Джеймс Клавелл - Shogun

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Shogun is one of those rare books that you wish would go on forever. Indeed, I know people who re-read it every year. The story follows the adventures of marooned English sailor John Blackthorne in late medieval Japan during the tumultuous years when Tokugawa Ieyasu (here called Toranaga) was uniting all of Japan under his rule by any means necessary. It's truly an epic tale of war, honor, trechery, masterful manipulations, tragic heroism, and star-crossed love.

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En la costa.

— Desde luego, señor. Si me lo permites, iré a preparar el cambio.

Se alejó corriendo. Entonces llegó Omi a las caballerizas, acompañado de un joven samurai que cojeaba mucho y que todavía conservaba en la cara la lívida marca de una terrible cuchillada recibida durante la lucha en Osaka.

Toranaga se llevó a los dos hombres aparte e interrogó minuciosamente al samurai. Lo hizo por cortesía hacia Omi, pues ya lo sabía todo, de la misma manera que se había mostrado cortés con Anjín-san al preguntarle qué le decía Mariko en su carta, aunque sabía perfectamente lo que ésta le decía.

Pero, por favor, redáctala a tu manera, Mariko-san — le había dicho antes de salir ella de Yedo para Osaka.

¿Tengo que entregar su barco a sus enemigos, señor?

— No, señora — había dicho él, al ver que sus ojos se llenaban de lágrimas—. No. Repito: murmurarás a Tsukku-san, inmediatamente, aquí, en Yedo, los secretos que me has confiado, y después, los revelarás al Sumo Sacerdote y a Kiyama, en Osaka, y les dirás que, sin su barco, Anjín-san no constituye una amenaza para ellos. Y ahora escribirás a Anjín-san la carta que te he dicho.

— Entonces, ellos destruirán el barco.

— Estará guardado por cuatro mil samurais.

— Pero, si lo consiguen… Anjín-san no vale nada sin su barco. Te pido por su vida.

— No hace falta que lo hagas, Mariko-san. Te aseguro que, con o sin su barco, es valioso para mí. Dile en la carta que, si su barco se pierde, construya otro.

¡Oh, sí! ¡Qué inteligente eres! Sí, dijo muchas veces que era un buen constructor de buques.

¿Estás segura, Mariko-san?

— Sí, señor. -Bien.

Entonces, ¿crees que los padres cristianos triunfarán, incluso contra cuatro mil hombres?

Sí. Lo siento, pero los cristianos no permitirán que el barco siga existiendo, ni que él viva, mientras éste flote y esté a punto para hacerse a la mar. Es una amenaza demasiado grande para ellos. Este barco está condenado, por consiguiente, nada se pierde con resignarse a ello. Pero sólo tú y yo sabemos y debemos saber que su única esperanza es construir otro. Yo soy el único que puede ayudarle a hacerlo. Resuelve lo de Osaka y yo haré que él construya su barco.

«Le dije la verdad — pensó ahora Toranaga, en este amanecer de Yokohama, sin escuchar apenas al samurai herido ni a Omi, sintiéndose muy triste por Mariko—. La vida es triste», se dijo, cansado de los hombres y de Osaka y de un juego que causaba tantos sufrimientos a los vivos, por mucho que fuese lo que se jugaba.

— Gracias por contarme todo esto, Kosami — dijo, cuando terminó el samurai—. Lo has hecho muy bien. Por favor, venid conmigo. Los dos.

Al llegar al campamento de la meseta, detuvo su caballo. Buntaro estaba allí, con Yabú e Hiro-matsu y Sudara, y con un halcón peregrino sobre el puño.

—¿Listo, hijo mío?

— Sí, padre — dijo Sudara—. He enviado algunos de mis hombres a los montes, para asegurarme de que los batidores están en su sitio.

— Gracias, pero he resuelto cazar en la costa.

Sudara llamó inmediatamente a uno de su guardia y lo envió a buscar a los hombres que estaban en el monte y dirigirlos a la costa.

— Bien. ¿Cómo va la instrucción, Hiro-matsu-san?

— Todavía pienso que todo esto es indigno e innecesario. Pronto podremos olvidarlo. Celebraremos la derrota de Ishido, sin necesidad de apelar a esta especie de traición.

— Discúlpame, Hiro-matsu-san — terció Yabú—, pero, sin estas armas de fuego y esta estrategia, estaríamos perdidos. Es una guerra moderna, y, de esta manera, podemos ganar. — Se volvió a mirar a Toranaga, que no había desmontado. — Esta noche me enteré de que Jikkyu ha muerto.

—¿Estás seguro? — preguntó Toranaga, fingiendo sorpresa, aunque había recibido información secreta de ello el día en que había salido de Mishima.

— Sí, señor. Parece que llevaba algún tiempo enfermo. Su heredero es su hijo, Hikoju.

—¿Ese cachorro? — dijo Buntaro, desdeñosamente.

— Sí, no es más que un cachorro — dijo Yabú, que parecía haber crecido varias pulgadas—. Esto nos abre la ruta del Sur, señor. ¿Por qué no atacar inmediatamente por la carretera de Tokaido? Muerto el viejo zorro, Izú está segura, y Suruga y Totomi nada pueden contra nosotros. ¿neh?

—¿Qué dices tú? —preguntó Toranaga a Hiro-matsu, apeándose reflexivamente del caballo.

El viejo general respondió inmediatamente:

— Si podemos apoderarnos de la carretera hasta el paso de Utsunoya, y de todos los puentes, y llegar rápidamente a Tenryu, con las comunicaciones aseguradas, sería un golpe bajo para Ishido. Podríamos contener a Zataki en las montañas, reforzar el ataque de Tokaido y caer sobre Osaka. Seríamos invencibles.

— Mientras el Heredero esté al frente de los ejércitos de Ishido, nos podrán vencer — dijo Sudara.

— Estoy de acuerdo contigo — dijo Toranaga, que todavía no les había hablado de un posible acuerdo con Zataki para que éste traicionase a Ishido en el momento oportuno.

«¿Por qué habría de decírselo? — pensó—. No es seguro. Todavía.

«Pero, ¿ cómo podré cumplir la solemne promesa hecha a mi hermano de que se casará con Ochiba si me apoya, y casarme al propio tiempo con Ochiba, si éste es el precio que ella exige? Pero no es probable que Ochiba se avenga a traicionar a Ishido. En tal caso, mi hermano tendría que aceptar lo inevitable.»

Vio que todos le estaban mirando.

-¿Y bien?

Hubo un silencio. Después, dijo Buntaro:

—¿Qué pasará, señor, si nos enfrentamos con el estandarte del Heredero?

Ninguno de ellos le había hecho aún esta pregunta de un modo formal, directo y público.

— Si esto ocurre, habré perdido — dijo Toranaga—. Me haré el harakiri, y los que respeten el testamento del Taiko y la herencia indudablemente legal del Heredero, tendrán que someterse y pedir humildemente su perdón.

Todos asintieron, y él se volvió de nuevo a Yabú.

— Pero todavía no estamos en el campo de batalla, por consiguiente, continuaremos con el plan. Sí, Yabú-sama, la ruta del Sur es ahora posible. ¿De qué murió Jikkyu?

— De enfermedad, señor.

—¿Una enfermedad de quinientos kokús?

Yabú rió, aunque estaba furioso por dentro, al ver que Toranaga había penetrado su red de seguridad.

— Supongo que sí, señor. ¿Te lo dijo mi hermano?

Toranaga asintió con la cabeza y le pidió que lo explicase a los demás. Yabú obedeció y les dijo que su hermano, Mizuno, había entregado el dinero recibido de Anjín-san a un pinche de cocina introducido en el servicio de Jikkyu.

— Barato, ¿neh? — dijo Yabú, satisfecho—. Quinientos kokús por la ruta del Sur.

Discúlpame, señor — dijo Hiro-matsu a Toranaga, con voz seca—. Pero esta historia me parece repelente.

El veneno, la traición y el asesinato — dijo Toranaga, sonriendo —, han sido siempre armas de guerra, amigo mío. Jikkyu era un enemigo y un estúpido. Yabú-sama me sirvió bien. Aquí y en Osaka. ¿Neh, Yabú-san?

Siempre procuro servirte fielmente, señor.

Sí, explica, por favor, por qué mataste al capitán Sumiyori antes del ataque de los ninja — preguntó Toranaga.

La cara de Yabú no cambió.

¿Quién lo ha dicho, señor? ¿Quién me acusa de esto? Toranaga señaló el grupo de Pardos, a cuarenta pasos de ellos.

¡Aquel hombre! Kosami-san, ten la bondad de acercarte. El |oven samurai descabalgó, se acercó cojeando y se inclinó.

¿Quién eres? — preguntó Yabú, echando chispas por los ojos.

— Sokura Kosami, de la Décima Legión, destinado a la guardia personal de dama Kiritsubo, en Osaka, señor — dijo el joven—. Tú me pusiste de guardia en el exterior de tus habitaciones, y de las de Sumiyori-san, la noche del ataque ninja.

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