, pero observándolo como un halcón—. Ahora la carretera de la costa está abierta. Tienes razón, señor, y Puño de Hierro y Sudara están equivocados. Deberíamos atacar en seguida: los mosquetes nos abrirían el camino.

¡Ese viejo asqueroso y estúpido! ¿Samurai? Yo lo soy más que él. Y se lo demostraré. No golpearás hasta que yo te lo ordene.

¿Puedo darte humildemente las gracias por este honor y por haberme nombrado tu heredero? Juro solemnemente que el honor de los Kasigí estará a salvo en mis manos.

— Si no lo creyese así, no lo habría hecho. — Yabú bajó la voz. — Hiciste bien en traicionarme frente a Toranaga. Yo habría hecho lo mismo si hubiese estado en tu lugar, aunque todo son mentiras. Es un pretexto para Toranaga. Siempre envidió mis proezas en la guerra y mi conocimiento de las armas de fuego y del valor del barco. Todo fue idea mía.

— Sí, señor. Lo recuerdo.

— Tú salvarás a la familia. Eres astuto como una rata vieja. Recuperarás Izú, y más…, que es lo que importa ahora, y sabrás dominar a tus hijos. Entiendes las armas de fuego. Y a Toranaga, ¿neh?

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