Джеймс Клавелл - Shogun

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Shogun is one of those rare books that you wish would go on forever. Indeed, I know people who re-read it every year. The story follows the adventures of marooned English sailor John Blackthorne in late medieval Japan during the tumultuous years when Tokugawa Ieyasu (here called Toranaga) was uniting all of Japan under his rule by any means necessary. It's truly an epic tale of war, honor, trechery, masterful manipulations, tragic heroism, and star-crossed love.

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— Sí. No esperaré a que ellos se lancen contra mí.

— Entonces, ¿está muerto Jikkyu? — Sí.

— Bien — dijo Sudara—. ¿Puedo sugerirte que añadas los Regimientos Veinte y Veintitrés?

— No. Diez mil hombres deberían bastarnos, contando con el factor sorpresa. Debo guardar toda mi frontera, por si fracasamos o caemos en una trampa. Y hay que contener a Zataki.

— Sí —dijo Sudara.

—¿Quién crees que debería dirigir el ataque?

— El señor Hiro-matsu. Es una campaña perfecta para él.

¿Por qué?

Es resuelto, sencillo, anticuado y ordenancista, padre. Será perfecto para esta campaña.

¿Pero no adecuado como general en jefe?

Perdona, pero Yabú-san tenía razón: las armas de fuego han transformado el mundo.

Entonces, ¿quién?

Sólo tú, señor. Hasta después de la batalla, creo que nadie debe interponerse entre ésta y tú.

Lo pensaré —dijo Toranaga —. Ahora ve a Mishima y prepáralo todo. La fuerza de asalto de Hiro-matsu tendrá veinte días para cruzar el río Tenryu y asegurar la carretera de Tokaido.

Perdona, señor, pero, ¿puedo sugerir que vaya un poco más lejos, hasta la cresta de Shiomi? Podrías darles treinta días.

— No. Si diese esa orden, algunos hombres llegarían a la cresta. Pero la mayoría morirían y no podrían rechazar el contraataque ni hostigar al enemigo en nuestra retirada.

Pero, ¿no enviarás en seguida refuerzos en su persecución?

Nuestro ataque principal se desarrollará en las montañas de Zataki. Esto es una maniobra de diversión.

¡Ah! Discúlpame, señor.

Muerto Yabú, ¿quién debe mandar la fuerza de mosqueteros?

Kasigi Omi.

¿Por qué?

El conoce estas armas. Además, es moderno, muy bravo, muy inteligente, muy paciente… y también muy peligroso, más peligroso que su tío. Te aconsejo que, si ganas y él sobrevive, busques algún pretexto para enviarlo al Más Allá.

¿Y Anjín-san? ¿Qué aconsejas acerca de Anjín-san?

Estoy de acuerdo con Omi-san y Naga-san. Debería ser confinado. Sus hombres no valen nada, son eta y pronto se devorarán entre ellos, por consiguiente, no son nada. Aconsejo que todos los extranjeros sean confinados o expulsados. Constituyen una plaga, y se los debe tratar en consecuencia.

Pero necesitamos la seda, y, para protegernos, debemos aprender de ellos, aprender lo que ellos saben, ¿neh?

Deberían ser confinados en Nagasaki, bajo severa vigilancia, y limitarse estrictamente su número. Podrían comerciar una vez al año. ¿No es el dinero su motivo esencial? ¿No lo dice asi Anjín-san?

— Entonces, ¿lo consideras útil?

Sí. Mucho. Nos ha enseñado la prudencia de los Decretos de Expulsión. Anjín-san es muy inteligente y muy bravo. Pero es un juguete. Te divierte, señor, como Tetsu-ko, es valioso, sin dejar de ser un juguete.

Gracias por tus opiniones — dijo Toranaga—. En cuanto empiece el ataque, volverás a Yedo y esperarás órdenes.

Lo dijo con voz dura y deliberadamente. Zataki retenía aún a dama Genjiko, a su hijo y a sus tres hijas, como rehenes, en su capital de Takato. A petición de Toranaga, Zataki había otorgado a Sudara un permiso de diez días, y Sudara había prometido solemnemente regresar dentro de dicho plazo. Zataki era famoso por su estricto sentido del honor. Podría eliminar legalmente a todos los rehenes, y sin duda lo haría, por esta cuestión de honor, independientemente de cualquier acuerdo o tratado secreto o abierto.

— Saldrás al punto hacia Mishima. Mañana te enviaré un mensaje.

Sudara montó a caballo y se alejó con sus veinte guardias.

Toranaga levantó el tazón y tomó un bocado de fideos, ahora fríos.

—¡Oh, perdona, señor! ¿Quieres un poco más? — dijo la joven doncella, desalentada y afanosa. Tenía la cara redonda y no era bonita, pero sí lista y observadora, tal como a él le gustaban las doncellas… y las mujeres.

— No, gracias. ¿Cómo te llamas? — Yuki, señor.

— Di a tu amo que hace buenos fideos, Yuki.

— Sí, señor, gracias. Gracias, señor, por honrar nuestra casa. Levanta sólo un dedo cuando quieras algo, y lo tendrás inmediatamente.

El le hizo un guiño, y ella rió, recogió la bandeja y salió corriendo.

Entonces, Toranaga empezó a pensar en dama Genjiko y en sus hijos, que eran una cuestión de importancia vital. «Si dama Genjiko no fuese hermana de Ochiba, su hermana mimada y predilecta — se dijo—, dejaría, sintiéndolo mucho, que Zataki les eliminase a todos, con lo que ahorraría a Sudara muchos peligros para el futuro, si yo muero pronto, pues son su único eslabón débil. Pero, afortunadamente, Genjiko es hermana de Ochiba y, por ende, una pieza importante en el Gran Juego, y no puedo permitir que ocurra tal cosa. Debería hacerlo, pero no lo haré. Esta vez jugaré fuerte. Y también debo recordar que Genjiko es valiosa en otros aspectos: es aguda como una espina de tiburón, cría bien a sus hijos y es tan fanática como Ochiba en lo que concierne a sus retoños, pero con una diferencia: Genjiko me es leal, más que a nadie, Ochiba lo es al Heredero.

«Bueno, cuestión resuelta. Antes del décimo día, Sudara debe ponerse de nuevo en manos de Zataki. ¿Una prórroga? No, esto podría aumentar los recelos de Zataki, y es el último hombre que quiero que se muestre receloso. ¿De qué lado se inclinará?

«Hiciste bien en favorecer a Sudara. Esta decisión complacerá a Ochiba.»

Por la mañana le había escrito una carta que le enviaría esta noche con una copia de la orden. «Sí, esto eliminará la espina que le clavé hace tiempo, para fastidiarla. Es bueno saber que Genjiko es uno de los puntos flacos, quizás el único, de Ochiba. ¿Cuál es el punto flaco de Genjiko? Ninguno. Al menos, no lo he descubierto, pero si lo tiene, lo descubriré.»

Observó a sus halcones, todos encapuchados, menos Kogo, cuyos penetrantes ojos observaban también todo, y con tanto interés como él.

«¿Qué dirías — le preguntó en silencio —, si supieses que voy a impacientarme y a atacar, y que mi ataque principal será por Tokaido y no en los montes de Zataki, como he dicho a Sudara? Probablemente dirías:

«¿Por qué?» Y yo te respondería: «Porque no me fío de Zataki, aunque pueda volar. Y no puedo volar en absoluto. ¿Neh?.»

Entonces vio que los ojos de Kogo se fijaban en el camino. Miró a lo lejos y sonrió, al ver los palanquines y los caballos de carga que se acercaban, después de doblar el recodo.

— ¡Oh, Fujiko-san! ¿Cómo estás?

— Bien, gracias, señor, muy bien. — Se inclinó de nuevo, y él vio que ya no le dolían las cicatrices de las quemaduras. Ahora sus miembros eran ágiles como antes, y había un delicado rubor en sus mejillas. — ¿Puedo preguntarte cómo está Anjín-san, señor? — dijo—. Oí decir que el viaje desde Osaka había sido muy malo, señor.

— Está bien de salud, muy bien.

— Esta es la mejor noticia que podía darme, señor.

El se volvió al segundo palanquín para saludar a Kikú, y ésta sonrió alegremente y lo saludó afectuosa, diciendo que estaba muy contenta de verlo y que lo había echado mucho de menos.

— También yo me alegro de verte — dijo él, y miró la última litera—. ¡Ah! Gyoko-san, mucho tiempo sin verte — añadió secamente.

— Gracias, señor, sí, y me siento renacer, ahora que estos viejos ojos tienen el honor de verte otra vez. ¡Ah, qué vigoroso eres, señor! Un gigante entre los hombres — lo aduló.

— Gracias, también tú estás muy guapa.

Kikú aplaudió la broma, y todos rieron con ella.

— Escuchad — dijo él, alegre por su causa—. He tomado medidas para que os quedéis aquí algún tiempo. Y ahora, Fujiko-san, ten la bondad de acompañarme.

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