Джеймс Клавелл - Shogun

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Shogun is one of those rare books that you wish would go on forever. Indeed, I know people who re-read it every year. The story follows the adventures of marooned English sailor John Blackthorne in late medieval Japan during the tumultuous years when Tokugawa Ieyasu (here called Toranaga) was uniting all of Japan under his rule by any means necessary. It's truly an epic tale of war, honor, trechery, masterful manipulations, tragic heroism, and star-crossed love.

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— Acepto tus disculpas, pero ahora dime cómo puedo sustituir ese barco. Yo necesito un barco.

Yabú sentía un peso en el estómago.

— Sí, señor. Lo sé. Lo siento. Ese barco no puede ser sustituido. Pero el Anjín-san nos dijo durante el viaje que pronto vendrán otros barcos de guerra de su país.

—¿Cuándo?

No lo sabe, señor.

¿Dentro de un año? ¿De diez? Apenas tengo diez días.

Lo siento, señor. Ojalá lo supiera. Tal vez debieras preguntárselo a él, señor.

Toranaga miró cara a cara a Blackthorne por primera vez. El hombre alto estaba algo apartado de los demás, con el semblante apagado.

—¡Anjín-san!

¿Sí, señor?

Malo, ¿neh? Muy malo. — Toranaga señaló los restos del barco. — ¿Neh?

Sí, señor. Muy malo.

¿Cuándo vendrán otros barcos?

¿Mis barcos, señor? — Sí.

Cuando… cuando Buda disponga.

Esta noche hablaremos. Vete ahora. Gracias por Osaka. Ve a la galera… o al pueblo. Hablaremos esta noche.

¿Cuándo, esta noche?

— Te mandaré un mensajero. Gracias por Osaka.

Mi deber, ¿neh? Pero yo no hice nada. Toda Mariko-sama lo dio todo. Todo por Toranaga-sama.

Sí —Toranaga correspondió gravemente a su reverencia.

El Anjín-san, que había empezado a retirarse, se detuvo. Toranaga miró al extremo de la explanada. Tsukku-san y sus acólitos acababan de llegar y estaban desmontando. No había concedido audiencia al sacerdote en Mishima — a pesar de que le informó inmediatamente de la destrucción del barco— y deliberadamente lo hizo esperar, hasta saber lo que sucedía en Osaka y esperar la llegada de la galera a Anjiro. Entonces decidió traerlo consigo y dejar que se produjera el enfrentamiento, en el momento oportuno.

Blackthorne echó a andar hacia el sacerdote.

— No, Anjín-san. Después. Ahora no. Ahora, al pueblo.

—¡Pero señor! Ese hombre destruyó mi barco. ¡Es el enemigo! — Ahora irás allí —Toranaga señaló el pueblo —. Espera allí, por favor.

Esta noche hablaremos.

— Señor, por favor, ese hombre…

— No. Ahora ve a la galera. Vete ahora, por favor.

«Eso es mejor que domar a un halcón — pensó con excitación, olvidando momentáneamente su preocupación, y concentrándose en dominar la voluntad de Blackthorne —. Es mejor porque el Anjín-san es un hombre peligroso e imprevisible, una incógnita, único, distinto a los que he conocido.»

Sí. Me iré, señor Toranaga. Lo siento. Me voy — dijo Blackthorne, enjugándose el sudor de la cara.

Gracias, Anjín-san — dijo Toranaga.

El japonés no dejó traslucir la expresión de triunfo. Vio alejarse a Blackthorne obedientemente, violento, fuerte, con ímpetus asesinos, pero controlado por su voluntad, la voluntad de Toranaga.

Y entonces cambió de parecer.

—¡Anjín-san! — Había llegado el momento de dejar que se expansio nara. La prueba final. — Mira, puedes ir si quieres. Yo prefiero que no mates a Tsukku-san. Pero si quieres matarlo, mátalo. Aunque yo prefiero que no. — Lo dijo lentamente y lo repitió.— ¿Wakarimasu ka?

— Hai.

Toranaga miró aquellos ojos increíblemente azules, llenos de un odio inconcebible y se preguntó si el ave, lanzada contra la presa, mataría o no obedeciendo su voluntad y volvería a su brazo sin comer.

Blackthorne echó a andar hacia el lugar en el que se encontraba el Tsukku-san. Parecía que había aumentado el bochorno.

— ¿Qué crees que hará, Naga-san?

— Yo, en su lugar, teniendo vuestro permiso, mataría al cura y a todos los demás. No creo que fuera la tormenta lo que destruyó su barco.

Toranaga se echó a reír suavemente.

— El Anjín-san no matará a nadie. Gritará furioso o silbará como una serpiente y el Tsukku-san se hinchará de «santa» indignación, sin sentir ningún temor y silbará a su vez y dirá que fue la voluntad de Dios y, probablemente, lo maldecirá también y se odiarán durante veinte vidas. Pero ninguno morirá. Por lo menos, por ahora.

—¿Cómo puedes saberlo, padre?

— No lo sé, hijo. Es lo que creo que ocurrirá. Es importante detenerse a estudiar a los hombres, los hombres importantes. Amigos y enemigos. Para comprenderlos. He estado observándolos a los dos. Los dos son muy importantes para mí.

— Pero, padre, ninguno de ellos es cobarde, ¿neh? No pueden volverse atrás.

— No lo matará por tres motivos. Primero, porque el Tsukku-san está desarmado y no se defenderá, ni siquiera con las manos. No se puede matar a un hombre desarmado. Va contra su ley. Es una deshonra. Segundo, porque es cristiano. Tercero, porque yo digo que no es el momento.

— Perdón — terció Buntaro —. Puedo entender el tercer motivo, y hasta el primero, pero ¿no es la verdadera causa de su odio el que ambos crean que el otro no es cristiano, sino un esclavo de Satanás? ¿No lo dicen ellos así?

— Sí, pero ese Jesús suyo les enseñó, o dicen que enseñó, que hay que perdonar al enemigo. Esto es ser cristiano.

— Eso es una estupidez, ¿neh? — dijo Naga—. Perdonar al enemigo es estúpido.

— Estoy de acuerdo. — Toranaga miró a Yabú.— Es estúpido perdonar a un enemigo. ¿Neh, Yabú-san?

— Sí.

Toranaga miró a las dos figuras que estaban frente a frente en el extremo de la explanada. Ahora se arrepentía de su impetuosidad. Todavía necesitaba a ambos hombres y no había ninguna necesidad de poner en peligro a ninguno de ellos. Lamentaba el impulso que le había hecho lanzar al Anjín-san contra el sacerdote. Pero todo ocurrió tal como había previsto y el choque fue violento, pero breve. Le hubiera gustado oír lo que se decían. Al poco rato, el Anjín-san se alejó. El Tsukku-san se enjugó el sudor de la frente con un pañuelo de papel.

¡Eeeee! — exclamó Naga, admirado—. ¿Cómo podemos perder mandando tú?

Con gran facilidad, hijo, si así lo quiere mi karma. — En seguida cambió de tono. — Naga-san, que todos los samurais que han venido de Osaka en la galera se presenten a mí.

Naga se alejó rápidamente.

— Yabú-san, me alegro de que hayas vuelto sano y salvo. Despide al regimiento. Después de la cena hablaremos. ¿Quieres que te mande llamar?

— Desde luego. Gracias, señor. — Yabú saludó y se fue.

Toranaga hizo una seña a la guardia para que se alejara hasta donde no pudiera oír lo que decía y miró fijamente a Buntaro que se revolvió. inquieto, como un perro bajo la mirada del amo. Cuando no pudo resistir más, dijo:

—¿Señor?

— Un día me pediste su cabeza, ¿neh? ¿Neh?

Sí, señor. El me insultó en Anjiro. Todavía… todavía estoy deshonrado.

Yo ordeno que se olvide esa deshonra.

— Entonces está olvidada, señor. Pero ella me traicionó con ese hombre y esto no puede olvidarse, mientras él viva. Tengo pruebas. Quiero que muera. Ahora. Por favor, su barco ha sido destruido. ¿De qué te sirve ahora, señor? Te lo agradeceré toda la vida.

—¿Qué pruebas tienes?

— Todos lo saben. Camino de Yokosé. Hablé con Yoshinaka. Lo saben todos — añadió hoscamente.

—¿Yoshinaka los vio juntos? ¿El la acusó?

— No. Pero por lo que dijo… — Buntaro levantó la mirada, angustiado. — Por favor, os lo agradeceré toda la vida. Nunca os pedí nada, ¿neh?

Lo necesito vivo. De no ser por él, los ninja la hubieran hecho prisionera, la hubieran deshonrado y a ti también.

Es un favor que os agradeceré toda la vida — insistió Buntaro—. Ya no tiene el barco. El ha hecho lo que tú querías. Por favor.

Yo sé que no te deshonró con él.

¿Qué pruebas tienes, por favor?

Escucha. Esto es solamente para tus oídos. Así lo convine con ella. Yo le ordené que se hiciera amiga suya. Eran amigos, sí. El Anjín-san la adoraba, pero a ti no te ofendió. En Anjiro, antes del terremoto, cuando ella propuso ir a Osaka a liberar a los rehenes, desafiando públicamente a Ishido y provocando la crisis con su suicidio, aquel día yo…

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