Джеймс Клавелл - Shogun

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Shogun is one of those rare books that you wish would go on forever. Indeed, I know people who re-read it every year. The story follows the adventures of marooned English sailor John Blackthorne in late medieval Japan during the tumultuous years when Tokugawa Ieyasu (here called Toranaga) was uniting all of Japan under his rule by any means necessary. It's truly an epic tale of war, honor, trechery, masterful manipulations, tragic heroism, and star-crossed love.

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Entonces, ¿eso estaba planeado?

— Desde luego. ¿ Es que nunca aprenderás? Aquel día le ordené que se divorciara de ti.

¡Señor!

Que se divorciara. ¿No está claro? — Sí, pero…

— Ella te volvía loco y tú la maltratabas. ¿Cómo te portaste con su madrina y sus damas? ¿ No te dije que la necesitaba para que me sirviera de intérprete con el Anjín-san y tú, a pesar de todo, te enfadaste y la golpeaste? Aquel día casi la mataste, ¿neh? ¿Neh?

— Sí. Perdón, por favor.

— Había llegado el momento de deshacer aquel matrimonio. Yo lo deshice. Aquel día.

—¿Ella pidió el divorcio?

— No, fue decisión mía. Pero tu esposa me rogó que revocara la orden. Yo me negué. Entonces ella dijo que cometería seppuku sin mi permiso antes que consentir que se te hiciera semejante ofensa. Le ordené que obedeciera y ella se negó. —Toranaga hablaba airadamente. — Tu esposa me obligó a mí, su señor, a revocar la orden y me pidió que aguardara para hacerla definitiva hasta después de lo de Osaka. Los dos sabíamos que Osaka sería su muerte. ¿Lo entiendes?

— Sí, eso lo entiendo.

— En Osaka, el Anjín-san salvó su honor y el honor de mis damas y de mi hijo menor. De no ser por él, todos los rehenes seguirían todavía en Osaka y yo estaría muerto o en las manos de Ikawa Jikkyu, probablemente, cargado de cadenas como un vulgar criminal.

— Perdón, pero, ¿por qué lo hizo? Ella me odiaba. ¿Por qué había de retrasar el divorcio? ¿Por Saruji?

— Por tu honor. Ella sabía cuál era su deber.

Por fin, Buntaro comprendió y Toranaga lo despidió. Cuando se quedó solo, se puso en pie y estiró los brazos, agotado por el esfuerzo realizado desde su llegada. El sol todavía estaba alto, aunque ya mediaba la tarde. Tenía sed. Aceptó cha frío de su guardia personal y bajó a la playa. Se quitó el húmedo quimono y nadó mar adentro. El agua estaba deliciosa y refrescante. Se sumergió, pero no permaneció mucho rato debajo del agua, para no inquietar a su guardia. Luego se tendió de espaldas y miró al cielo, haciendo acopio de fuerzas para la larga noche que lo esperaba.

«Ah, Mariko — pensó—, qué mujer más maravillosa eres. Sí, eres, porque seguro que vivirás siempre. ¿Estás con tu Dios cristiano en tu cielo cristiano? Espero que no. Sería un terrible derroche. Espero que tu espíritu esté esperando los cuarenta días de Buda para la reencarnación. Quisiera que viniese a mi familia. Por favor. Pero como dama, no como hombre. No podríamos permitirnos tenerte como hombre. Eres demasiado especial para ser hombre. Sería un desperdicio.» Sonrió. Una pequeña ola saltó encima de él, le entró agua en la boca haciéndole toser.

—¿Estás bien, señor? — preguntó ansiosamente un guardia que nadaba cerca de él.

— Sí, perfectamente. — Toranaga volvió a toser y escupió. «Así aprenderás a no andar desprevenido — se dijo—. Es tu segundo error de este día.» Entonces vio los restos del barco.

— Te reto a una carrera — dijo al guardia.

Una carrera con Toranaga era una carrera. Una vez, uno de sus generales lo dejó ganar, esperando granjearse así su favor. Aquel error le costó al hombre su puesto.

Ganó el guardia. Toranaga lo felicitó y, asido a uno de los maderos, esperó a que su respiración se normalizara. Miró alrededor con gran curiosidad. Buceó e inspeccionó la quilla del Erasmus. Cuando hubo examinado los restos a placer, volvió a la playa fresco y dispuesto para el trabajo.

Sus hombres le habían levantado una casa temporal en un lugar bien situado, con un amplio techado de paja apoyado sobre fuertes postes de bambú. Las paredes y tabiques eran de shoji y el suelo, de madera y esteras. Ya estaban apostados los centinelas. Había también aposentos para Kiri y Sazuko, criados y cocineros, unidos por senderos, colocados sobre pilotes.

Allí vio a su hijo por primera vez. Evidentemente, la dama Sazuko nunca hubiera cometido la incorrección de llevar al niño a la explanada inmediatamente, para no interrumpir asuntos importantes — y así hubiera sido —, a pesar de que él le había dado ocasión.

El niño le complació en gran manera.

— Es un chico robusto — dijo, muy ufano, sosteniéndolo con manos firmes—. Y tú, Sazuko, estás más joven y hermosa que nunca. Quiero que tengamos más hijos en seguida. La maternidad te sienta bien.

— Oh, señor, temí no volver a verte y no poder mostrarte a tu hijo menor. ¿Cómo saldremos de la trampa? Los ejércitos de Ishido…

¡Qué guapo es! La próxima semana mandaré construir una capilla en su honor y la dotaré con… — Se interrumpió y redujo a la mitad la cifra que en un principio había pensado y después volvió a reducirla—, con veinte kokús al año.

¡Oh, señor, qué generoso eres! Gracias… — La dama Sazuko se interrumpió. Naga se acercaba al porche en el que se habían sentado.

— Perdonad, padre, ¿cómo queréis interrogar a vuestros samurais de Osaka, uno a uno o todos juntos?

— Uno a uno.

— Sí, señor. El sacerdote Tsukku-san desearía verte cuando fuera posible.

— Dile que lo mandaré llamar dentro de poco. — Toranaga volvió a hablar con su esposa, pero ella pidió permiso para retirarse, pues comprendía que él quería ver a los samurais inmediatamente.

Interrogó a los hombres detenidamente. A la puesta del sol ya sabía exactamente lo ocurrido o lo que ellos creían que había ocurrido. Luego, comió frugalmente, era su primera comida del día, y mandó llamar a Kin, después de ordenar a todos los guardias que se alejaran hasta donde no pudieran oír la conversación.

— Ante todo, dime lo que hiciste y lo que viste, Kiri-chan.

Anocheció antes de que él se diera por satisfecho.

— Eeee — dijo—. Anduvo cerca, Kiri-chan. Muy cerca.

¿Puedo hacerte una pregunta, Tora-chan?

¿Cuál es esa pregunta, dama?

¿Por qué nos dejó marchar Ishido? No tenía necesidad. En su lugar, yo no lo hubiera hecho. ¡Nunca!

— Antes dime el mensaje de dama Ochiba.

— Dama Ochiba dijo: «Decid al señor Toranaga que, respetuosamente, deseo que sus diferencias con el Heredero puedan borrarse. En prueba del afecto del Heredero, debo decir a Toranaga-sama que el Heredero ha repetido que no desea mandar ejércitos contra su tío, el señor del Kwan…

—¡Eso dijo! Entonces ella debe de saber… y también Ishido… que si Yaemón alza contra mí su estandarte, yo seré derrotado.

— Eso dijo, señor.

—¡Eeeeee! — Toranaga apretó su grande y calloso puño y golpeó con fuerza la estera—. Si eso es realmente un ofrecimiento y no un ardid, entonces ya estoy camino de Kioto.

Sí, señor.

¿Cuál es el precio?

— No dijo más, señor, aparte mandar un saludo para su hermana.

—¿ Qué puedo yo dar a Ochiba que ella no tenga ya? Osaka es suyo, el tesoro es suyo, para mí Yaemón fue siempre el Heredero del Reino. Esta guerra es innecesaria. Pase lo que pase, dentro de ocho años Yaemón se convertirá en Kwampaku y heredará la tierra, esta tierra. No hay nada que podamos darle.

— Quizá quiera matrimonio. Toranaga movió enfáticamente la cabeza. — No. Ella nunca se casaría conmigo. — Sería la perfecta solución, señor. Para ella.

— Yo haría cualquier cosa para consolidar el Reino, mantener la paz y hacer Kwampaku a Yaemón. ¿Es esto lo que ella quiere?

— Ello confirmaría la sucesión. Este es su objetivo.

Toranaga recordó entonces lo que dama Yodoko había dicho en Osaka. Para él aquello era un enigma y decidió dejarlo para concentrarse en el presente, que era lo que importaba.

— Me parece que ésa es otra de sus argucias. ¿Te dijo Kiyama que el barco bárbaro había sido destruido?

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