Ángela Vallvey
Nacida en cautividad
Ángela Vallvey
Nacida en cautividad
Para Ricardo Artola:
Wem sonst als Dir?
La primavera ha vuelto una vez más. La tierra
se parece a una niña que sabe poesías:
muchas, oh, muchas, sí… Por lo que le ha costado
su largo aprendizaje recibe el premio ahora.
Rainer María Rilke
Yo crecía en los brazos de los dioses
Friedrich Hölderlin
Cuando se habla de el «gato de Schrödinger» se está haciendo referencia a una paradoja que surge de un célebre experimento imaginario propuesto por Erwin Schrödinger en el año 1937 para ilustrar las diferencias entre interacción y medida en el campo de la mecánica cuántica.
El experimento mental consiste en imaginar a un gato metido dentro de una caja que también contiene un curioso y peligroso dispositivo. Este dispositivo está formado por una ampolla de vidrio que contiene un veneno muy volátil y por un martillo sujeto sobre la ampolla de forma que si cae sobre ella la rompe y se escapa el veneno con lo que el gato moriría. El martillo está conectado a un mecanismo detector de partículas alfa; si llega una partícula alfa el martillo cae rompiendo la ampolla con lo que el gato muere, por el contrario, si no llega no ocurre nada y el gato continúa vivo.
Cuando todo el dispositivo está preparado, se realiza el experimento. Al lado del detector se sitúa un átomo radiactivo con unas determinadas características: tiene un 50% de probabilidades de emitir una partícula alfa en una hora. Evidentemente, al cabo de una hora habrá ocurrido uno de los dos sucesos posibles: el átomo ha emitido una partícula alfa o no la ha emitido (la probabilidad de que ocurra una cosa o la otra es la misma). Como resultado de la interacción, en el interior de la caja, el gato está vivo o está muerto. Pero no podemos saberlo si no la abrimos para comprobarlo.
Si lo que ocurre en el interior de la caja lo intentamos describir aplicando las leyes de la mecánica cuántica, llegamos a una conclusión muy extraña. El gato vendrá descrito por una función de onda extremadamente compleja resultado de la superposición de dos estados combinados al cincuenta por ciento: «gato vivo» y «gato muerto». Es decir, aplicando el formalismo cuántico, el gato estaría a la vez vivo y muerto; se trataría de dos estados indistinguibles.
La única forma de averiguar qué ha ocurrido con el gato es realizar una medida: abrir la caja y mirar dentro. En unos casos nos encontraremos al gato vivo y en otros muerto. Pero, ¿qué ha ocurrido? Al realizar la medida, el observador interactúa con el sistema y lo altera, rompe la superposición de estados y el sistema se decanta por uno de sus dos estados posibles.
El sentido común nos indica que el gato no puede estar vivo y muerto a la vez. Pero la mecánica cuántica dice que mientras nadie mire en el interior de la caja el gato se encuentra en una superposición de los dos estados: vivo y muerto.
Esta superposición de estados es una consecuencia de la naturaleza ondulatoria de la materia y su aplicación a la descripción mecano-cuántica de los sistemas físicos, lo que permite explicar el comportamiento de las partículas elementales y de los átomos. La aplicación a sistemas macroscópicos como el gato o, incluso, si así se prefiere, cualquier profesor de física, nos llevaría a la paradoja que nos propone Schrödinger.
En algunos libros modernos de física, para colaborar en la lucha por los derechos de los animales, en el dispositivo experimental (por supuesto, hipotético) se sustituye la ampolla de veneno por una botella de leche que al volcarse o romperse permite que el gato pueda beber. Los dos estados posibles ahora son: «gato bien alimentado» o «gato hambriento». Lo que también tiene su punto de crueldad.
M. A. Gómez, El rincón de la ciencia
Nisi credideritis, non intelligitis
(Si no lo crees, no lo entenderás)
San Agustín de Hipona (345-430)
La eternidad jamás se toma
una mañana de descanso.
Ese afán, la hermosura
que el sol avienta,
no es temor
ni es la luz
que al morir se prolonga
con maneras de aurora.
Savia de sombras
en el profundo mediodía:
la noche propone sus pactos.
Carne triste
donde se pierde el corazón
cansado de hacer ruidos.
Amapola sin peso,
ni ilusión ni misterio,
¿qué racimo de sueños
te arrebató la tarde?
Me saciaré de estrellas
cualquier día.
Viajaré tras el viento
que encarcela al paisaje.
Suelo poner mis manos
sobre la lejanía, mientras
la madrugada se desnuda
sombra a sombra,
y nada busca,
me saciaré de estrellas
cualquier día.
En la hora más tierna,
fui capaz de domar al horizonte.
El mundo no es un sueño;
el dolor: la condena del recuerdo.
Es Abril, y el ocaso
aún perfuma este instante.
Los gatos, ¿contendrán la verdad
en la parte sumergida
de sus pupilas?
Las nubes son la consecuencia
de los cielos. Pero de
las cenizas jamás brota
una lágrima.
El corazón no sabe nada:
su reloj es de un polvo maltrecho
que el universo trenza.
Metal rojo
que olvidó el resplandor
de la mañana.
Tuve un navío con las velas blancas.
Lo amarré a mi piel
cuando a barlovento
el atardecer arrojó
al mar sus velos de aire.
Como el Sol,
inventé la deriva de la luz.
Esa extraña distancia.
La Luna se ha derrumbado
como un perro herido sobre los campos.
Pretende un silencio
de fondo de mar.
Se muere lentamente,
igual que las niñas
que no sueñan.
Clavo mi puñal en el paisaje,
y le pregunto al viento
por ése lugar exacto,
apenas una mancha
de luz, su cerco intransitable.
La fatalidad
también sigue sus tácticas.
El fulgor llena de mapas el espacio.
Arde y arrasa
con su fuerza de cristales y, gritos.
Y un sollozo se oxida
allá lejos,
encima de la sábana.
La entraña de la nieve,
¿sueña con el estío?
El mundo es un jilguero
que no entiende.
Al alba,
canta su desaliento.
Mis ojos deambulan
bajo el anís de la Luna.
Miro el cielo,
que ya no enciende las ciudades.
Sus hebras de amor y muerte
son la piel ulcerada
de un muerto
al que nadie más besa.
Tú dijiste que siempre
nos amaríamos,
hasta sentir
la carne de los labios
hecha una madeja
de venillas
tronchadas de silencio.
Yo dije: interroguemos
al Sol
por sus asuntos de brasero.
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