Se llevó a Fujiko aparte, le ofreció cha y refrescos y habló de naderías hasta llegar al punto importante.
— Convinimos un año y medio. Lo siento, pero debo saber si deseas cambiar el trato.
La carita cuadrada de Fujiko perdió su atractivo al ponerse seria.
—¿Cómo podría cambiarlo, señor? — Fácilmente. Ya no hay trato. Yo lo ordeno.
— Discúlpame, señor — dijo Fujiko, con voz monótona—. No quise decir esto. Acepté libre y solemnemente el trato ante Buda y con el espíritu de mi esposo y de mi hijo muertos. No puede cambiarse.
— Yo ordeno el cambio.
— Lo siento, señor, perdóname, pero el bushido me releva de la obligación de obedecerte. Tu aceptación del contrato fue igualmente solemne y obligatoria, y cualquier cambio debe ser consentido por ambas partes.
—¿No te gusta Anjín-san?
— Soy su consorte. Tengo la obligación de complacerle.
— Yo había pensado que Anjín-san podría casarse contigo. Entonces no serías su consorte.
— El samurai no puede servir a dos señores, y la esposa no puede servir a dos maridos. El deber me liga a mi esposo muerto. Discúlpame, pero no puedo cambiar.
— Con paciencia, todo cambia. Anjín-san conocerá pronto mejor nuestras costumbres, y su casa tendrá también wa. Ha aprendido muchísimo desde que…
—¡Oh, señor! No me interpretes mal. Anjín-san es el hombre más extraordinario que jamás he conocido, y sin duda el más amable. Me ha hecho un gran honor y, sí, sé que su casa será muy pronto una casa de verdad, pero… debo cumplir con mi deber. Mi deber es para con mi marido, mi único marido. — Luchó por dominarse. — Debe ser así, señor, ¿neh?De lo contrario, la vergüenza, el sufrimiento y el deshonor no significarían nada, ¿neh? Su muerte y la de mi hijo, sus sables rotos y enterrados en la aldea eta… Sin mi deber para con él, ¿ no sería nuestro bushido una enorme farsa?
— Entonces…
— Lo siento, señor, no puedo hacerlo.
— Sea como quieres, Fujiko-san. Discúlpame por habértelo preguntado, pero era necesario. — Toranaga no estaba enojado ni contento. La joven se portaba dignamente, y él sabía ya, cuando cerró el trato con ella, que nunca lo cambiaría. «Esto es lo que nos hace únicos en el mundo — pensó, con satisfacción—. Un trato con la muerte es un trato sagrado.» — Se inclinó ceremoniosamente. — Aplaudo tu sentido del honor y del deber para con tu marido, Usagi-san — dijo, dándole el nombre que había dejado de tener.
—¡Oh, gracias, señor! — exclamó ella, por el honor que él le hacía derramando lágrimas de dicha, porque sabía que con esto se lavaba la mancha del único marido que tendría en su vida.
— Escucha, Fujiko: veinte días antes del último día, saldrás para Yedo, con independencia de lo que me suceda a mí. Tu muerte se producirá durante el viaje, y deberá parecer accidental. ¿Neh?
— Sí. Sí, señor.
— Será nuestro secreto. Sólo tuyo y mío.
— Sí, señor.
— Mientras tanto, seguirás siendo ama de su casa. — Sí, señor.
Ahora, haz el favor de decir a Gyoko que venga aquí. Te llamaré otra vez antes de marcharme. Tengo que discutir algunas cosas contigo.
Sí, señor — Fujiko hizo una profunda reverencia y añadió: — Bendito seas por librarme de la vida.
Y se alejó. «Es curioso — pensó Toranaga— que las mujeres puedan cambiar como los camaleones: feas en un momento dado, atractivas al siguiente y, a veces, incluso hermosas, aunque en realidad no lo sean.»
—¿Me mandaste llamar, señor?
— Sí, Gyoko-san. ¿Qué noticias tienes para mí?
— Muchas, señor — respondió Gyoko, impávido el maquillado semblante, brillantes los ojos, pero sintiendo retortijones en las tripas. Sabíaque este encuentro no era pura coincidencia, y su instinto le decía que Toranaga era más peligroso hoy que de costumbre—. La formación del Gremio de Cortesanas progresa satisfactoriamente, y se están redactando las normas y reglamentos para someterlos a tu aprobación. Al norte de la ciudad hay una zona muy bonita que podría…
— La zona que ya he escogido está cerca de la costa. El Yoshiwara. Ella lo felicitó por su elección, pero gruñendo por dentro. El Yoshiwara (Cañaveral) era actualmente una ciénaga llena de mosquitos, que tendría que ser desecada antes de que pudiese vallarse y construir en ella.
— Excelente, señor. También se están preparando las normas y reglamentos de las gei-shas para tu aprobación.
— Bien. Que sean breves y concisos.
Toranaga rió, y ella sonrió, pero sin bajar la guardia, y dijo seriamente:
— De nuevo te doy las gracias en nombre de las futuras generaciones, señor.
No lo he hecho por ellas — dijo Toranaga, y citó uno de los párrafos de su Testamento—: Los hombres virtuosos han censurado siempre las casas de lenocinio, pero, en general, los hombres no son virtuosos, y si un caudillo prohibe estas casas es un tonto, porque pronto surgirá una plaga de males mayores.
¡Qué sabio eres, señor!
— En cuanto a situar todos los burdeles en una zona única, significa que todos los hombres viciosos pueden ser vigilados, sujetos a impuestos y servidos, todo al mismo tiempo. ¿Qué más?
— Kikú-san ha recobrado totalmente su salud, señor.
— Sí, ya lo he visto. ¡Es deliciosa! Pero Yedo es cálido y desagradable en verano. ¿Estás segura de que se encuentra bien?
¡ Oh, sí! Sí, señor. Pero te ha añorado mucho. ¿Vamos a acompañarte a Mishima?
¿Qué otros rumores has oído?
— Sólo que Ishido salió del castillo de Osaka. Los Regentes te han declarado oficialmente fuera de la ley. ¡Qué impertinencia la suya, señor!
¿Cómo piensa atacarme?
No lo sé, señor — respondió ella, cautelosamente—. Pero presumo que lo hará en dos direcciones: a lo largo de Tokaido, con Ikawa Hikoju, dado que su padre, el señor Jikkyu, ha muerto, y a lo largo de Koshu-kaido, desde Shinano, ya que el señor Zataki se ha aliado estúpidamente con el señor Ishido contra ti. Pero detrás de tus montes estás seguro. Con tu permiso, voy a trasladar todos mis negocios a Yedo.
Desde luego. Mientras tanto, procura averiguar dónde se desencadenará el ataque principal.
Lo intentaré, señor. ¡Terribles tiempos, señor, aquellos en que el hermano lucha contra el hermano, y el hijo contra el padre!
Toranaga tenía los ojos velados y tomó nota mentalmente de que había de aumentar la vigilancia sobre Noburu, su hijo mayor, que era fiel al Taiko.
— Sí —dijo—. Son tiempos terribles. Tiempos de grandes cambios. Buenos para algunos, malos para otros. Tú, por ejemplo, eres ahora rica, y también lo es tu hijo. ¿No está encargado de tu fábrica de saké en Odawara?
— Sí, señor — respondió Gyoko, palideciendo bajo el maquillaje. — Ha ganado mucho, ¿neh?
— Es el mejor hombre de negocios de Odawara, señor.
— Creo que sí. Tengo un trabajo para él. Anjín-san va a construir un nuevo barco. Estoy buscando artesanos y materiales, y quiero que el aspecto monetario se lleve con gran cuidado.
Gyoko casi se desmayó de gozo. Había temido que Toranaga los eliminase a todos antes de salir para la guerra, o los ahogase con impuestos, porque había descubierto que ella le había mentido sobre Anjín-san y dama Toda, y sobre el desgraciado aborto de Kikú.
Oh ko, señor. ¿Cuándo quieres que mi hijo esté en Yokohama? El hará que tu barco sea el más barato que jamás se haya construido.
No lo quiero barato. Quiero que sea lo mejor posible… a un precio razonable. El será el administrador responsable, a las órdenes de Anjín-san.
Señor, te garantizo, por mi futuro y por mis futuras esperanzas, que será como tú deseas.
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