— No, señor.
— Eso es extraño, pues ya debía saberlo. Yo se lo dije a Tsukku-san tan pronto como me enteré, y él mandó una paloma mensajera inmediatamente. Aunque, seguramente, sólo para confirmarles lo que ellos ya debían de saber.
— Su traición debe ser castigada, ¿neh?
Paciencia, Kiri-san. Todos tendrán su merecido. Dicen que los sacerdotes cristianos afirman que fue un Acto de Dios.
¡Qué hipócritas! Eso es estúpido, ¿neh?
— Sí. —«Estúpido en cierto modo y en otro no», pensaba Toranaga. — Muchas gracias, Kiri-san. Deseo decirte una vez más que me alegro de que estés a salvo. Esta noche nos quedaremos aquí. Ahora, por favor, perdona. Mándame a Yabú-san y, cuando llegue, tráenos cha y saké y déjanos solos.
Sí, señor. ¿Puedo haceros ahora una pregunta? — ¿La misma pregunta?
Sí, señor. ¿Por qué nos dejó marchar Ishido?
La respuesta, Kiri-chan, es que no lo sé. Se equivocó. Ella se inclinó y se alejó satisfecha.
Era casi medianoche cuando Yabú se fue. Toranaga le despidió con una reverencia, como a un igual, y le dio las gracias por todo. Lo invitó al Consejo Militar del día siguiente, lo confirmó en el cargo de general del Regimiento de Mosqueteros y en el de señor de Totomi y Soruga, una vez fueran conquistadas y consolidadas.
— El Regimiento es absolutamente vital, Yabú-san. Tú serás el único responsable del adiestramiento y estrategia. Omi-san puede servir de enlace entre nosotros dos. Aprovecha los conocimientos del Anjín-san, ¿neh?
— Perfecto, señor. ¿Puedo darte humildemente las gracias?
— Tú me prestaste un gran servicio al traer sanos y salvos a mis esposas, a mi hijo y al Anjín-san. Lo del barco fue terrible… karma. Quizá llegue otro pronto. Buenas noches, amigo.
Toranaga sorbía lentamente su cha. Estaba muy cansado.
Naga-san…
¿Señor?
¿Dónde está el Anjín-san?
— Junto a los restos de su barco, con varios de sus servidores.
¿Qué hace allí?
Lo mira. — Naga se sentía incómodo bajo la mirada penetrante de su padre. — Por favor, padre, ¿no te parece bien?
¿Cómo? Oh, no. No tiene importancia. ¿Dónde está Tsukku-san? — En una de las casas para invitados, señor.
¿Le has dicho ya que el año que viene quieres hacerte cristiano?
Sí, señor.
— Bien. Ve a buscarlo.
A los pocos momentos, Toranaga vio acercarse la figura alta y delgada del sacerdote, a la luz de las antorchas. Su cara enjuta y surcada por profundas arrugas, su cabello negro y tonsurado sin una sombra gris, y bruscamente se acordó de Yokosé.
— La paciencia es muy importante, Tsukku-san, ¿neh? — Sí, siempre. Pero, ¿por qué decís eso, señor?
— Oh, estaba pensando en Yokosé. Qué distinto era todo entonces. Y no ha pasado tanto tiempo.
— Ah, sí. Los designios de Dios son inescrutables, señor. Me alegro de que estés todavía dentro de tus fronteras.
—¿Querías verme? — preguntó Toranaga abanicándose y envidiando secretamente el liso abdomen y el don de lenguas del sacerdote.
— Sólo para pedir perdón por lo sucedido.
—¿Qué dijo el Anjín-san?
— Palabras de enojo y de acusación de que yo había incendiado su barco.
—¿Lo hiciste?
No, señor.
¿Quién lo hizo?
— Fue un Acto de Dios. Hubo una tormenta y el barco ardió.
— No fue un Acto de Dios. ¿Dices que no tuviste nada que ver, ni tú ni ningún sacerdote ni cristiano?
— Oh, sí, señor. Yo tuve que ver. Yo recé. Rezamos todos. Creo que aquel barco era un instrumento del diablo. Te lo dije muchas veces. Sabía que tú no pensabas así y muchas veces os pedí perdón por contradeciros. Pero, tal vez, este Acto de Dios fue una ayuda y no un estorbo.
¿Cómo?
El padre Visitador ya no distraerá más su atención, señor. Ahora podrá concentrarse en los señores Kiyama y Onoshi.
— Eso ya lo he oído antes, Tsukku-san — dijo Toranaga secamente—. ¿Qué ayuda práctica puede prestarme el jefe cristiano?
— Señor, pon tu confianza en… — Alvito se detuvo y luego dijo con sinceridad—: Perdona, señor, pero estoy seguro de que si pones tu confianza en Dios, El te ayudará.
— Yo confío, pero confío más en Toranaga. Me he enterado de que Ishido, Kiyama, Onoshi y Zataki han unido sus fuerzas. Ishido dispondrá de trescientos o cuatrocientos mil hombres contra mí.
— El padre Visitador cumplirá su pacto contigo, señor. En Yokosé tuve que anunciar un fracaso. Ahora creo que hay esperanza.
— Yo no puedo utilizar esperanza contra sables.
No. Pero Dios puede ganar a cualquier enemigo.
Si Dios existe, puede ganar a cualquier enemigo. — La voz de Toranaga se hizo más tensa todavía. — ¿A qué esperanza te refieres?
No lo sé realmente, señor. Pero, ¿acaso Ishido no viene contra ti?
¿No ha salido del castillo de Osaka? ¿No es éste otro acto de Dios?
— No. Pero, ¿tú te das cuenta de la importancia de esa decisión?
— Sí, perfectamente y estoy seguro de que el padre Visitador se la da también.
¿Quieres decir que es obra suya?
¡Oh, no, señor! Pero ha sucedido.
Quizás Ishido cambie de idea y nombre al señor Kiyama coman dante en jefe y skulk de Osaka y deje a Kiyama y al Heredero esperándome.
— Eso no lo sé, señor. Pero si Ishido sale de Osaka será un milagro. ¿neh?
—¿Pretendes en serio que ése sea otro acto de tu Dios cristiano?
— No. Pero podría serlo. Creo que nada ocurre sin su consentimiento.
— Tal vez ni siquiera después de muertos sepamos algo de Dios. — Y Toranaga añadió secamente — Me han dicho que el padre Visitador ha salido de Osaka. — Vio complacido que el rostro del Tsukku-san se ensombrecía. La noticia había llegado el día en que salieron de Mishima.
Sí —dijo el sacerdote con inquietud—. Ha ido a Nagasaki, señor.
¿Para celebrar los funerales de Toda Mariko-sama?
— Sí. ¡Cuántas cosas sabes, señor! Todos nosotros somos como arcilla en el torno del alfarero que tú haces girar.
— Eso no es cierto. Y no me gusta la adulación. ¿Lo has olvidado?
— No, señor, y te pido perdón. No lo he dicho para adularte. — Alvito se puso en guardia. — ¿Te opones al funeral, señor?
— No me importa. Fue una persona extraordinaria y su ejemplo merece todos los honores.
— Gracias, señor. El Padre Visitador estará muy complacido. El cree que sí que importa y mucho.
— Desde luego. Pero ella era subdita mía, y cristiana, y su ejemplo no pasará inadvertido para otros cristianos. O para quienes estén pensando en convertirse. ¿neh?
— No pasará inadvertido. ¿Por qué habría de pasar? Por el contrario, su abnegación merece todos los elogios.
—¿Al dar su vida para que otros se salvaran? — preguntó Toranaga veladamente, sin mencionar la palabra seppuku o suicidio.
— Sí.
Toranaga sonrió para sí, pensando que Tsukku-san nunca había mencionado a la otra muchacha, Kiyama Achiko, su valor, su muerte, ni su funeral.
—¿No sabes quién pudo ordenar el sabotaje de mi barco o ayudar a cometerlo? — preguntó con voz dura.
— No, señor, como no fuera con oraciones.
— Me han dicho que las obras de construcción de vuestra iglesia de Yedo marchan bien.
— Sí, señor. Otra vez gracias.
— Bien, Tsukku-san, espero que los esfuerzos del Gran Sacerdote de los cristianos den fruto pronto. Necesito algo más que la esperanza y tengo mucha memoria. Ahora, por favor, necesito de tus servicios como intérprete. — Al instante, advirtió el antagonismo del sacerdote. — No tienes nada que temer.
— No le temo, señor. Pero no quiero estar cerca de él.
— Yo te pido que respetes al Anjín-san — dijo Toranaga poniéndose en pie—. Su valor se ha demostrado y él salvó muchas veces la vida de Mariko-sama. Además, en estos momentos está muy afligido y sé comprender. La pérdida de su barco, ¿neh?
Читать дальше