La abundancia de elementos
(Nebulosa de la Lira, estrella agonizante)
Polvo de oro y diamantes ha llovido
del corazón de alguna vieja estrella,
y he librado batalla contra la quimera
de un universo sólido, pequeño,
desprovisto de sorpresas y de amor.
Bajo este manto de nieve celeste,
lloro como una niña que no sabe crecer.
Murmura el agua entre los juncos:
«Es ley común que la belleza
se apague en nuestras manos
como si fuera tierra yerma
que pende de un trozo de cielo
por el hilo de angustia de la aurora,
pues
sólo la muerte comprende a la materia».
Casi todo suceso es único?
– Que tus ojos me circunden
como el aire.
Que se extingan las sombras
al paso de mi soledad.
Que las puertas del Sol
colmen mis noches
podridas con luz de amaneceres.
Que los astros perdidos
duerman en el silencio
de sus sueños celestes.
Que los que mueren tiemblen
como ramas sombrías
que el viento errante arropa
con sus manos salvajes-.
Flota la niebla, y la tormenta
se yergue en las paredes
del vacío.
La tarde se ha enfriado.
Junto a la luz dispersa
que cae de los tejados,
la ciudad se detiene.
Organizo los huesos
de mi corazón, crezco
en un mundo de letargos,
de estrellas que fluyen
a la dulzura de una nada
radiante de colores.
Despertaré, quizás, un día
y arrojaré jadeos de fuego,
en porciones pequeñas
como estas palabras.
He sido cuerpo,
rara aleación de mente y de tristeza,
y cuando el Sol estival haya quebrado
en dos el cielo, enterrando en mi pelo
capullos de luz devoradora
donde la eternidad ya ha transcurrido,
él y yo
seremos cuerpos que jamás se toquen
en la cárcel breve
del deseo.
Ni siquiera los dioses
pueden olvidarlo todo.
Una tierra desguarnecida
ha brotado del mar,
pues el otoño nunca hace
nada sin preguntárselo a los cielos.
Amo el océano y, en la alborada,
temo por sus islas. Respiro
orgullosa el aguijón de luz
de los cometas.
Seré alegre, me digo,
y dulce igual que el ruego
de un héroe cautivo.
– Yo no sé qué medidas
contiene la existencia-.
Como cirros de ocaso
se esfuman los minutos:
en tiempos de penuria
en mitad de la noche
crece el día.
Un frío desierto
se ha recogido entre las hojas
de los helechos silenciosos.
A su lado,
canta mi aflicción dulcemente.
Enhebro la mitad del día ^
en el verde oscuro
de los aires
que el poniente traiciona.
– Hay mieses que crecen delicadas
en el fondo marino de las nubes-.
¿Dónde me llevó el cierzo?
¿Dónde iré a dormir,
qué azul rocío
me mecerá en sus brazos?
¿Acaso habré abierto
mi alcoba a la penumbra?
– El alma es una lira ennegrecida
que sangra inconsolable por dentro de las cosas-.
Mi corazón tiene la fuerza
con que se bate el mundo
por los barrancos florecidos
de una mañana de verano.
– ¿Vendrás de nuevo
con el olor a lecho
de un animal hermoso?-
Recibo de rodillas al deseo.
¿Cuánto valdrá,
si nunca está dormido?
Le pido de una vez
que me lleve en sus brazos,
como un cuenco de rosas
que a nadie le de miedo.
Acaricio
las ruinas tibias de la tarde.
Astillas de sol oscuro,
temblor, susurros, voluntad.
Urdiré los secretos
que han de dar nombre
a todas las estrellas.
Son mis dedos
Golondrinas
que el azul ensortija
entre el cielo y los campos.
(Cúmulo Omega Centauri)
Hay una miel nocturna que
ata al aire y lo engaña,
recompone
tramas de luz muy dulces.
El pensamiento es la misión
donde agota la vida
sus fuerzas.
Y el mar es el espejo
en que la Luna
descubre sorprendida
sus colores de tiza
solitaria.
(Beta Centauri, estrella gigante azul)
Y cada copo de luz
es una queja suave
de los astros que pasan.
Río abajo se deja
caer el cielo sobre
el agua. Igual que tierra,
la luz forma meandros
en la tarde sin flores.
Una fuerza celeste
acecha los placeres
terrenales que el amor
exhala. Nubes en el
abismo de mi pecho
con tiempo se preparan.
En el bosque, una golondrina
ha prendido su vuelo
de las hebras de piedra
de la Luna,
mientras arde la noche
y se deshace el Sol
hacia lo lejos. Ha encontrado
un lecho de amor en medio
del tumulto de vida sofocante
que brota de la tierra.
El pajarillo
llora sus lágrimas
de cristal inhumano
en la tibieza embelesada
del estanque,
en el agua.
Quién sabe, ¿se entregará
ese halo de sol, al cabo,
como un gusano
que le cuelgue del pico?
Pequeño cataloga de cielo profundo
No sueñes con otros mundos.
John Milton
De mí prefiero la parte
que me asoma de los ojos, ese
dulce trabajo mío de otear más allá
entre
la púrpura ligera de las bardas
que deshilan mi cuerpo, lazo a lazo,
de carcomas de luz.
Tanto mirar y he visto apenas
un espacio ancho
que le roba a la muerte
las riendas de los sueños
que se inventan el tiempo día a día
porque
cada minuto es un añico
de vida que el otoño
implora ante la primavera.
Un recuerdo del mar
pone su humedad gris en las montañas,
esplendor de una vela
que dibuja en las cimas
el color de las nubes
sobre la piedra florecida.
¿Y si se ausenta el cielo
y deja solos a los astros?
¿Y si soy sólo un pececillo
que sueña que un día fue
una muchacha
triste?
Romance para una estrella
(de rock)
Diste a la mar monosílaba
azul turquí para el agua,
le diste verde al paisaje
y barniz a mis miradas.
A las estrellas lejanas,
alcoholetas de ginebra,
damas de puerto malayo,
les diste rock pa' las penas
de amor por profundidades
submarinas, marineras.
¡Las estrellitas enfermas
de altura, frío y cavernas
estelares!…, agujeros
como tus ojos en vela
que metiste en un sombrero
engolfándote en sus telas.
Nada existe excepto átomos y espacio vacío.
Todo lo demás son opiniones.
Demócrito de Abdera
No es difícil construir un cielo,
siempre que se elijan los versos adecuados.
En el redil de los recuerdos
las bestias de la noche están atentas
al ritmo de mi llanto.
Los muros que sostienen
el cielo que soñamos
hoy son huesos plantados
al apuntar el día.
Ningún mal puede sobrevivir
a un invierno perpetuo.
La Tierra
vive cara a cara
de un cielo cubierto por sí mismo.
Lanza sus abrojos,
como pequeños amores
que pronto se consumen de deseo.
Encerrada entre espinas,
¿qué será de la rosa a medianoche?
Los mochuelos murmuran de desdicha,
ellos saben que a veces
estallan los secretos de la rosa
– su salvaje agonía y su blancura-
en el jardín de invierno
donde habita mi voz.
No se pierde la rosa en el parterre,
la tierra la amenaza
con sus piedras enormes,
le dice que la aurora es un desgarro
por el que el tiempo crece.
Yo me aparto del mundo y
así la miro abrirse entre tallos:
una tierna locura que dibuja
figuras en la luz.
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