– Sin embargo -replicó éste-,
tal hecho no me crea ninguna obligación.
Stephen Crane
Amé la juventud del mundo,
el color de los días de tormenta,
su fuego aniquilado
y sus amaneceres sucesivos,
los movimientos de los astros,
los collados que tiemblan de fertilidad,
las cumbres de los montes,
el resplandor y la inocencia.
¿Podré llevar conmigo
– no quiero otro equipaje-
la carne palpitante de mi cuerpo
donde el mundo existió
y en el que nada quede un día?,
¿las aves que incansables huyen
por el cielo, la lluvia,
la luz azul de la mañana?
Mirando mía foto del cráter Copérnico
(Norte del ecuador lunar)
Cuando el corazón carece de absoluto, ama.
De cara al misterio
de las piedras y al mar alborotado,
ama y puede albergar
al mundo en su ternura,
alentar la piedad
desde lo lejos,
y ceñir dulcemente
el silencio invernal
que viene de la Luna.
Tengo los labios entreabiertos
a sus copos de nieve,
ellos me alumbran
el camino.
Y el alba, con su fuerza,
me acaricia la boca.
Conversación sobre el mundo
Ellos se abrazan y se besan
para que ni un detalle
escape a su control.
Digamos que estos ritos
le sorprenden. Mirando
el mar tampoco nunca
llegará a saber nada.
Como hilos de oro sobre las mareas
hierve la realidad en torno suyo.
Hay que estar preparados,
dice. Cuando del rostro
ha desaparecido la última partícula
de esperanza, sonríe,
y observa el Sol de frente
y sin pestañear.
Historia general de la naturaleza
Su vida no es inútil,
empieza
debajo de los corredores.
Nunca había hecho nada parecido
a vivir, y no sabe.
La muchacha no vuelve
la vista atrás.
Esto es el futuro,
piensa ella.
La tarde pierde la paciencia y,
mientras dura el viaje,
la tristeza aprovecha la oportunidad.
Desea retirarse
viva, atrapar esa pureza,
soltar su carcajada,
y volver a ganar
altura con los brazos.
La vida es su
coraza. Apenas más humana
que un palacio de mármol,
la muchacha
siega el maíz del tiempo
con un impulso de cristal.
El argumento del designio
– Hay secretos enraizados
en cada ángulo de mi boca-.
Una bruma
de oro ha recubierto
la tierra yerma, ensimismada.
Sé que la oscuridad
también comete errores
que
aguardan a su tiempo
tras la puesta del Sol.
Soy la extranjera. Poco a poco
me acostumbro al color,
a los niños que sueñan
con sus ojos enormes
clavados en el rumbo
de esa estrella irreal
que nunca explica cómo
buscar sustento para el corazón.
La ausencia de prueba no es prueba de ausencia
Nacen los vientos desde el cielo
y me señalan el camino.
¿En qué lugar
de estas aguas profundas
encontrará reposo
mi mirada?
Cuando haya muerto,
¿podré yo amar?, ¿y a quién?
Voy caminando por el valle
de las mil lunas,
donde el crepúsculo
ha metido
al cielo de cabeza en los arroyos.
Con ellos va,
¡hay tanto cielo a la deriva
que se va!
Camino junto a los brotes, me apresuro
en burdeles que frecuentan los ángeles.
Soy una nube baja:
no rozaré jamás
las cumbres.
Ah, si vieras
cómo tiemblo,
sola junto a las azaleas del patio,
haciendo sortijas con la luz de los astros.
Hollar un trozo
del dulce paraíso
donde nada ha cambiado,
tampoco la belleza
de los bosques demándalo,
ni siquiera las nieves
de los muchos inviernos
ya pasados.
Estambres de antiguo fuego estelar,
cúmulos, supernovas,
gloriosos resplandores del pasado:
aunque muera por mí
la vida, aunque me atrapen
sus perfumes, mi gozo
nunca será más dulce,
pues todo cuanto puede
ser definido bien
es esta luz tan pura,
hendida allí donde comienza
la niebla de mi desengaño.
La perfección siempre es estéril
Por las rosas perdidas
que tejen en las ramas
su encanto solitario
sin saber qué es la vida.
Por la luz que se olvida
y es acaso un afán
de descifrar caminos
del tiempo que transcurre
en extraño silencio,
a solas con él mismo.
Como una flor, despierto
cada vez que la tarde
reposa sus colores
sobre el mundo.
¿Cómo será la eternidad que ahora
gana tiempo?
¿Cómo serán los años que no quedan?
La vida se entreabre,
sólo a mí me presagia
con las rosas perdidas
que tejen en las ramas
su encanto solitario
sin saber qué es la vida.
(Distancia: 44 años-luz. Dos soles)
Salí a mirar el cielo.
Mi hijita dormía.
– Duerme, mi niña,
que no te destape
el viento, ni la lluvia,
ni el aullido
de los lobos del bosque.
Duerme, mi vida, duerme-.
Le esparcía la tarde
sus estremecimientos
a la luz solitaria.
Se deshacían las nubes
sin piedad y sin miedo.
Ah,
pobre enebro que tiene
el corazón desnudo
y no sabe cuál
ha de ser su parte
del cielo. Ah, ¿qué será de mí?,
¿adonde irán mis sueños?,
¿y quién recogerá
lo que quede de ellos
cuando la nieve borre
mi rastro,
o el aire que desprenden
las alas de los pájaros,
cuando nadie, mi niña,
vigile ya el vaivén
de tu cuna, ni cuente
los ruidos de tu cuerpo?
Diciembre es de marfil nevado
De nuevo el mismo cielo,
pero en otro diciembre,
cielo desnudo y algo oscurecido,
tan solo, a simple vista.
Una lumbre ha nacido
de la Espada de Orion.
Leve espuma de un periplo sin retorno,
indicio de frialdad y firmamento.
Fue en un campo de Escocia.
Solía, a medianoche,
tumbarme boca arriba
sobre la hierba e ir
midiendo los ángulos de las estrellas
con cuentas que ensartaba
en hilo de coser.
El Cinturón de Andrómeda
bajo el arco del cielo
fue una cinta
con la que hice dos lazos:
astronomía y música.
Tiempo abajo. Por entre eternidades
cuyo horizonte humea como fuego
Georg Heym
Guardo dentro de mí
el resplandor del cosmos,
su azul de madrugada y su horizonte,
y acaso pueda detener la noche,
hacer una amapola con sus brumas.
O abrir un agujero
en el centro del cielo
para guardar el frío
que nace de la tierra.
Acaso pueda
lograr que el firmamento
descanse en la yema de mi dedo anular.
Todas las tardes de Junio se mueren
anocheciendo en el azur.
Unas horas después
llega la pobre madrugada,
confusa entre los rayos
de Luna que la corriente arrastra.
Alba que bordea los ríos
y escancia las nubes,
que arrecia el verdor de los paisajes,
acrisoladas gotas de sol, no, de ceniza:
la radiación perfecta de mi cuerpo
que tiembla al despertar.
(El sueño de Kepler)
Naves celestes adaptadas a los vientos del cielo,
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