Jennifer Crusie - Mujeres Audaces

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Nell, Suze y Margie se casaron con los hermanos Dysart, con desigual fortuna. Deprimida tras su divorcio, Nell deambula por la vida hasta que Suze le consigue empleo en una pequeña y modesta agencia de detectives, con un jefe a primera vista fácil de manejar.
Gabe tampoco está satisfecho con su vida. Su agencia está perdiendo dinero con un caso de extorsión y su mujer lo ha dejado… otra vez. Lo único bueno es su nueva secretaria, que parece eficiente y dócil. Pero una cosa lleva a la otra, y pronto Nell y Gabe están felices. Hasta que de pronto alguien empieza a matar gente. Y poco después, comienza el amor…
Mujeres audaces es la divertida historia de tres amigas que se confiesan todo y que luchan cada día por vivir intensamente. Un bestseller audaz para lectoras dinámicas.

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A la medianoche, la policía ya había llegado y se había marchado, menos escépticos respecto de la historia del cuerpo perdido del congelador después de que Gabe les explicara el contexto. Para ese entonces, Margie ya había cargado en Internet todas sus cerámicas Franciscanware y estaba ocupándose del resto de la casa, sin enterarse del hecho de que su marido había vivido a su lado más de lo que ella había supuesto.

– Creo que descubrió una forma de salir de la casa -le dijo Suze a Nell-. La va a vender por eBay sin que Budge se dé cuenta. -Cuando convencieron a Margie de que podría mirar los remates en la computadora de la oficina y que Gabe le vigilaría la casa, fue a empacar un bolso para pasar la noche en casa de Chloe. Gabe le dio sus llaves a Nell cuando estaban partiendo.

– ¿Voy a manejar tu auto? -dijo ella.

– Vas a cerrar la oficina -respondió él-. Revisa todas las cerraduras, por favor. También puedes entrar en mi departamento y dormir en mi cama. Yo voy a manejar mi auto.

– ¿Cómo, si yo tengo las llaves?

– Tengo una llave extra. No toques mi auto.

– Correcto -dijo Nell-. Sabes, si nos casamos, vas a compartir conmigo la propiedad de todos tus bienes terrenales.

– Todos excepto mi auto.

– Y yo creía que eras incapaz de cambiar -replicó ella y fue a ayudar a Suze a meter a Margie dentro del escarabajo.

– Va a estar bien -Suze le dijo a Nell cuando estaban alzando a una semidormida Margie por las escaleras de Chloe, mientras ésta revoloteaba detrás, preocupada-. Teníamos que sacarla de esa casa.

– Y de la leche de soja -dijo Nell.

Cuando Margie se durmió, Nell regresó a la agencia con Marlene para cerrar las oficinas. Era probable que Gabe se quedara a vigilar la casa de Margie toda la noche, pero le dejó encendida la luz del escritorio, por las dudas, y después se dirigió a la oficina de él para cerrarla, pero se dio vuelta cuando oyó un extraño sonido, mezcla de ladrido y ronroneo.

Marlene estaba gruñendo.

Nell se paralizó. Sal de aquí, pensó y dio un paso hacia la puerta. Y entonces oyó que alguien decía: «Nell», desde el depósito que estaba a sus espaldas. Se volvió y vio a Trevor de pie en el marco de la puerta, sonriéndole con la misma benevolencia de siempre.

– Esperaba que pudieras ayudarme -dijo.

– Ey -dijo Nell-. Estaba por acostarme.

– Necesito la llave del congelador -dijo Trevor-. Parece que no está en el llavero de Margie.

– Oh, bueno, en general la guarda Gabe -dijo Nell-. Pero estoy segura de que sin duda mañana él…

– Esas son las llaves de él -dijo Trevor-. En tu mano.

– ¿Éstas? -dijo Nell, animadamente, mientras se las guardaba en el bolsillo-. No, son mías. Yo…

– Nell, yo le regalé ese llavero a Patrick -dijo Trevor con cansancio en la voz-. Sé que son las llaves de Gabe. He tenido un día muy difícil, y quiero volver a casa. Ábreme el congelador.

Nell retrocedió un paso.

– En realidad no estoy autorizada…

Trevor sacó un arma del bolsillo de su abrigo, y lo hizo con la torpeza suficiente como para que Nell abandonara cualquier idea de salir corriendo. No quería ser la que finalmente empujara a Trevor a una impetuosa carrera, en especial si estaba armado y era torpe.

– Tú eres la que maneja esta oficina -dijo Trevor, sin ningún resto amigable en la voz-. Tú sabes dónde está todo. Quiero los expedientes de 1982.

– ¿Qué? -dijo Nell, incrédula-. ¿Eso es todo? -¿No estaba buscando un lugar donde guardar a Stewart? Tal vez lo había prejuzgado. Miró el revólver que temblaba en la mano de él. Por otra parte, se lo veía bastante serio respecto de esos archivos-. ¿Qué hay en los expedientes?

– Entonces no lo encontraste -dijo Trevor-. Yo creía que podrías encontrar cualquier cosa.

– No busqué en los del año 1982 -dijo Nell, indignada-. No pasó nada en 1982.

– Oh -dijo Trevor tristemente-; algo pasó en 1982. -Le apuntó con el arma e hizo un gesto señalando el congelador, y Nell asintió, dispuesta a complacerlo.

– Claro.

Se movió a su alrededor cuidadosamente, y Trevor entró siguiendo los movimientos de ella y sin dejar de apuntarle con el revólver. Ella entró en el depósito con él a sus espaldas, cerca -demasiado cerca-, y abrió la cerradura del congelador.

– Aquí lo tienes -dijo, abriendo la puerta-. Diviértete. Todo tuyo.

– Busca los expedientes del 82 y tráelos. -Trevor extendió la mano-. Yo me quedo con las llaves.

– Eh, son de Gabe.

– Pero las necesito -dijo Trevor con suavidad y levantó un poco el arma.

– Está bien. -Nell se las entregó, bastante segura de que era un error pero sin ver una alternativa. Gabe habría visto una alterativa. Si ella aceptaba su oferta de dividir el trabajo de la agencia, él se ocuparía de todo lo que tuviera que ver con gente armada-. Escucha, debe de haber dos o tres cajas de 1982. ¿Quieres ayudarme?

– No -dijo Trevor y señaló la puerta con el revólver.

– ¿Quieres darme una idea de qué estamos buscando?

– No.

– ¿Esto es lo que estaba buscando Lynnie?

– Nell…

– Porque me preguntaba qué sería. Pensábamos que eran los diamantes, sabes. -Se alejó un poco del congelador, parloteando para distraerlo-. No teníamos idea de que había algo en los expedientes de 1982. ¿Eso era lo que estabas buscando esa noche en entraste en mi departamento? Caramba, eso debe de haberte sorprendido, encontrarme allí. Probablemente pensabas que la casa estaba deshabitada. ¿Entonces qué estabas…?

– Nell -dijo Trevor-. Cállate y trae los expedientes.

Nell respiró profundo.

– Está bien, mira, no vas a disparar. Ése es probablemente el revólver con que Stewart mató a Helena. Tú quieres librarte de él, y después dejar todo atrás, ¿verdad? Me parece una medida sabia. La gente comete errores cuando se apresura. Deberíamos reflexionar sobre esto. Porque, sabes, si ( me ) disparas el arma, a policía va a encontrar las balas ( en mi cuerpo ) y rastrearán el arma y llegarán a ti. Entonces bajemos el arma…

– Cálmate -dijo Trevor-. No quiero tener que librarme de otro cuerpo. Son demasiado pesados. Al menos, los cuerpos humanos. -Dejó de apuntar a Nell y dirigió el revólver a Marlene , quien estaba sentada en cuclillas y lo miraba con su habitual desprecio, mientras Trevor la apuntaba justo entre los ojos.

– No -dijo Nell, sintiendo frío.

– El cuerpo de un perro -continuó Trevor- sería más fácil de sacarse de encima.

– Espera -volvió a decir Nell y entró en el congelador.

– Mucho mejor -dijo Trevor, sin dejar de apuntar a Marlene-. Ahora tráeme los expedientes.

– Sólo dame un minuto. -Nell apartó de su camino las cajas de los noventa para llegar a las de los ochenta, resuelta a no entrar en pánico-. Definitivamente dos cajas, por lo menos -le gritó a Trevor. Sacó la primera caja, pensando a toda velocidad. Mientras le siguiera trayendo las cajas, él no le dispararía a Marlene . Y por supuesto que tampoco le dispararía a ella. Stewart le disparaba a la gente pero Trevor no.

Trevor los guardaba en congeladores.

Volvió a entrar y sacó la segunda caja.

– Ya está -dijo cuando la sacó y la colocó en el suelo frente a él. Extendió la mano para cerrar la puerta del congelador, pero Trevor estaba en el medio-. Si retrocedes, cerraré esto y te ayudaré a revisar los expedientes -dijo, tratando de esquivarlo-. Deben de estar hechos un lío…

Trevor la empujó con fuerza y ella tropezó hacia atrás y cayó directamente a través de la puerta del congelador mientras Marlene atacaba al hombre con locura. Nell trató de ponerse de pie, pero Trevor la pateó y, cuando ella rodó para el otro lado, él cerró con violencia la puerta del congelador, cortando por la mitad el ladrido de Marlene, y Nell quedó enterrada en la oscuridad.

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