Джеймс Клавелл - Shogun

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Shogun is one of those rare books that you wish would go on forever. Indeed, I know people who re-read it every year. The story follows the adventures of marooned English sailor John Blackthorne in late medieval Japan during the tumultuous years when Tokugawa Ieyasu (here called Toranaga) was uniting all of Japan under his rule by any means necessary. It's truly an epic tale of war, honor, trechery, masterful manipulations, tragic heroism, and star-crossed love.

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JAMES CLAVELL

Shogun

A dos marinos capitanes de la Royal Navy que amaron a sus barcos más que a - фото 1

A dos marinos, capitanes de la Royal Navy,

que amaron a sus barcos más que a sus mujeres…

tal como se esperaba de ellos.

NOTA DEL AUTOR

Quiero dar las gracias a todos aquellos — vivos y muertos— que contribuyeron, en Asia y en Europa, a, hacer posible esta novela.

PROLOGO

El ventarrón lo azotaba, y él sentía su feroz mordedura en su interior y sabía que si no tocaban tierra en tres días morirían todos. «Demasiados muertos en este viaje — pensó —. Soy el capitán de una flota muerta. Sólo queda un barco de los cinco que eran, veintiocho hombres de una tripulación de ciento siete y sólo diez de ellos se sostienen hoy de pie, y los demás, entre ellos nuestro capitán general, están a punto de morir. No hay comida, apenas hay agua y la poca que queda es salobre y huele mal.»

Se llamaba John Blackthorne y estaba solo en cubierta con el vigía del bauprés — Salamón el Mudo—, que escrutaba el mar a sotavento.

El barco era el Erasmus, de doscientas sesenta toneladas. Era un buque de guerra al servicio del comercio, estaba armado con veinte cañones y era el único superviviente de la primera fuerza expedicionaria holandesa salida de Rótterdam para atacar al enemigo en el Nuevo Mundo. Los primeros barcos holandeses que descubrían los secretos del estrecho de Magallanes. Cuatrocientos noventa y seis hombres, todos voluntarios. Todos holandeses, salvo tres ingleses: dos capitanes y un oficial. Consigna: saquear las posesiones españolas y portuguesas del Nuevo Mundo, establecer concesiones comerciales permanentes, descubrir nuevas islas en el océano Pacífico que pudiesen servir de bases fijas, reclamar el territorio para los Países Bajos y volver a casa al cabo de tres años.

Hacía más de cuatro décadas que los Países Bajos, protestantes, estaban en guerra con la católica España, aunque legalmente todavía formaban parte del Imperio español. Inglaterra hacía también la guerra a España desde hacía veinte años y desde hacía diez era aliada declarada de Holanda.

«Aquí arrecia más el temporal — se dijo Blackthorne—, y hay más arrecifes y más bajíos. Un mar desconocido. Bien. Toda mi vida he luchado contra el mar y he vencido. Seguiré triunfando.»

Era el primer inglés que cruzaba el estrecho de Magallanes. Sí, el primero, y el primer capitán que surcaba aquellas aguas asiáticas, aparte de unos pocos bastardos portugueses o españoles que todavía se imaginaban ser los amos del mundo. El primer inglés en aquellos mares…

Demasiados primeros. Sí, y demasiadas muertes.

Escudriñó el océano, que seguía alborotado y gris, sin el menor indicio de tierra. Ni algas ni manchas de color indicadoras de arena. Vio la punta de otro arrecife a lo lejos, a estribor, pero esto no le dijo nada.

Hacía un mes que estaban bajo la amenaza de los arrecifes, pero sin que nunca viesen tierra. «Este mar es infinito — pensó—. Bueno. Este es mi oficio: navegar por mares desconocidos, trazar mapas y volver a casa.» ¿Cuánto tiempo hacía que había salido de casa? Un año, once meses y dos días.

Blackthorne tenía hambre y le dolían la boca y el cuerpo a causa del escorbuto. Afinó la mirada para comprobar la dirección de la brújula y se estrujó el cerebro para calcular aproximadamente la posición. Una vez anotada ésta en su libro de navegar, podría considerarse a salvo en aquel punto del océano. Y si él estaba a salvo, también lo estaría su buque, y juntos podrían encontrar a los japoneses o incluso al rey cristiano Preste Juan y su Imperio Dorado, que, según la leyenda, estaba al norte de Catay, dondequiera que Catay estuviese.

— Y con mi parte del botín, me haré de nuevo a la mar, volveré a mi país por la ruta de Occidente y seré el primer piloto inglés que habrá dado la vuelta al mundo, y nunca volveré a salir de casa. Nunca., Lo juro por mi hijo!

— Vaya abajo, capitán. Yo le relevaré si me lo permite — dijo el tercer piloto, Hendrik Specz, subiendo la escalera y apoyándose pesadamente en la bitácora para mantener el equilibrio—. ¡Maldito sea el día en que salí de Holanda!

—¿Dónde está el piloto, Hendrik?

— En su litera. No puede levantarse de su scbeit voll litera. Ni lo hará… antes del Día del Juicio.

¿Y el capitán general?

Gimiendo y pidiendo comida y agua — repuso Hendrik escupiendo —. Yo le digo que le asaré un capón y se lo serviré en bandeja de plata, con una botella de coñac para regarlo. Scheit-buis! Coot!

¡Calla la boca!

Lo haré. Pero es un estúpido y todos moriremos por su culpa — gruñó el joven eructando y escupiendo una flema sanguinolenta—. ¡Dios mío, apiádate de mí!

— Vuelve abajo. Y sube al amanecer.

— Abajo huele a muerte. Prefiero relevarle si no le importa. ¿Cuál es el rumbo?

— El que nos marque el viento.

—¿Dónde está la tierra que nos prometió usted? ¿Dónde está el Japón?

— Más allá.

¡Siempre más allá! Gottimhimmel, no nos ordenaron navegar hacia lo desconocido. Ya tendríamos que estar de nuevo en casa, sanos y salvos, con la panza llena, y no persiguiendo fuegos fatuos.

Cállate, o vuelve abajo.

Hendrik puso cara hosca y desvió la mirada de aquel hombre alto y barbudo. «¿Dónde estamos ahora? — habría querido preguntar—.

¿Por qué no puedo ver el libro secreto? — Pero sabía que no podían preguntarse estas cosas a un capitán, y menos a éste. — Ojalá —pensó — estuviese tan sano y vigoroso como cuando salí de Holanda. Entonces, no esperaría. Te chafaría esos ojos azules y borraría esa media sonrisa de tu cara, y te mandaría al infierno que tienes merecido. Entonces, yo sería capitán, y un holandés, no un extranjero, mandaría en el barco, y sólo nosotros sabríamos los secretos. Porque pronto estaremos en guerra con Inglaterra. Queremos lo mismo: ser amos del mar, controlar todas las rutas comerciales, dominar el Nuevo Mundo y aplastar a España.»

— Tal vez el Japón no existe — murmuró de pronto Hendrik—. Es una Gottbewonden leyenda.

— Existe. Entre las latitudes treinta y cuarenta Norte. Y ahora, cierra el pico y vuelve abajo.

— Abajo está la muerte, capitán.

Blackthorne rebulló en su silla. Hoy le dolía más el cuerpo. «Tienes más suerte que la mayoría — pensó —. Más suerte que Hendrik. Eres más precavido que ellos. Ellos lo consumieron todo alegremente contra tus consejos. Por esto tu escorbuto es leve mientras que los otros sufren continuas hemorragias y diarreas, y tienen los ojos irritados y lacrimosos, y se les caen los dientes.»

Sabía que todos le temían, incluso el capitán general, y que la mayoría lo odiaban. Pero esto era normal, porque él era el capitán que mandaba en el mar, el que fijaba el rumbo y gobernaba el buque.

En aquellos tiempos todos los viajes eran peligrosos, porque las pocas cartas de navegación que había eran tan vagas que podían considerarse inútiles. Y no había manera de fijar la longitud.

— Cuando pierdes de vista la tierra estás perdido muchacho — le había dicho Alaban Cardoc, su viejo maestro cuando él tenía trece años—. Estás perdido a menos que…

— ¡A menos que tenga un libro de ruta! — había gritado Blackthorne, entusiasmado, sabiendo que había aprendido bien la lección.

El libro de ruta era un cuaderno que contenía las observaciones detalladas de un capitán que había estado antes allí. En él se consignaban las indicaciones de la brújula magnética entre los puertos y los cabos, las puntas de tierra y los canales, los sondeos y las profundidades, y el color del agua y la naturaleza del fondo del mar. Expresaba cómo llegamos allí y cómo volvimos, los días empleados en una singladura determinada, la clase de viento y cuándo soplaba y desde dónde, las corrientes que cabía esperar y su dirección, las épocas de tormentas y los períodos de viento favorable, dónde carenar el barco y dónde abastecerse de agua, dónde había amigos y dónde había enemigos, los bajíos, los arrecifes, las mareas, los puertos, y en el mejor de los casos todo lo necesario para un viaje seguro.

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